El colosal domo se extiende cientos de metros sobre vaguadas de pradería, bosquetes de melojo y escobales que separan otros singulares domos berroqueños. Es el abombado cancho de duro, gris o pardo granito en el que a retazos sobre tacaña tierra hozada del jabalí, escarbaduras y excrementos de conejo surgen espinosos y redondeados piornos acomodados a la pobreza del medio, los fríos y los vientos.
Tras las lluvias, sobre alisados y pendientes lanchones, luce pletórico el musgo, el agua se transforma en espejo que reverbera la luz solar o se convierte en gráciles hilos que en instantes acoge el esquelético suelo.
Paisaje de difícil explotación, si no es como cantera, deslumbra por su grandeza, las lejanas perspectivas que desde aquí se alcanzan, el silencio y la paz que ofrece la mañana primaveral de fin de año.
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