domingo, 20 de octubre de 2024

SANTA LUCÍA DEL TRAMPAL

 

SANTA LUCÍA DEL TRAMPAL.

¿Sería este apartado lugar, en los pretéritos tiempos  vetones y bajo Roma,  aquel de cultos ancestrales a la diosa del inframundo y la fertilidad, Ataecina?

Hoy, nos acercamos por estrecha vía hasta el recóndito paraje donde se encuentra Santa Lucía del Trampal. Somos desconocedores de todo, salvo de la existencia de una edificación catalogada, en parte,  visigoda. Apenas tenemos noticias de ella. Nos han comentado que, “es la única en pie en la meseta sur”. Nos entra la duda. Recordamos Santa María de Melque. Nada más sabemos sobre  susodicha construcción y paisajes del entorno.

La angosta y asfaltada carretera, entre algunos campos cultivados, espacios adehesados y denso bosque mediterráneo,  nos conduce desde Alcuéscar  hasta la basílica de Santa Lucía del Trampal. A nuestra espalda, se eleva la fragosa Sierra del Centinela;  camino del fondo del valle se  extienden los encinares y alcornocales ahuecados de la dehesa; en el llano, sobresalen los alineados olivares y verdes parcelas que contornean Arroyomolinos. Enfrente, desde el alargado valle,   un oscuro y quebrado paisaje asciende hasta la población de Montánchez, la sierra y el pico del mismo nombre.

Llegados al destino, en la ladera se abre un claro entre bosque y cultivos. Allí, un aparcamiento, centro de interpretación y,  poco más arriba, en  medio de dispersos frutales y  verde hierba primavera, la  basílica de Santa Lucía del Trampal.  Llamativa advocación que alude a santidad, luz y agua. Nos dicen, que la introducción de la devoción y advocación a Santa Lucía, en España, es medieval. Trampal, sin duda, hace referencia a agua.

Por primera vez escuchamos el culto a la diosa pagana Ataecina, diosa del inframundo, la primavera y la fertilidad. La diosa que los romanos asimilarían a Proserpina. Nos hablan de que antaño se localizaron aras dedicadas a Ataecina  y que, por estas tierras, tuvo el más importante santuario.

Elucubraciones al margen sobre los más lejanos tiempos, estos lugares tienen algo especial. Ante el misterio que rezuman los cultos primitivos, en medio de la tupida fraga, respiramos rica e idílica atmósfera,  quietud y paz; por otro lado, bellas perspectivas del valle y las montañas que frontalmente lo cierran. También avatares muy diversos, desde la fundación del santuario allá por el siglo VII, la posible ocupación de monjes mozárabes,  su paso por la dominación musulmana de la que tantos topónimos hallamos, (Alcuéscar, Albalá, Almoharín, Aljucén, Albuera…),  la Reconquista cristiana,  polvorín durante la Guerra de la Independencia hasta su posterior recuperación. No es por ello extraño, que hayan desaparecido elementos intrínsecos del originario estilo y haya sufrido añadidos posteriores conforme a las necesidades del momento. Así, la cubierta de madera y los arcos apuntados de la que podemos considerar la nave central de cuyos laterales nada se conserva.

A pesar de destrucciones, desaparición de elementos constructivos y decorativos, restauraciones…, Santa Lucía del Trampal mantiene el primitivo encanto del prerrománico hispano. Sus ábsides separados, rectangulares, de sillares en esquinas y ventanas,  de abundante y menudo sillarejo, le dan aire de rusticidad que incrementa el tono ocre-ferruginoso de parte de la edificación. La escasa luz del interior, que penetra a través de los ventanales de cabecera y crucero, proporciona  un aire de recogimiento a la bella y mejor conservada zona de la primigenia fábrica.

Quizás, Santa Lucía del Trampal, tuvo una época gloriosa y próspera. Cabe pensar en un impoluto templo, en las construcciones monacales y el esmerado cultivo de los campos circundantes, que abastecerían a la comunidad en  tiempos del medioevo.  Perdido parte del encanto que pudo tener en momentos de esplendor, Santa Lucía del Trampal sigue siendo un alejado lugar en el que, la actual sociedad, puede disfrutar de  historia y  arte en un marco de primorosa armonía con la naturaleza.












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