Los viajeros han realizado un
largo trayecto. El autobús ha cruzado el Bósforo y se ha adentrado en la
Península de Anatolia, la tierra “por donde sale el sol” para los griegos. Se
ha detenido en el camino y los turistas han tomado un te acompañado de delicias
turcas, los típicos lokum. Al mediodía, tras la visita al monumento de Ataturk,
“padre de la patria” y la comida en un rosado restaurante de Ankara, los
viajeros se dirigen hacia Capadocia, vocablo de origen persa que tal como
explica el guía significa “el país de
los hermosos caballos”, no sin antes pasar junto al inmenso lago Tuz, “lago
salado”.
La tarde todavía era moza cuando
los pasajeros comenzaban a contemplar en el recorrido algunos de los espectaculares
paisajes de esta región única. Un gran recibimiento inesperado en el hotel,
cena sin tacha y algunos pronto a dormir y recuperar; otros, a continuar
haciendo la noche joven.
A lo largo de cuatro intensas
jornadas, una pequeña parte de los paisajes, la rica historia y la vida
cotidiana han sido objetivo del variopinto grupo, siempre conducido por
singular guía.
Emociona recorrer esta lejana
región, territorio cosecha de los volcanes, encrucijada en las rutas anatólicas
y la milenaria Ruta de la Seda, asiento
de las viejas civilizaciones del Neolítico, hitita, frigia, meda, persa…, todo un elenco
de culturas que de una u otra forma dejaron su huella. No fue ajena Capadocia a
la influencia helenística y romana ni al cristianismo de los primeros siglos,
primero influenciado por figuras como San Gregorio Nacianceno y San Basilio y
más tarde desde Constantinopla o Bizancio ¡Cuántas obras de carácter religioso
entre monasterios, iglesias, eremitorios y ciudades subterráneas donde
practicar el culto o huir de las persecuciones jalonan la geografía de
Capadocia! No faltan las mezquitas fruto de la posterior ocupación selyúcida y
otomana que, tal como nos explican, fueron permisivos con la religión cristiana
aunque poco a poco ésta fuera disminuyendo.
Viajar por Capadocia, sus
fantasmagóricos paisajes, sus localidades trogloditas cual nidos excavados en
las compactadas cenizas volcánicas, las más de cuatrocientas iglesias a golpe
de pico, los hermosos frescos en valles donde nadie habita, sus más de treinta
ciudades subterráneas…, es la mayor sorpresa que cualquier viajero puede
percibir. Solamente grandes obras como Santa Sofía, las pirámides de Egipto, el
legado de Grecia o Roma…, pueden llegar a impactar en la misma medida.
Bajo un cielo que se antoja
raquítico, una geografía ora blanquecina, ora gris, ora ocre, ora dorada, se
expande por kilómetros y kilómetros entre los dos grandes volcanes que
arrojaron miles de toneladas de roca y ceniza que con la posterior erosión y la
antrópica intervención dieron lugar al paisaje más soberbio que uno pueda
imaginar. A veces semeja dunas de desierto, a veces pingüinos apiñados, otras
chimeneas de “hadas”; en ocasiones, enormes falos totémicos bajo los que desde
lo alto se ven diminutos seres que de forma rudimentaria labran una tierra
moldeable, mullida como ceniza que es,
sin apenas hierba en un territorio donde las lluvias parecen escasas.
Nimio es el turista ante tan ingentes formas residuales de la erosión.
Es abril y nada ha germinado;
hombres y mujeres podan viñas de pobre aspecto sin alineación alguna. Los
frutales son todavía yertos esqueletos leñosos. Solamente un diminuto lirio
alegra por su color y apariencia desconocida en un mundo tan peculiar. Sendas
estrechas suben y bajan entre el laberinto de parcelas de cultivo y las mil
formas caprichosas del indescriptible panorama.
¡Cómo no impresionarse ante
tantas y tantas chimeneas horadadas, tantos templos rupestres con frescos
bizantinos, el descubrimiento de un caravanser, aquella preciosa cerámica con
perfecto dibujo de azul añil y turquesa, la fabricación de tapices o la visita
a la ciudad subterránea de Kaymakli con su
gran profundidad y capacidad para tres mil personas, según nos comentan!
Recorrer Capadocia es un placer
para los sentidos y una lección viva de naturaleza, Historia, arte,
laboriosidad, supervivencia… Es como retrotraerse a la génesis de un
territorio, contemplar los diferentes procesos de conformación del mismo y ver
la mimética convivencia entre hombre y medio, la milenaria intervención sobre
un paisaje que originaron las telúricas
fuerzas. De las entrañas del volcán surgió la tierra y en la misma el hombre
excavó con ingenio su vivienda donde desarrolló las más bellas formas del arte.
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