RECUERDOS Y NOTAS DE VIAJE: A TRAVÉS DE LA CANAL DE BERDÚN Y EL ARAGÓN SUBORDÁN.
Una mañana de mayo. El “rubicundo Apolo” se ha desperezado y tiende sus rayos de suave brillo sobre la Canal de Berdún desde la lejana Peña Oroel hasta los límites orientales de Navarra. Los juegos de la luz realzan colores, alargan sombras, tamizan umbrosas cuestas. Tiernos verdes primavera, grises yesos de las cárcavas, azules verdosos de las calcáreas aguas, siluetas de lejanos montes y destellantes blancos de las nieves altas enmarcan los pasos por la vieja ruta multitudinaria por donde otrora cruzaron las legiones de Roma y llegaron las corrientes peregrinas, variopintas mareas humanas de la Europa antigua y medieval. En los nuevos tiempos, el turismo blanco, la gran riqueza del arte románico y la belleza de los valles pirenaicos atraen otras corrientes de público siguiendo la milenaria ruta.
Sobre la plácida lámina de agua del embalse de Yesa que sepulta campos, pueblos, viejas termas y cuántas y cuántas historias de habitantes y viajeros que en uno u otro sentido discurrieron por el amplio valle del Aragón, el pueblo de Tiermas se erige en vigía del camino sobre una erguida mesa natural, testimonio de la vida pasada a la par que objetivo de todas las miradas viajeras.
A trechos, entre los incipientes brotes verdes, los zarpazos erosivos en deleznables estratos horizontales de margas yesosas, el fantasma de un pueblo abandonado, un embarcadero deportivo…, y de repente el valle del Esca, perpendicular a la gran Canal. Como si de un aguijón se tratara, los límites de la provincia de Zaragoza penetran en el valle por donde trajinaron tantos y tantos almadieros, gancheros especializados en el transporte de troncos desde las navarras tierras de Burgui, Roncal, Isaba…, hasta el río Aragón y después hasta el Ebro.
Al final del embalse los campos de cultivo se expanden intermitentes a orillas de la corriente del río. Al paso, pedregosos lechos de barrancos, zigzagueantes bad-lands y el curso del Veral. Al fondo, destacando sobre la llanura cereal la estampa señera de Berdún, imagen altiva que recuerda la de la visitada Tiermas.
De estructura alargada, apiñada y defensiva, Berdún se acomoda a la elevada topografía tabular. Perviven recias casas, algunas con escudos y portadas de arcos de medio punto que hablan de un pasado nobiliar; probablemente también de épocas de economía más floreciente, preferentemente ovina.
En la encrucijada de Puente la Reina de Jaca, abandonado el pasillo longitudinal y a contracorriente del Aragón Subordán se llega hasta Hecho, capital del valle. En medio de paisaje abierto y praderías que acaban en laderas de matorral y espesos bosques, la singular población cautiva por uniformidad, cuidada estética y aire de especial nobleza. Pétreas y robustas viviendas sin medianías, pendientes tejados a dos y cuatro aguas, tejas planas, pesadas y prominentes chimeneas que se elevan como protectores falos en las esquinas de las construcciones, balconadas cubiertas de flores, conforman un conjunto de inusitada belleza, pleno de luz en esta mañana de primavera. Ni las recientes construcciones, fruto de nuevos servicios, restan un ápice de elegancia a la villa chesa. Al fondo, las cumbres nevadas de Peña Forca magnifican la escena de esta histórica villa de realengo que figura en los orígenes del reino de Aragón; aquí nació Alfonso I, el Batallador y de aquí salieron sus fieles guardianes chesos en las conquistas. Siglos antes de que ello sucediera, el hombre que ocupó estas tierras, dejó su impronta en primitivos asentamientos, dólmenes dispersos y más tarde en la vía de comunicación pirenaica que cruzaba el Puerto de Palo de la que aún quedan restos visibles.
Al aire libre, una curiosa exposición escultórica, loable iniciativa de un pueblo que añade valor al rico patrimonio natural y cultural que posee. Dentro de una cultura propia no hemos de olvidar la peculiar lengua chesa y la riqueza etnológica donde la vestimenta ocupa lugar destacado.
A poca distancia de Hecho se localiza Siresa. Un alto en el camino nos permite revivir el caserío y la robusta construcción de la iglesia del antiguo monasterio de San Pedro de Siresa. Dicen que fue una creación carolingia del conde Galindo Aznárez en el siglo IX y que en los albores de la Baja Edad Media jugó un papel importante en la vida del viejo reino de Aragón. El Batallador fue educado en el lugar y él mismo le confirmó grandes privilegios a principios del siglo XII, época en la que se construyó la actual iglesia.
Entre verdes campos, jalonados de bordas pirenaicas, se llega hasta la impresionante foz de la Boca del Infierno cuyo nombre no sorprende si hacemos caso a las condiciones meteorológicas que imperan en ocasiones desde la lóbrega angostura hacia la Selva de Oza. Hoy es un día bien distinto; luce tibio sol, el cielo es de azul intenso y la luz llega hasta el fondo del abismo.
Traspasada la angostura, poco a poco, las verticales paredes dan paso a un paisaje más abierto de pedregosas pendientes donde hayas, pinos y abetos de estilizados troncos compiten a la búsqueda de la luz. Cuando acaba el bosque, las elevadas cumbres blancas parecen tocar cielo.
A mis pies fluye el Subordán impoluto en melodiosa sinfonía entre cantos mil veces pulidos por la eterna corriente y…, al compás del inmortal fluir, vaga la mente henchida de felices recuerdos, de historias lejanas en esta idílica atmósfera donde como si el tiempo no hubiera transcurrido se escucha el mismo sonido de las aguas, se perciben las personas de antaño, surgen las imágenes en claro espejo esmeralda y la naturaleza toda envuelve el pasado en el presente.
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Las horas han sido intensas y el cuerpo pide reponer fuerzas. ¡Y qué mejor que ir a Siresa y degustar un buen ternasco en el Castillo d´Acher! Dejamos para otra jornada volver al Blasquico de Hecho y tomar de nuevo los ricos crepes de setas…
Joaquín Berrocal Rosingana.
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