viernes, 29 de junio de 2018

PAISAJE

Cuando tenemos ante nosotros un paisaje, sea una dilatada panorámica o una limitada escena, cada persona reaccionamos de forma diferente. A veces simplemente miramos, otras contemplamos, observamos detenidamente, estudiamos, sentimos… No todos tenemos la misma capacidad de percepción, el mismo conocimiento de los elementos que conforman el paisaje, la misma sensibilidad ante aquello que nos rodea.

González Bernáldez en su libro Ecología y Paisaje llamaba la atención sobre fenosistema, lo fácilmente perceptible y, criptosistema, lo escondido que requiere el conocimiento de indicadores, como dos formas de acercarse al paisaje que pueden ser perfectamente complementarias. Insistía en los diversos capítulos del libro en la percepción, en paisaje e historia, en la estética, en  los paisajes preferentes,  en la educación medioambiental…

No hay duda que a mayor conocimiento, mayor capacidad de interpretación y posiblemente de valoración estética o emocional. Pero no siempre sucede así. Hay quienes son capaces de leer científicamente el paisaje, verlo como un todo funcional y sin embargo son incapaces de sentir  emoción ante los pequeños detalles que,  personas sin bagaje científico perciben como algo bello, provocador de grandes emociones. 

Cuántas veces hemos visto el rostro de sorpresa y satisfacción ante una formación rocosa, flores, arbustos o árboles, ante el verdor  primaveral, los rojos, ocres y amarillos de otoño, la nieve, el agua, ante la brisa de una mañana de primavera e incluso ante la neblina, la lluvia fina o la surgencia que sacia la sed del caminante, porque en definitiva cualquier elemento físico es un ingrediente del paisaje que puede manifestarse o no en  un momento determinado introduciendo matices sensoriales que impacten al perceptor.  Por otro lado, cuántas veces hemos escuchado   “me quedaría horas contemplando esta roca, este árbol, oliendo esta flor, mirando el discurrir de las aguas, admirando el vuelo ágil de las rapaces, el azul del cielo o el mar, las envolventes nubes de la cumbre, el grandioso panorama  ante mis ojos…”

La sorpresa y emoción no solamente  llega a través del paisaje natural; el paisaje humanizado, enquistado en el natural, suscita preguntas, cautiva por su utilidad pasada o presente, belleza o singularidad.¿ Quién no es sensible ante la reciedumbre  y hermosa factura de un viejo puente, de una antigua calzada o  camino de herradura empedrado, una muralla o castillo aislado en medio de la nada, un románico rural,  excavaciones rupestres entre enmarañados territorios abandonados a su suerte, las ruinas de urbes hace siglos olvidadas en medio de las dehesas,  los seculares bancales que escalonan  áreas de montaña, los mil elementos antrópicos que encuentras en el camino…?

A veces, es tal la belleza del paisaje, es tanto lo que transmite, tanto lo que recuerda y sugiere…, tal la irradiante fuerza y felicidad, que te embriaga. Es  el símil de una caricia, de un hermoso gesto o palabra amable, de esa sonrisa que  inunda el alma.

Paisaje natural o antrópico es fuente de reflexión, interpretación, inspiración, conocimiento,  disfrute de los sentidos, salud del espíritu que busca en la naturaleza y la historia un sentido a la existencia; es auténtica  filosofía de la vida.

































jueves, 14 de junio de 2018

DE PASO POR CORIA


Quienes vivimos a orillas del Alagón y no tan alejados de su nacimiento, muchas veces hemos oído, “el Alagón por Coria y no por Monleón”. ¡Qué razón tiene este dicho popular!

A su paso por San Esteban es un río bravío en periodos prolongados de lluvias;  un curso intermitente al llegar el estío. Todo lo contrario cuando pasa por Coria. Es un río señor que riega los feraces territorios de las riberas extremeñas, en la actualidad apoyado por las aguas  embalsadas en Gabriel y Galán en el mismo río.

Son las nueve y media de la mañana, la temperatura se establece ya en veintidós grados, las terrazas de la arteria principal están ocupadas por hombres y mujeres que toman cafés, desayunos y algún aguardiente. A estas horas hay bastante tráfico en la Avenida de la Virgen de Argeme. En contrapartida, la ciudad antigua está vacía, apenas un transeúnte en gran parte del recorrido. Conforme avanza el tiempo, vehículos de motor y repartidores van llegando a los establecimientos.

Es delicioso pasear sin agobios estas calles de conquistadores (Cortés, Pizarro), de alusión urbano-topográfica (Albaicín), de tradicional bebida (Alojerías), de cargos de la Iglesia (Obispo Peris Mencheta)…, disfrutar de los paños y puertas de muralla de origen romano, con numerosos añadidos posteriores, de la torre del castillo de la casa de Alba, de la fachada del palacio episcopal…, acercarse hasta las puertas de  la catedral, todavía cerrada, y admirar las bellas puertas del Perdón y el Evangelio.


Asomarse al talud desde las inmediaciones de la catedral permite entender la elección de tan estratégico lugar, elevado sobre el río y dominando la rica vega coriana o cauriense, que ambos términos están permitidos. Desde aquí se aprecia el viejo puente medieval por donde no discurre agua debido a un desvío del cauce y donde prosperan los cultivos. A poca distancia naves industriales, más y más huertas, arboledas y al fondo las tierras de las dehesas. Bella panorámica para concluir un día de paso por esta urbe extremeña.