miércoles, 23 de enero de 2019

PENILLANURA SUR SALMANTINA


A un lado y otro de Sierra Menor, así conocida históricamente…, o lo que es lo mismo, la alineación montañosa a la que se acogen en sus laderas núcleos como Frades, Las Veguillas o Cortos, se extiende el amplio territorio de la penillanura sur salmantina, suelo endeble de pizarras que a veces emergen como afilados  dientes o uñas de diablo, resaltes de resistentes cuarcitas y en general  tierras  onduladas  surcadas por  zigzagueantes e intermitentes arroyos que siguen pequeñas vaguadas.


Los viejos encinares, a trechos quejigales, ocupan gran parte de la superficie que se extiende al  norte hasta cerca de la capital y por el sur hasta Sierra Mayor, la sierra que se eleva sobre Linares, Navarredonda y Tamames. Paisajes adehesados y grandes propiedades dominan este territorio donde prolifera el ganado vacuno, ovino y porcino y donde el toro bravo vive en libertad.



Bajo la apariencia de un paisaje monótono, de amplio peniplano y monocromía marcada por el encinar, se esconde un paisaje de indudable estética que requiere ojos para mirar y corazón para sentir.
   

Asomarse desde los Sierros de Cortos, las Veguillas o Castroverde hacia el dilatado paisaje de infinita magnitud por el norte o hacia el que se funde con las elevadas sierras de verde, gris, y blanco es el mejor ejercicio de relajación para la vista y el espíritu. Siendo un paisaje intervenido por el hombre, invaden   sensaciones  de paisaje virginal, de  vastas extensiones por donde trashuman en libertad ungulados y herbívoros de diferente porte.



Viajar tranquilamente por sus carreteras, adentrarse en los caminos, seguir paredes y vallas, nos acerca al interior de esta tierra diversa, de encinares cuajados que cual bosques de columnas sostienen redondeadas copas, de montes huecos de definidos verdes en suelo y vuelo, de olivadas encinas que cual danzarinas de varios brazos marcan el ritmo del momento, de viejos troncos combados, retorcidos, huecos, solitarios que impávidos resisten el paso del tiempo.







Y al avance viajero, una pequeña corriente y remansos en forma de media luna, singulares abrevaderos que retienen las aguas en campos sedientos. Aquí y allá vuelo de rapaces, ramas y postes como posaderos; praderías, arroyos y charcas como lugares de  picoteo y alimento. 




A distancia, pequeños pueblos y caseríos, inmersos en un mundo cada vez más vacío, de hombres convertidos en urbanos que cada día se acercan a la atención del ganado; de casas abandonadas, de otras restauradas…, sin mayores y sin niños. 



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