sábado, 30 de mayo de 2015

RECUERDOS Y NOTAS DE VIAJE: CAPADOCIA


Los viajeros han realizado un largo trayecto. El autobús ha cruzado el Bósforo y se ha adentrado en la Península de Anatolia, la tierra “por donde sale el sol” para los griegos. Se ha detenido en el camino y los turistas han tomado un te acompañado de delicias turcas, los típicos lokum. Al mediodía, tras la visita al monumento de Ataturk, “padre de la patria” y la comida en un rosado restaurante de Ankara, los viajeros se dirigen hacia Capadocia, vocablo de origen persa que tal como explica el guía significa  “el país de los hermosos caballos”, no sin antes pasar junto al inmenso lago Tuz, “lago salado”.

La tarde todavía era moza cuando los pasajeros comenzaban a contemplar en el recorrido algunos de los espectaculares paisajes de esta región única. Un gran recibimiento inesperado en el hotel, cena sin tacha y algunos pronto a dormir y recuperar; otros, a continuar haciendo  la noche joven.

A lo largo de cuatro intensas jornadas, una pequeña parte de los paisajes, la rica historia y la vida cotidiana han sido objetivo del variopinto grupo, siempre conducido por singular guía.

Emociona recorrer esta lejana región, territorio cosecha de los volcanes, encrucijada en las rutas anatólicas y  la milenaria Ruta de la Seda, asiento de las viejas civilizaciones del Neolítico,  hitita, frigia, meda, persa…, todo un elenco de culturas que de una u otra forma dejaron su huella. No fue ajena Capadocia a la influencia helenística y romana ni al cristianismo de los primeros siglos, primero influenciado por figuras como San Gregorio Nacianceno y San Basilio y más tarde desde Constantinopla o Bizancio ¡Cuántas obras de carácter religioso entre monasterios, iglesias, eremitorios y ciudades subterráneas donde practicar el culto o huir de las persecuciones jalonan la geografía de Capadocia! No faltan las mezquitas fruto de la posterior ocupación selyúcida y otomana que, tal como nos explican, fueron permisivos con la religión cristiana aunque poco a poco ésta fuera disminuyendo.

Viajar por Capadocia, sus fantasmagóricos paisajes, sus localidades trogloditas cual nidos excavados en las compactadas cenizas volcánicas, las más de cuatrocientas iglesias a golpe de pico, los hermosos frescos en valles donde nadie habita, sus más de treinta ciudades subterráneas…, es la mayor sorpresa que cualquier viajero puede percibir. Solamente grandes obras como Santa Sofía, las pirámides de Egipto, el legado de Grecia o Roma…, pueden llegar a impactar en la misma medida.

Bajo un cielo que se antoja raquítico, una geografía ora blanquecina, ora gris, ora ocre, ora dorada, se expande por kilómetros y kilómetros entre los dos grandes volcanes que arrojaron miles de toneladas de roca y ceniza que con la posterior erosión y la antrópica intervención dieron lugar al paisaje más soberbio que uno pueda imaginar. A veces semeja dunas de desierto, a veces pingüinos apiñados, otras chimeneas de “hadas”; en ocasiones, enormes falos totémicos bajo los que desde lo alto se ven diminutos seres que de forma rudimentaria labran una tierra moldeable, mullida como ceniza que es,  sin apenas hierba en un territorio donde las lluvias parecen escasas. Nimio es el turista ante tan ingentes formas residuales de la erosión.

Es abril y nada ha germinado; hombres y mujeres podan viñas de pobre aspecto sin alineación alguna. Los frutales son todavía yertos esqueletos leñosos. Solamente un diminuto lirio alegra por su color y apariencia desconocida en un mundo tan peculiar. Sendas estrechas suben y bajan entre el laberinto de parcelas de cultivo y las mil formas caprichosas del indescriptible panorama.

¡Cómo no impresionarse ante tantas y tantas chimeneas horadadas, tantos templos rupestres con frescos bizantinos, el descubrimiento de un caravanser, aquella preciosa cerámica con perfecto dibujo de azul añil y turquesa, la fabricación de tapices o la visita a la  ciudad subterránea de Kaymakli con su gran profundidad y capacidad para tres mil personas, según nos comentan!


Recorrer Capadocia es un placer para los sentidos y una lección viva de naturaleza, Historia, arte, laboriosidad, supervivencia… Es como retrotraerse a la génesis de un territorio, contemplar los diferentes procesos de conformación del mismo y ver la mimética convivencia entre hombre y medio, la milenaria intervención sobre un paisaje que originaron las  telúricas fuerzas. De las entrañas del volcán surgió la tierra y en la misma el hombre excavó con  ingenio su vivienda  donde  desarrolló las más bellas formas del arte.
















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