viernes, 3 de marzo de 2017

LA NATURALEZA IMPONE SU LEY


¡Qué poco queda de la vieja senda, de los campos de cultivo, de las Cocinillas, de la moda del baño en la Seria…! Apenas hay un tramo accesible del sendero  tantas veces hollado hasta la Pesquera  o la Vega el Torno. Ahora, algún intrépido pescador o aventurero es quien esporádicamente se desplaza por estos lugares.

Aunque nunca dominaron los cultivos por lo escarpado del terreno, hubo viñas, olivos y pequeños huertos en medio del matorral que ramoneaba el caprino, mantenía limpias las trochas e impedía el crecimiento arbóreo. También hubo pote y molino junto al río hasta donde por estrecha senda descendían las bestias de carga.

Desaparecieron los minúsculos huertos que se regaban con las aguas del regato Lázaro y el Rebollar, se abandonaron las viñas junto al río, los paredones con pies de olivos y queda como testimonio una parcela cuidada sobre el Cahocito. En pocos años han crecido robles, quejigos, almeces y encinas, avanza el matorral y las zarzas se apoderan del camino.   

Desaparecieron también las vecinas de la Santía y la Calle las Monjas que tomaban el sol, tejían, cosían y remendaban al amparo de las rocas que cortaban los fríos del norte. Las soleadas tardes de invierno y las estaciones intermedias siempre había mujeres en aquellos lugares que curiosamente llamaban  las Cocinillas. Probablemente le dieron tal nombre por lo abrigado de cada uno de aquellos sitios que las mujeres variaban con los días y donde además de solazarse y hacer las labores de zurcido daban repaso a las noticias de la población…O quién sabe si tal nombre tenía relación con lo mucho que allí se "cocinaba" entendido en el sentido de chismorreo... En los abrigos rocosos han crecido durillos, jusbardas y carrascas que dificultan ver los rincones protegidos. La misma suerte han corrido las solanas del Prejón donde las vecinas del Portillo y los Peñascos pasaban las tardes al sol, cosían y lavaban en la pequeña poza establecida en el regato Lázaro, allí donde los inquietos niños de escuela no podíamos resistir la tentación de tirarnos desnudos por la “refilitera” aquellos días de primavera  que llegábamos sudorosos tras haber recorrido leguas. ¡Más de un castigo nos costó!  ¡Y qué decir de otras tantas solanas…, Picuruche, Los Muros, Cámara Alta, Coyumbras…, tan frecuentadas en el pasado las soleadas tardes de invierno! Ninguno de estos lugares es hoy reconocible al haberse apoderado de todos ellos el matorral o el arbolado.

Bajo las solanas de la vieja senda, el antiguo molino y el pote, próximos al río, entre el Charco Montero y la Pesquera la Seria, son desvencijados edificios que con presteza cubre la naturaleza como el canal que aportaba las aguas para el movimiento de los ingenios artesanos. Mientras, la vereda hacia la pesquera es amasijo vegetal que impide el acceso. Y todo ello en el transcurso de poco más de un cuarto de siglo.

¡Qué pena de senda perdida a no mucha distancia del río donde el sol parecía detenerse en los días fríos de aquellos tiempos de hielo!


La Naturaleza impone su ley y el territorio que antes el hombre dominó retorna al estado primigenio.







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