martes, 4 de marzo de 2014

EXCURSIONES A LOS CANCHALES Y CASTAÑARES DE LA HUANFRÍA







 “Cuando niños, jugábamos como niños, soñábamos como niños”, íbamos a la escuela, íbamos a nidos, a hoja, a gamonas, a llevar la comida a la viña, a sarmentar, a llevar y traer las cabras, a ordeñar; también a caminar.

Algunos, desde párvulos, aprendimos caminos guiados por el abuelo  o los tíos. La tarde de los jueves no había escuela. Era el día deseado para ir de paseo, preferentemente a la Huanfría, el paisaje de los canchales que impresionaban por su magnitud y más aún cuando  te contaban las historias de la cueva del oso, de la gente que en la noche se perdía al retornar en invierno de la fiesta de Valero, cuando te hablaban del búho que anidaba en los roquedales, cuando te decían que era tierra de linces y jabalíes, antes de lobos, cuando te hablaban que había gente que se ataba con sogas para subir a los nidos de las rapaces… Aquellos cantiles y los castañares del abuelo tenían para él una querencia muy especial que quizá heredamos los demás. ¡Cuántas veces fuimos…!

El recorrido siempre era el mismo. Una ruta circular por senda estrecha que saliendo desde el Barrero llegaba hasta la Fuente el Fraile,  seguía el umbroso Castañar hasta la Sierra y el Castañar del Medio y de allí a  los primeros canchales. Desde aquí bajábamos hasta el gran quejigo, la pedriza y los castaños situados a un lado y otro de la misma. Una serpenteante vereda  descendía y descendía entre castaños  y bloques angulosos fruto de la crioclastia. No era fácil el descenso por la irregularidad y la pendiente. Atravesábamos por la parte inferior del  pedregal hasta llegar al paso natural  entre las buzadas metacuarcitas, la denominada Portilla. Allí contemplábamos bajo nosotros el Alagón, diferentes charcos y las fuentes de la Huanfría. Por un estrecho camino entre brezos, jaras, madroños, dispersos robles, encinas y castaños retornábamos  siguiendo a contracorriente el Alagón hasta llegar nuevamente al Barrero y al pueblo.   

El actual acceso hasta los roquedales de la Huanfría ya no es un mero sendero; es una amplia pista que poco antes de llegar se corta para seguir la ruta  que a través de Santibáñez rodea el monte del Castañar. El tramo hasta los canchales está enmarañado. El descenso entre castaños y el pedregal se ha convertido en aventura y el camino desde la Portilla al Barrero ha desaparecido ante el avance del matorral. No obstante los cambios, la Huanfría, tanto castañar como las agujas pétreas como el río y las fuentes siguen teniendo   encanto particular en todas las épocas del año. Aquí, son las leyes de la naturaleza las que se han impuesto a la humana intervención.

Cualquier mañana o tarde es ideal para acercarse a estos parajes que nos sumergen en el más bravío reducto donde el dominio de la dura estratigrafía de cuarcitas, las pedrizas de gelifracción, los atlánticos bosques de castaños y el rico sotobosque sirven de cobijo a numerosas aves y mamíferos. Dos especies emblemáticas lamentablemente han desaparecido del lugar, el búho real y el lince. Son frecuentes los buitres como carroñero de porte, anidan  águilas y merodea la cigüeña negra. No falta el jabalí ni el corzo que aquí encuentran alimento y refugio.


Es paisaje para recrearse, para disfrutar del silencio y la paz externa e interior. Para descansar. Solo el viento que agita las ramas, el agradable canto del ruiseñor, del herrerillo o el petirrojo, el discontinuo martilleo del pico carpintero o el aleteo del leonado o el águila rompen la quietud para hacer más idílico aún el contacto de hombre y naturaleza. En el fondo del abismo, el  intermitente Alagón a veces brama, otras susurra, otras calma ¡Qué delicia contemplar  su curso y los higrófilos bosques galería de alisos y fresnos que en pocos años han trastocado el cauce!

El tiempo discurre lento en este montaraz territorio, tan hermoso, tan desconocido, tan amable a los ojos del espectador que en la soledad del paisaje, recrea las sensaciones de los momentos más emotivos. Momentos sublimes y el lejano día de la ruptura de un hechizo. Sientes a los seres idos; rememoras los trabajos de limpieza de las trepolleras, la conversación, la comida y la armonía que en estos castañares compartimos. Sientes cómo florecen las prímulas, las violetas del camino, los narcisos de pálido amarillo y peculiar perfume, el brezo blanco o el morado, la jara pringosa, la carqueixa, el peral silvestre de la pedriza o el cerezo que esconde sus raíces entre piedras. Disfrutas de las espectaculares madroñeras que ostentan flores y fruto a la vez, saboreas el rugoso madroño y recoges en las primaveras lluviosas  la deliciosa cantarela. ¡Ah…, y  qué sensación de imprevisible sutileza cuando el castaño se viste de candela y cuando en otoño, el encendido color de castaños, robles, fresnos, quejigos y almeces, cual paleta de pintor, la naturaleza impregna! Nada es comparable a  este impoluto y magistral marco, aislado de la muchedumbre y la ciudad, donde se respira el aire más puro del planeta, donde te sumes en la más virginal atmósfera, soñando  la vida, soñando el amor, leyendo a los poetas:

“Desde el umbral de un sueño me llamaron…
Era la buena voz, la voz querida.
-Dime: ¿vendrás conmigo a ver el alma?…
Llegó a mi corazón una caricia.
-Contigo siempre…Y avancé en mi sueño
Por una larga, escueta galería,
Sintiendo el roce de la veste pura

Y el palpitar suave de la mano amiga”. Antonio Machado