Hoy, una vez más y ya no sabemos cuántas hemos realizado el Camino de Valero, camino de
ocio que fue antes vía de trabajo y comunicación humana, desde época de la Prehistoria,
tal como nos dice el Padre Morán y sobre el que hace tiempo escribíamos:
“Próximos entre sí e incomunicados
directamente por vía rodada, San Esteban y Valero se han relacionado
históricamente a través del "camino", un camino hacia el esfuerzo y
la subsistencia difícil de apreciar en
toda su belleza cuando el paisaje era trabajo para vivir y no disfrute de los
sentidos”.
Y hoy, como en
otras ocasiones recordábamos lo ya escrito:
“Al compás del
ritmo viajero, nos asaltan preguntas sobre la historia anónima de hombres y
naturaleza en espacios tan singulares y enigmáticos. Probablemente el camino
oculta muchos sinsabores, en medio de sutiles satisfacciones ¡Cuánto trabajo de
carboneo, pastoreo, de aterrazamiento, de ir y venir cada día al trabajo
constante, muchas veces sin remuneración ni fruto alguno¡ ¿ Quién recuerda al
pastor en las interminables jornadas expuesto a todos los agentes
meteorológicos? ¿Quién al constructor sudoroso moviendo tierra y piedra?
¿Cuántos saben de “La Inés
y Fernandico” que descalzos y con la cesta como compañera iban a recoger las
medicinas a la farmacia de San Esteban?”
Y hoy también
nos hemos emocionado al recorrer tan
bello paisaje del que decíamos:
“Cabe
preguntarse, ¿sintieron quienes tanto trabajaron, la luz, la floración, los
olores, los colores, los cambios constantes del relieve, el aire fresco sobre
sus rostros, la sombra de la encina o de un canchal, el agua fresca de fuentes
o regatos ? Seguro que en el diario esfuerzo hubo un placer callado y nunca
escrito ante el olor del cantueso, del orégano o la mejorana; ante la flor del
brezo o de la jara; ante el alivio del descanso a la sombra de la encina; ante
la sed saciada en una fuente limpia y cuidada. Posiblemente el sentir de las
pequeñas cosas, de los continuos cambios de la naturaleza, hizo felices a los
hombres que tantas fuerzas dedicaron a tan bella pero pobre y compleja
naturaleza. Tal vez el duro medio provocó arraigo y el hombre, sin lugar a
donde ir y sin nadie a quien quejarse ni a quien pedir, se hermanó con la
naturaleza y así vivió durante siglos. ¡Cuánta
huella de la historia en el secular trabajo del serrano, en los caminos
empedrados y colgados en el vacío, en los cauces domeñados, en las artesanas
paredes, en la diversidad de escaleras de acceso, en esos paredones que
sostienen un pie de olivo y cuya tierra probablemente fue transportada a
hombros...!
Ante la marea
humana que transita los caminos también podemos preguntarnos si lo hacen por
moda, snobismo, deporte, si se sienten impregnados de los diversos matices del
paisaje, de sus hombres y su historia. Es posible que la historia se repita de
otra forma y que el camino del esfuerzo para sobrevivir se haya transformado
en camino de peregrinación para huir del
mundo urbano y vivir, quizás sobrevivir
a la vorágine de los tiempos. Cabe pensar que para el hombre de hoy es
como la vía peregrina cuyo significado va más allá del mero deporte.
Es difícil no
emocionarse ante tan maravillosas perspectivas, ante cada recodo del camino,
ante ese muro de pizarra que sostiene el empedrado de otro empinado sendero de
herradura que asciende sin cesar. Es preciso ver y detenerse ante el arriscado
paso que tenemos ante nosotros. Grandioso, sin duda, el punto al que hemos
llegado. Es un espolón rocoso donde el camino discurre suspendido sobre el
abismo que media entre el Cancho de Valero (Balcón de Pilatos) y el curso del
río Quilama. Este balcón, protegido por humana intervención, es uno de los más sobrecogedores puntos de
nuestro recorrido. Pisamos sobre
descarnada piedra que suena a hierro y sobre nosotros se apilan desnudas pizarras. Algunas se tiñen de
amarillos líquenes, de tan llamativos colores que resultarían difíciles de
imitar por el mejor pintor. En la ladera de enfrente crecen espesos matorrales
en increíbles declives y las terrazas
protegen cultivos. Al fondo, por un lado, avistamos Valero; por el otro, la Junta de los Ríos y el
Torozo ¡Qué estupendo sitio para descansar y relajarse con la mirada!”
Y como antaño concluimos:
“Este sencillo
artículo es un humilde pero sentido homenaje a cuantos hombres y mujeres han
habitado estas tierras, han trabajado como nadie y han legado un patrimonio que
poco a poco se oculta a los ojos. Es el reconocimiento hacia tantos y tantos
anónimos artífices que no tienen nombre en la Historia pero la hicieron
domesticando el paisaje y en el ir y el venir del camino”.
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