martes, 12 de abril de 2016

RÍO ALAGÓN


Desde niños nos explicaron que el río Alagón nacía en Frades de la Sierra, que “el Alagón por Coria y no por Monleón”,  que era el afluente más largo del Tajo en España…

Poco más sabíamos de nuestro río si no era a través de la observación directa cuando se producían las grandes crecidas que inundaban la Era la Puente, llegaban hasta las viñas e incluso rebasaban el puente por la margen derecha; cuando llegado el verano recorríamos el río de charco en charco desde la Huanfría al Becerril, al charco Nogal o al Molino, a la Pesquera de Abajo, Charquito Redondo, Pesquera la Roza, Cahocito, Montero, La Seria, etc. Cuando cortábamos los ramos de fresno para las cabras o las cuidábamos junto al río; cuando se recogía el mimbre que sirviera de vilortos para atar los “manicios”; cuando por “Tosantos” asábamos las castañas bajo el puente mientras tañían sin cesar las campanas; cuando utilizábamos las “pellas” para coger los peces; cuando íbamos a nidos y veíamos el andarríos, el martín pescador, la lavandera (saltonera) que anidaba en el Chorrero, el ruiseñor, la mirla…


Con los años hemos recorrido, observado, leído, disfrutado el río de nuestra infancia y muchos tramos de la misma corriente de agua desde el nacimiento hasta la desembocadura en el Tajo.

Dicen los filólogos, estudiosos de la toponimia, aunque hay controversia y no estudios definitivos que, Alagón significa río, corriente de agua, como también  significan lo mismo Arrago, Arga, Aragón, nombres todos de ríos y cuya raíz AL/AR   procede de la vieja lengua preindoeuropea…

Parece ser que a finales del siglo XII se nombra a este río como “Alabón” y es llamativo que en algunos pueblos de la Sierra de Francia y en ciertos grupos de personas siga llamándose de la misma forma al cambiar con frecuencia la b y la g.

El Alagón es un río singular: nace en la meseta norte, en la conocida históricamente como Sierra Menor, transita lento por la amplia cuenca de recepción de cabecera,  peniplano de límites difusos con las cuencas de los ríos tributarios del Duero; cruza el Sistema Central y desemboca en el Tajo en la meseta meridional. Es uno de los ríos de España que roba aguas a otra cuenca hidrográfica, concretamente a la del Duero debido al menor nivel de base que sus afluentes; es lo que se conoce como captura fluvial al ser la erosión remontante, auténticos zarpazos naturales, lo que propicia la captura de aguas que en origen no le pertenecían. Discurre por una fosa hundida fuertemente erosionada por la red fluvial siguiendo líneas de falla de mayor o menor entidad que proporciona un ámbito biológico diferenciado del resto de la provincia. La brecha que abre en el Sistema Central, de dirección dominante NE-SW es clave en la climatología de las diferentes comarcas de la cuenca del río.

Si las altas tierras de la cabecera fluvial, por encima de los 900 metros de altitud, presentan escasos desniveles y son ocupadas por praderías y montes huecos de encina, roble, quejigo o fresno, años atrás muchos de ellos campos de cereal, es en las proximidades de Monleón cuando las diferentes corrientes excavan un lecho bien perceptible que va dejando al descubierto la roca madre pizarrosa, más adelante granítica, y donde la incisión fluvial irá modelando un paisaje muy diferente del que domina aguas arriba.
Los aportes del Riofrío en Monleón dan vida a un exiguo caudal que  deja al desnudo la roca berroqueña, la sortea, pulimenta y excava en un discurrir cada vez más pendiente y encajado. Fresnos y alisos de ribera acompasan la corriente dejando en el interfluvio enormes roquedales, matorrales y bosques de robles así como vestigios de viejo poblamiento y leyendas recreadas en el romancero.

Cuando las aguas llegan a la Sapa, el conjunto granítico de blanquecinos lanchones, de bloques diaclasados, pequeñas caídas por donde se desliza el río y abundantes marmitas y pilancones dan carácter a un bravío paisaje en el que esporádicamente aparecen especies protegidas como la cigüeña negra; más habitual es la presencia del jabalí y el corzo que entre la maleza hallan refugio y en los charcos sacian la sed.

Desde la Sapa al Puente de Rando se suceden remansos de cierta entidad y zonas de vado por donde sortear el río a través de los conocidos pasiles o pasaderas. Los alisos llegan a formar bosque galería y asombran algunos de los piélagos más representativos.

En Rando, la presencia del puente del mismo nombre en la llamada por algunos “ruta de la cal”,   se convierte en un aliciente más en el fluir de las aguas, aquí todavía tranquilas frente a los despeñaderos que surgirán durante kilómetros  hasta pasar San Esteban. Las verdes masiegas, los ranúnculos acuáticos, las floridas cicutas, los narcisos rupícolas y las caprichosas formas pétreas, al margen de la vieja historia, dan al lugar un atractivo  especial que en todo momento complace disfrutar. ¡Porque además, qué decir y qué sentir ante las perfumadas violetas que crecen entre las piedras bajo los aliviaderos adintelados del puente, ante los azulados jacintos, ante esa orilla de blanca piedra, marmitas y arena, ante esa soberbia roca redondeada abierta cual corteza de naranja, ante aquella que semeja un pez, ante aquella otra que parece la cabeza de una iguana y  aquella que aparenta un corazón…!

Sigue el río su curso sobre pedernoso lecho que a veces oculta las aguas entre las numerosas diaclasas que pueblan el cauce. Se forman pesqueras naturales cuando el resistente granito tapona a manera de presa dejando remansos en los que permanece el agua ante los dilatados estiajes y el río deja de fluir. ¡Qué importantes fueron en el pasado para la cabaña ganadera caprina en aquellos veranos largos y calurosos!

Durante un trecho, Rando-Huertitas, zigzaguea  formando perfectos ángulos rectos. Topa con verticales bloques que le cortan el paso y toma nuevos derroteros, forma charcos con pequeñas playas de arena y en ocasiones los árboles de ribera se acercan a la corriente. Se suceden acusadas pendientes en las que impactan los enormes bolos graníticos cuando se miran desde el fondo del lecho vestidos de musgo o rodeados de quercíneas, espinos, retamas y variada vegetación. El inhóspito paisaje, difícil de transitar incluso en aguas bajas, ofrece rincones de solaz cuando ausentes de la civilización te adentras en estos escabrosos lugares en los que la cercanía del agua, la alisada y limpia roca donde descansas te colman del esfuerzo del vertiginoso descenso. La naturaleza pétrea, la abigarrada vegetación de las empinadas laderas, el vuelo intermitente de rapaces, los escasos peces y la aparición fugaz de la nutria acompañan al viajero que se adentre en estas soledades. Es naturaleza  de retorno hacia el estado selvático primitivo tras períodos en los que el hombre domeñó un territorio que hoy parece inverosímil. 

¡Qué espectáculo cuando tras períodos de lluvia el río se vuelve bravo! Desde lo alto se escucha cómo rugen las aguas, cómo golpean las rocas y arrastran todo a su paso, cómo nada ensordece tanto como  el bramido del agua que no cesa.

El cauce se dulcifica cuando el Alagón llega al alargado charco del Vado, allí donde recibe al regato Verdugal. A poca distancia, de nuevo se precipita entre los saltos de Valmedroso y las Chorreras de Bajenoso para ir encajonado, de escalón en escalón y labrando el más impresionante de los paisajes a su paso por los Callejones. El duro granito, blanco y gris, es el lecho sobre el que discurren las aguas ya por suave lancha u horadadas marmitas que se comunican entre sí y dan lugar a peculiares  formas escultóricas, delicia  para los ojos. Todo un capricho del eterno fluir de las aguas acompañadas de arenas, cantos rodados y el movimiento en espiral. Ante las grandes avenidas  el Alagón es un torbellino y este paisaje queda completamente cubierto.

¿Será quizá por ese abundante roquedo, saltos y aguas bravas que en estas zonas se pescaban los más finos “bordallos” del río, escasos en la actualidad por la introducción incomprensible de otras especies de peces y el deterioro causado por los vertidos en la cuenca superior amén del depredador visón llegado hace unos años hasta nuestros ríos?

Al bello y quebrado cauce de agua y piedra acompañan los vivos colores de primavera y otoño que tiñen la ladera de verde, rojo, amarillo y ocre, colores de cornicabras, almeces, bardas, arces…

Continúa por recio trazado berroqueño, sinuoso y retenido a trechos en charcos naturales u  otros de creación humana que poco a poco han ido perdiendo la función de pasado, abastecer molinos y almazara. Varios de los antiguos escenarios de baño aparecen hoy irreconocibles. La arboleda de alisos y fresnos de cuyas sombras tanto disfrutábamos en verano han engullido los arenales y roban espacio a las aguas que asombradas  muestran lóbrego aspecto.

Desde la umbrosa  ubicación de San Esteban, distante de la corriente, cuántas veces hemos contemplado el río desde el Portillo, la Santía o la Roza y cuántas en el silencio de la tarde y  la noche en las calles hemos escuchado el paso de las aguas como si de permanente corriente de viento se tratara,  fluir uniforme y constante donde no se perciben las irregularidades del cauce y  que tan grato resulta al oído.    

El Alagón contornea por norte y oeste  el pueblo de San Esteban y pasa bajo el hermoso puente medieval, obra maestra  que fechan unos en 1388 y otros dos siglos más tarde, intercambiando el tres por el cinco. Es la suya una fábrica de recio aspecto, ligeramente curvada y elevada en el centro con cuatro arcos de piedra granítica, cimentados  sobre la roca madre y que van en disminución desde aquel por donde habitualmente discurre el agua  hasta el otro extremo. Sillares perfectamente escuadrados fijan el intradós de los arcos y robustos tajamares en ángulo afrontan la corriente. En la construcción, además del granito, se han empleado resistentes pizarras metamórficas de aspecto ferruginoso cuyo origen se halla  cerca, allí donde se  produce el cambio litológico de los granitos a las pizarras. Bajo el puente, la erosión de las aguas, cual poderoso cincel, nos regala espectaculares  calderas (las Calderas de Pedro Botero) como por aquí las llaman. En distintos lugares del puente, tajamares y paredes, terebintos e higueras silvestres surgen entre las piedras de la edificación.

Muchas veces nos hemos preguntado acerca del momento y las razones de construcción del puente. No se trata de una obra cualquiera si nos fijamos en su envergadura, máxime teniendo en cuenta que la posibilidad de convertirse en vía rodada era prácticamente nula por las enormes dificultades orográficas. Durante siglos si cumplió una importante función al ser lugar de paso arriero entre núcleos de la Sierra de Francia y las comarcas del llano o viceversa. El tránsito de vehículos (pequeños camiones), tuvo lugar durante algunas décadas del siglo XX para poder acceder con mercancía hasta el cercano pote a escasos cien metros del puente.

A poca distancia, el Arroyo  entrega al Alagón  sus cristalinas aguas, libres en la actualidad de la intervención humana. No hay huertos que regar, ni ropa que lavar ni pote donde fabricar aguardientes y alcoholes.

Desde la Pesquera de Abajo merma la pendiente y el Alagón discurre sobre las resistentes pizarras metamórficas que, a pesar de su dureza, la constancia de las aguas milenarias  va puliendo y desgastando como pule y desgasta la vida al hombre.

El molino del tío Miguel de la tía Regina, junto al charco del mismo nombre, está en ruinas. El charco Nogal se encuentra inaccesible y las Vaderas constituyen el más extenso bosque galería de todo el entorno.

En el Becerril las aguas del regato Valdecabras se precipitan de cascada en cascada por el  hermoso paisaje fusión de agua, roca, vegetación ribereña y mediterránea. Aguas abajo el charco Luengo hace honor a su nombre como las fuentes y el charco de la Huanfría al suyo, lugar éste en el que crecen los alisos, avellanos y almeces, donde los olivos ocupan la solana, los castaños y canchales la umbría y las copiosas fuentes el final de la pedriza.

Desde que el Alagón penetró en el término municipal de San Esteban, hasta que lo abandona, ha descendido 250 metros aproximadamente. Ya en el término de Valero, describe bellos  meandros encajados y recibe las regulares aguas del Quilama que contribuyen a caudal permanente incluso en los largos estiajes.
















  

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