jueves, 10 de diciembre de 2015

RIAÑO EN EL RECUERDO


Pasan los años y aún recordamos aquella clase en la Facultad acerca de la facendera,  la vecera, los trabajos comunales y la vida en la montaña leonesa. Trataba sobre la alta cuenca del Esla donde Riaño funcionaba como centro neurálgico  en aquel cruce de caminos hacia el Pontón y Piedrasluengas, hacia  Pandetrave y San Glorio…, allí donde la vecera y los trabajos comunales eran prácticas habituales. Coincidía con el momento en que los periódicos también se hacían eco de la traumática cirugía del paisaje y del desaguisado que se pretendía llevar a cabo en la zona.

Años después, una tarde de principio de Julio conocimos Riaño. Descendíamos desde el Pontón aquel día de grato recuerdo en el que el sol brillaba más que nunca,  las praderas, plenas de floración tardía y  los riachuelos resplandecían , los rosales silvestres vestían sus mejores galas, los hayedos eran verdes, frondosos e inmensos y las rocas calcáreas blancas, casi nieve.

Riaño surgió de forma sorprendente en el descenso de la cuesta por donde varias mujeres arreaban vacas por medio de la carretera. Visita relámpago del lugar para seguir los pasos del Esla hasta la colosal pared de la futura presa con el pensamiento de que posiblemente nunca más volveríamos a ver el valle y el caserío tal como ahora lo contemplábamos.

Pasaron varios años para que se llevara a cabo la demolición del pueblo, período durante el cual fueron frecuentes los viajes tanto a Riaño como a Valdeón, Sajambre y el valle cántabro de Liébana.   Riaño era unas veces meta; otras antesala para los diferentes recorridos por la montaña leonesa de Los Picos; ocasionalmente para el contacto con la Liébana. Fue Riaño lugar de múltiples vivencias, de charlas prolongadas, de refrescantes cervezas, de espera en la carnicería, de carne asada en las márgenes del río, de paseos por los alrededores, de tardes junto al Esla contemplando los chopos en los que anidaban las cigüeñas. Riaño nos ofrecía imágenes de insólita belleza, praderas teñidas de capilotes,  montes del amarillo de la escoba o la genista, retazos en los que surgían las peonías, las “rosas de las peñas” como por aquí decían. En más de una ocasión fue refugio ante la dificultad de establecer la tienda en lo alto de los puertos sumidos en la niebla, un hábito que se nos antojaba como gran privilegio en momentos de bonanza para ver amanecer desde Panderrueda, Pandetrave o San Glorio.

En sucesivos viajes vimos cómo el monte por encima del pueblo se allanaba. Vimos cómo empezaban a surgir los primeros edificios, tan frágiles y pobres que parecían barracas momentáneas. El lugar  nos parecía desprotegido y expuesto a todos los vientos.

Siguieron los años de creación de infraestructuras y las polémicas. Entre 1986 y 1987 comenzaron desalojos y destrucción de viviendas, tarea que continúo durante 1988, último año en el que contemplamos la ubicación, el movimiento de las máquinas y el allanamiento del lugar. Se pretendía que no quedara piedra sobre piedra. Había que evitar recuerdos y nostalgias, difícil pretensión para quienes allí vivieron y para quienes guardamos la imagen en la mente y desgraciadamente no en el celuloide.

Después veríamos  el valle anegado y el viaducto funcionando así como un pueblo de colores que, como alguien ha dicho, “por una ironía del destino bautizaban como pueblo de Europa”.

Nunca más Riaño fue lo mismo. Se convirtió en simple lugar de paso hacia los bellos paisajes de los Picos de Europa, “góticas peñas” en versos de Gerardo Diego. Oseja de Sajambre, Soto de Sajambre  por un lado; a veces desplazamiento hasta las asturianas Cangas y la marítima Ribadesella; otras hasta Potes, Cosgaya (estupendo cocido del hotel el Oso), Espinama…; otras hasta Posada de Valdeón, Cordiñanes y Caín que fueron destinos frecuentes desde donde realizar largas caminatas por las sendas del Sella, del Cares y con menor asiduidad por los elevados escarpes de los Macizos Central y Occidental.

Eran tiempos en los que los Picos de Europa no habían alcanzado la masificación actual. En los postreros recorridos, el trajín, el rosario humano y a veces los descuidos de los viandantes han hecho perder el encanto del que disfrutábamos en las soledades de las Fuentes del Infierno, de la ermita la Corona, la Peguera, la Jarda, el puente del Rebeco o el del Bolín, el Mirador del Oso, Espinama…, donde fueron las flores encubridoras de los amores con la mozuela de Bores tal como canta el Marqués de Santillana, “ mozuela de Bores con la que vime en amores y fueron las flores de cabe Espinama las encobridores”.


Ello no es óbice para que el conjunto montañoso se mantenga como uno de los más emblemáticos y bellos de nuestros territorios y para que el simple recuerdo nos colme de la satisfacción de tantas y tantas sensaciones vividas en estas tierras.  








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