SANTA LUCÍA DEL TRAMPAL.
¿Sería este apartado lugar, en los
pretéritos tiempos vetones y bajo Roma, aquel de cultos ancestrales a la diosa del
inframundo y la fertilidad, Ataecina?
Hoy, nos acercamos por estrecha
vía hasta el recóndito paraje donde se encuentra Santa Lucía del Trampal. Somos
desconocedores de todo, salvo de la existencia de una edificación catalogada,
en parte, visigoda. Apenas tenemos noticias
de ella. Nos han comentado que, “es la única en pie en la meseta sur”. Nos
entra la duda. Recordamos Santa María de Melque. Nada más sabemos sobre susodicha construcción y paisajes del entorno.
La angosta y asfaltada carretera,
entre algunos campos cultivados, espacios adehesados y denso bosque
mediterráneo, nos conduce desde Alcuéscar
hasta la basílica de Santa Lucía del
Trampal. A nuestra espalda, se eleva la fragosa Sierra del Centinela; camino del fondo del valle se extienden los encinares y alcornocales
ahuecados de la dehesa; en el llano, sobresalen los alineados olivares y verdes
parcelas que contornean Arroyomolinos. Enfrente, desde el alargado valle, un oscuro y quebrado paisaje asciende hasta
la población de Montánchez, la sierra y el pico del mismo nombre.
Llegados al destino, en la ladera
se abre un claro entre bosque y cultivos. Allí, un aparcamiento, centro de
interpretación y, poco más arriba,
en medio de dispersos frutales y verde hierba primavera, la basílica de Santa Lucía del Trampal. Llamativa advocación que alude a santidad, luz
y agua. Nos dicen, que la introducción de la devoción y advocación a Santa
Lucía, en España, es medieval. Trampal, sin duda, hace referencia a agua.
Por primera vez escuchamos el
culto a la diosa pagana Ataecina, diosa del inframundo, la primavera y la
fertilidad. La diosa que los romanos asimilarían a Proserpina. Nos hablan de
que antaño se localizaron aras dedicadas a Ataecina y que, por estas tierras, tuvo el más
importante santuario.
Elucubraciones al margen sobre
los más lejanos tiempos, estos lugares tienen algo especial. Ante el misterio
que rezuman los cultos primitivos, en medio de la tupida fraga, respiramos rica
e idílica atmósfera, quietud y paz; por
otro lado, bellas perspectivas del valle y las montañas que frontalmente lo
cierran. También avatares muy diversos, desde la fundación del santuario allá
por el siglo VII, la posible ocupación de monjes mozárabes, su paso por la dominación musulmana de la que
tantos topónimos hallamos, (Alcuéscar, Albalá, Almoharín, Aljucén, Albuera…), la Reconquista cristiana, polvorín durante la Guerra de la Independencia
hasta su posterior recuperación. No es por ello extraño, que hayan desaparecido
elementos intrínsecos del originario estilo y haya sufrido añadidos posteriores
conforme a las necesidades del momento. Así, la cubierta de madera y los arcos
apuntados de la que podemos considerar la nave central de cuyos laterales nada
se conserva.
A pesar de destrucciones,
desaparición de elementos constructivos y decorativos, restauraciones…, Santa
Lucía del Trampal mantiene el primitivo encanto del prerrománico hispano. Sus
ábsides separados, rectangulares, de sillares en esquinas y ventanas, de abundante y menudo sillarejo, le dan aire
de rusticidad que incrementa el tono ocre-ferruginoso de parte de la
edificación. La escasa luz del interior, que penetra a través de los ventanales
de cabecera y crucero, proporciona un
aire de recogimiento a la bella y mejor conservada zona de la primigenia
fábrica.
Quizás, Santa Lucía del Trampal,
tuvo una época gloriosa y próspera. Cabe pensar en un impoluto templo, en las
construcciones monacales y el esmerado cultivo de los campos circundantes, que
abastecerían a la comunidad en tiempos
del medioevo. Perdido parte del encanto
que pudo tener en momentos de esplendor, Santa Lucía del Trampal sigue siendo
un alejado lugar en el que, la actual sociedad, puede disfrutar de historia y
arte en un marco de primorosa armonía con la naturaleza.