miércoles, 17 de junio de 2015

Por el Camino de Valero


Hoy, una vez más y ya no sabemos cuántas  hemos realizado el Camino de Valero, camino de ocio que fue antes vía de trabajo y comunicación humana, desde época de la Prehistoria, tal como nos dice el Padre Morán y sobre el que hace tiempo escribíamos:

 “Próximos entre sí e incomunicados directamente por vía rodada, San Esteban y Valero se han relacionado históricamente a través del "camino", un camino hacia el esfuerzo y la subsistencia difícil de  apreciar en toda su belleza cuando el paisaje era trabajo para vivir y no disfrute de los sentidos”.

Y hoy, como en otras ocasiones recordábamos lo ya escrito:

“Al compás del ritmo viajero, nos asaltan preguntas sobre la historia anónima de hombres y naturaleza en espacios tan singulares y enigmáticos. Probablemente el camino oculta muchos sinsabores, en medio de sutiles satisfacciones ¡Cuánto trabajo de carboneo, pastoreo, de aterrazamiento, de ir y venir cada día al trabajo constante, muchas veces sin remuneración ni fruto alguno¡ ¿ Quién recuerda al pastor en las interminables jornadas expuesto a todos los agentes meteorológicos? ¿Quién al constructor sudoroso moviendo tierra y piedra? ¿Cuántos saben de “La Inés y Fernandico” que descalzos y con la cesta como compañera iban a recoger las medicinas a la farmacia de San Esteban?”

Y hoy también nos hemos emocionado  al recorrer tan bello paisaje del que decíamos:

“Cabe preguntarse, ¿sintieron quienes tanto trabajaron, la luz, la floración, los olores, los colores, los cambios constantes del relieve, el aire fresco sobre sus rostros, la sombra de la encina o de un canchal, el agua fresca de fuentes o regatos ? Seguro que en el diario esfuerzo hubo un placer callado y nunca escrito ante el olor del cantueso, del orégano o la mejorana; ante la flor del brezo o de la jara; ante el alivio del descanso a la sombra de la encina; ante la sed saciada en una fuente limpia y cuidada. Posiblemente el sentir de las pequeñas cosas, de los continuos cambios de la naturaleza, hizo felices a los hombres que tantas fuerzas dedicaron a tan bella pero pobre y compleja naturaleza. Tal vez el duro medio provocó arraigo y el hombre, sin lugar a donde ir y sin nadie a quien quejarse ni a quien pedir, se hermanó con la naturaleza y así vivió durante siglos. ¡Cuánta  huella de la historia en el secular trabajo del serrano, en los caminos empedrados y colgados en el vacío, en los cauces domeñados, en las artesanas paredes, en la diversidad de escaleras de acceso, en esos paredones que sostienen un pie de olivo y cuya tierra probablemente fue transportada a hombros...!

Ante la marea humana que transita los caminos también podemos preguntarnos si lo hacen por moda, snobismo, deporte, si se sienten impregnados de los diversos matices del paisaje, de sus hombres y su historia. Es posible que la historia se repita de otra forma y que el camino del esfuerzo para sobrevivir se haya transformado en  camino de peregrinación para huir del mundo urbano y vivir, quizás sobrevivir  a la vorágine de los tiempos. Cabe pensar que para el hombre de hoy es como la vía peregrina cuyo significado va más allá del mero deporte.

Es difícil no emocionarse ante tan maravillosas perspectivas, ante cada recodo del camino, ante ese muro de pizarra que sostiene el empedrado de otro empinado sendero de herradura que asciende sin cesar. Es preciso ver y detenerse ante el arriscado paso que tenemos ante nosotros. Grandioso, sin duda, el punto al que hemos llegado. Es un espolón rocoso donde el camino discurre suspendido sobre el abismo que media entre el Cancho de Valero (Balcón de Pilatos) y el curso del río Quilama. Este balcón, protegido por humana intervención,  es uno de los más sobrecogedores puntos de nuestro recorrido.  Pisamos sobre descarnada piedra que suena a hierro y sobre nosotros se apilan  desnudas pizarras. Algunas se tiñen de amarillos líquenes, de tan llamativos colores que resultarían difíciles de imitar por el mejor pintor. En la ladera de enfrente crecen espesos matorrales en increíbles  declives y las terrazas protegen cultivos. Al fondo, por un lado, avistamos Valero; por el otro, la Junta de los Ríos y el Torozo ¡Qué estupendo sitio para descansar y relajarse con la mirada!”

Y como antaño concluimos:

“Este sencillo artículo es un humilde pero sentido homenaje a cuantos hombres y mujeres han habitado estas tierras, han trabajado como nadie y han legado un patrimonio que poco a poco se oculta a los ojos. Es el reconocimiento hacia tantos y tantos anónimos artífices que no tienen nombre en la Historia pero la hicieron domesticando el paisaje y en el ir y el venir del camino”.














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