¡Cuánto esfuerzo
humano, jamás reconocido, perdido siempre en el anonimato y el olvido hay en el
trabajo secular del serrano para hacer de la naturaleza una tierra habitable
con garantías de legarla en buen estado al futuro! En un territorio de apariencia hostil, creó un paisaje para vivir, el
mismo paisaje que tras siglos de existencia, el hombre del siglo XXI poco a
poco ve morir.
En las últimas
décadas del siglo XX, cuando el ciclo de conquista del espacio agrícola productivo
había concluido, San Esteban de la
Sierra y el conjunto de la Sierra de Francia dejaban un patrimonio
humanizado que difícilmente podríamos considerar como improductivo o esquilmado. Más
bien era tierra útil, preservada para que en similares condiciones pudiera
seguir alimentando a las
generaciones futuras. Hombres y mujeres habían creado un paraíso visual
productivo, un jardín colgante en cada una de nuestras laderas, un jardín
multicolor según los cultivos, las estaciones del año y las rocas que
sustentaban la tierra de labor. Era un paisaje de bellísima estética, el mimado jardín de generaciones, una
magna obra construida con lucha, sudores y múltiples sinsabores donde una escalinata de paredones reptaba
desde los cauces de los ríos y arroyos hasta las cumbres.
En la precaria
economía del pasado, esta tierra alimentó bocas en proporción muy superior a
otras áreas de la provincia; el hombre derrochó imaginación y empeño; el hombre
conservó suelo y vuelo así como otros recursos de la Naturaleza porque nadie
estaba más interesado que él en sustentarse y dejar una herencia con garantías
a sus sucesores. Sin saber el significado de “medio
ambiente” ni tampoco de “sostenibilidad” fue racional en la explotación de los
recursos, ecológico y sostenible en vida y economía. Así sucedió durante siglos
fruto de la necesidad de la que hizo virtud.
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Con la siempre
presente idea de garantizar la alimentación
el serrano conservó, reparó y empedró los caminos; realizó cortes de
aguas en las pendientes para evitar abarrancamientos; hizo paredes, las deshizo
y volvió a hacer; levantó portillos, encauzó sabiamente los regatos; limpió y
reparó insistentemente las fuentes; recogió la hoja y la maleza, seleccionó los
pies de las trepolleras de castaños, desmochó encinas, quejigos y fresnos; hizo
hoyas en sus viñas, recebó los cultivos y creó bancales donde plantar vid,
olivo , frutales y huertos, paredones que preservaban la tierra y parte de las
aguas de lluvia. Sus rebaños de cabras limpiaron el matorral, abrieron trochas
y con su voracidad dirigida posiblemente evitaron más de un desastre ecológico Sus ríos discurrían generalmente limpios, sus riberas
aparecían cuidadas y cuando el cauce menguaba se aprovechaba del ingenio para
pescar de forma no autorizada pero consciente que al año siguiente la corriente
le proporcionaría otra oportunidad
¿Había equilibrio hombre-Naturaleza, se esquilmaba el medio, se
empobrecía…?
A partir de la década de los sesenta del
pasado siglo, la emigración, el incremento de la riqueza externa y caída de los
precios agrícolas, las nuevas formas de vida de corte urbano y el menosprecio
de todo lo relacionado con lo rural comienzan a influir sobre el hombre y la
fisonomía de aquel idílico pero esclavo y duro espacio, tan esclavo que hombres
y mujeres para poder sustentarse trabajaron hasta la extenuación. El serrano,
paulatinamente se verá liberado de aquella esclavitud pero falto de incentivos para iniciar nuevas empresas que
no fueran las ajenas al agro y ante el
evidente declive de todo lo relacionado con la tierra, sucumbe y se postra a los pies de los nuevos
tiempos. Un reducido número de personas, cada vez más envejecidas y con más
trabas para cualquier labor, se mantiene en el lugar de nacimiento desde donde
ve declinar el paisaje que con tanto tesón creó.
En la nueva era,
en la que se escribe de planes rurales y
asentamiento de población, en la que ha
habido tantos medios económicos y técnicos, cabía esperar que el trabajador de
la tierra percibiera ayuda directa y viviera con la comodidad y solvencia que
no vivió en el pasado y que como antaño pudiera seguir garantizando la
conservación medioambiental, pero son pocos los que trabajan la tierra y muchos los que
teorizan, vigilan, viven y gestionan los fondos que llegan al medio rural,
paisaje del que siempre se habla en términos de “conservación medioambiental”,
“sostenibilidad”, “verde” y “ecológico”. Todo debe hacerse de acuerdo con el medio,
con comportamiento ecológico y con un crecimiento sostenible. Nada escapa a
estos vocablos: crecimiento sostenible, vida y economía sostenible, agricultura
sostenible, medio ambiente sostenible, proyecto sostenible, turismo rural
sostenible, ecoturismo o turismo ecológico, turismo verde… son los términos de
moda; bonitos términos que apenas se plasman en la realidad, que embriagan los
proyectos y a gentes que se consideran en posesión de la verdad.
Quien nunca utilizó
estas palabras pero las llevó a la práctica quedó fuera de escena y sin apenas
poder de decisión con el advenimiento de los nuevos centinelas y guardianes que
emergieron en los despachos, entre grupos de gestión y…, personas que posiblemente
nunca vivieron ni sintieron de forma sostenible. ¿Es posible la sostenibilidad en la sociedad del siglo XXI cuando es tan
grande la educación consumista, tantos los intereses y tantas las empresas cuyo fin es producir para usar y tirar?
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El gradual abandono de los campos ha ido
cambiando la imagen del pulcro escenario; el bosque primigenio y nuevas
especies se adueñan de caminos, viñedos y bancales arruinados. Las intermitentes
fuentes, los pozos someros y las superficiales pozas que saciaban la sed
humana, de huertos y ganados, aparecen secas y cubiertas de maraña. Se produce así
el retorno a lo que algunos llaman el “paisaje
ecológico”, sobre el cual nos preguntamos si es más diverso, si es más
rico, si es más equilibrado y sostenible que el anterior, si es garante de
sustento y pervivencia futura. Y ante el presente panorama las interrogantes
sin respuesta se multiplican. ¿Cómo es posible que con la conciencia ecológica
que inunda esta tierra, con tantos vigías, con el volumen de medios materiales
y el elevado número de técnicos, con las grandes cantidades de dinero llegadas
de Europa, del Gobierno, de la
Junta , Diputación u otros medios, no hayan surgido
explotaciones nuevas que permitan conservar
y vivir y cómo se explica que los
impactos negativos actuales superen con
creces a los del pasado?
La Sierra de Francia, como
parte del territorio rural español, es tierra de riesgo no sólo para la
Naturaleza sino para el propio hombre que habita sus pueblos. Es una
incongruencia dejar a su suerte paisajes humanizados durante siglos donde el
olvido de actividades y abandono de los campos provoca impactos
medioambientales de alcance imprevisible.
No es
lo mismo teorizar que trabajar coherentemente y con la experiencia de los
siglos; no es lo mismo vigilar que conservar; no es lo mismo dedicar fondos
para proyectos utópicos que para trabajar de forma racional en la conservación
medioambiental y por ende humana, salvo que
cierto ecologismo y burocracia quiera excluir al hombre de este ambiente.
A todos, a propios y extraños, el devenir de
esta tierra debe hacernos reflexionar. Parafraseando a César Manrique, “este paisaje se muere”. Y ante esta
situación quizá nadie estamos exentos de culpa pero ¿puede culparse de la
actual ruina al que como siervo de la gleba dejó su piel para sobrevivir, al
que no tuvo más remedio que emigrar o al que permaneció, no recibió apoyo
alguno sino permanentes trabas en su labor?
Es triste que el nacido en estos pagos, el
trabajador de la tierra, con siglos de historia a la espalda, con derechos de
explotación de recursos consolidados, sólo encuentre obstáculos en su tarea y sea
el gran perdedor entre cuantos seres vivos habitan el territorio serrano...
¿Cuál será el
futuro de esta tierra? ¿Será el paraíso de la Naturaleza ? ¿Qué papel desempeñará
el hombre en ella? ¿Habrá personas que
con su trabajo la preserven y puedan vivir o simplemente habrá vigilantes y gestores
de ideas que vivan de ello?
Ante el ritmo de
los tiempos, ante las nuevas vicisitudes políticas, económicas y sociales es
posible que en lugar de hablar de sostenibilidad secular de hombre y
territorio, haya que hablar de la insostenibilidad del paisaje, de la
economía y del propio hombre.
Por favor, no olvidemos a quienes nos han precedido, su conocimiento y trabajo realizado.El pequeño agricultor o ganadero, desahuciado en los tiempos modernos, tiene que resurgir como garante de paisaje y vida. Es responsabilidad de los entes superiores, si realmente le importa el bienestar humano y el medio ambiente, lograr que la vida en el campo permita vivir dignamente a quienes producen y preservan un territorio que visualmente y de mil formas pueden disfrutar cientos y cientos de personas.
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Vocabulario:
Biodiversidad: “La variedad de especies diferentes y la variedad genética entre los individuos dentro de cada especie”. (Stephen Wearing y John Neil).
Ecología:
“Ciencia que estudia las relaciones de los seres vivos con el lugar que
habitan, o sea, con las características de ese lugar, pudiendo identificarse
lugar con medio ambiente”..... (Rafael Puyol Antolín, Milagros Alario y otros).
Ecoturismo: Wearing y Neil entienden que es un arte de
viajar a entornos naturales vírgenes o escasamente contaminados para estudiar, admirar
y disfrutar de la naturaleza. Consideran que es una forma de viajar responsable
que conserva y contribuye al bienestar de los lugareños.
Hoya: zanja de tamaño variable donde se
introducían sarmientos, hoja, estiércol u otra materia que servía de abono
natural para las plantas cultivadas.
Medio Ambiente: se considera medio ambiente a todo el
entorno tanto natural, biótico o abiótico como humano y a sus relaciones
mutuas.
Recebar: labor frecuente en el pasado de la Sierra de Francia con
aporte de tierra y materia orgánica para mejora del cultivo.
Sostenible: se aplica para aquel tipo de actividad,
desarrollo o comportamiento que puede permanecer a lo largo del tiempo con
garantías de renovación y que no repercutirá negativamente en las sociedades
futuras.
Trepollera: se denomina trepollera al tocón del castaño
del cual tras la corta surgen numerosos brotes que es necesario seleccionar
para dejar los mejores.
Joaquín Berrocal
Rosingana.
Muí bueno que razón tienes
ResponderEliminarPretenden desde los despachos ordenar el territorio sin haber pisado un terrón de tierra y sin conocer los entresijos de la agricultura y la ganadería, y por supuesto, como pasa actualmente en la sociedad sin contar con el afectado, aplicando políticas que no son de interés general sino que benefician a unos pocos.
ResponderEliminarDa mucha pena la falta de sensibilidad y de miras de futuro que muestran las instituciones y organismos públicos.
ResponderEliminarPero Joaquín no te desanimes. Tu nos enseñaste el amor por la tierra. Lo que necesitamos es más gente como tú. Un abrazo desde Bilbao.
María.
La sostenibilidad, la protección del medio ambiente, y todas estas expresiones que se han ido acuñando en los últimos años, resulta que lo único que pretendían era que una minoría, cercana a las instituciones, influyera para crear normas, empresas, concesiones... que con la disculpa de proteger el medio rural, lo único que han hecho es beneficiarles a ellos, que en contadas ocasiones pisaban el campo.
ResponderEliminar¡¡ Lo bueno es que ya nos hemos dado cuenta, ahora lo que hay que hacer es tratar de solucionarlo !!
En nuestra mano lo tenemos cuando vayamos papeleta en mano.
Pero.... ¿seremos capaces de no dejarnos influenciar por los medios de comunicación que ellos mismos (los unos y los otros, los de un lado y los de otro....) manejan ?
Amigo Joaquín, los que amamos esa tierra disfrutamos viendo esas fantásticas y descriptivas fotos.
ResponderEliminarÁngel Gómez M.