jueves, 9 de marzo de 2017

EXTREMADURA

DESDE CASA RURAL FUENTES DE ABAJO.

POR LA HERMOSA EXTREMADURA.

Atravesamos el Sistema Central por Puerto de Béjar para salvar en pocos kilómetros el gran escalón que separa las mesetas norte y sur. Serpentea la carretera nacional camino de Baños de Montemayor donde el agobiante tráfico del pasado ha desaparecido. Desde el automóvil tendemos la mirada hacia la población balnearia entre las abruptas laderas que aún conservan  algunos bancales cultivados sobre los que se eleva el enorme muro de contención de la autovía. Cruzamos la longitudinal arteria cuajada de servicios para el turista hoy menos concurrida que en  periodo estival y cuando ésta era la vía principal de comunicación entre Extremadura y Castilla y León.

Dejamos al margen el bellísimo enclave de Hervás, tantas veces visitado, al tiempo que las agradables temperaturas,  el despejado  azul cielo y el  alborear de la primavera acompañan nuestros pasos hacia Aldeanueva del Camino y los pueblos de ladera de  la Tras Sierra donde nuevamente la carretera se empina y culebrea entre cultivos aterrazados, berruecos y bosques de robles  que se adueñan de buena parte de un paisaje en el que el agua de las gargantas alegra con su canto saltarín e impacto visual los descansos en el borde de la vía.

¡Qué hermoso es detenerse en estos pueblos cuyos nombres y ubicación siempre nos han sorprendido! Gargantilla, Segura de Toro, Casas del Monte, los tres posados en la falda a medio camino entre las cumbres y el casi llano territorio que a través del Ambroz vierte sus aguas hacia el Alagón. Si bello es mirar hacia las alturas de roquedales y arboledas dispersas todavía sin germinar,  maravilloso es disfrutar  de las diferentes tonalidades que ofrece la llanada de Abadía, la Granja, Zarza…,  la azulada lámina del embalse de Gabriel y Galán en el encajado Alagón y los no menos llamativos matices de las montañas  que se expanden por el norte y el oeste.

Mientras caminamos, cautivan los naranjos repletos de fruto, las rosadas flores de prunus y melocotoneros, los amarillos jaramagos de una parcela, la paz de las empinadas calles, los sorprendentes restos de  pasadas civilizaciones y la afable charla con los lugareños de peculiar y agradable deje sureño.

De vuelta al llano, salpicado de cultivos dispersos,  verdes dehesas, encinares sin fín, olorosos jarales…, viajamos con parsimonia por carretas solitarias donde nada ni nadie obstaculiza las placenteras sensaciones de quien pone los cinco sentidos en todo aquello que le rodea. ¡Inefables son los sentimientos que embargan el alma…! ¡Qué emoción mirar hacia los campos que se tiñen de blanco y amarillo entre el verde claro del herbazal y el oscuro de la encina; contemplar el elevado semicírculo montañoso de blanco, azul, verde y gris; detenerse en una ribera donde crecen los ranúnculos acuáticos junto a restos de viejas construcciones, observar el vuelo bajo y pausado de la gris garza de largo cuello, la cigüeña blanca que picotea en la charca o el perseguidor vuelo del milano real tras el chillón y negro córvido!

 Estás saboreando la belleza de los campos,  escuchas las aguas del Ambroz y sabes que a poca distancia te espera el arte y la historia de la ciudad de Cáparra. Entras en el centro de interpretación, reflexionas con las imágenes del vídeo y te sumerges en las explicaciones de los diferentes paneles informativos. Sales al exterior y en la primaveral tarde recorres las excavaciones de la que probablemente fue, antes de la llegada romana, centro vetón;  más tarde, importante municipio romano en privilegiado emplazamiento en el Iter ab Emerita Asturicam, la principal vía romana que comunicó el occidente ibérico.   

No hay nadie; en el silencio y la soledad sigues las indicaciones, te recreas en los restos de viviendas, en las termas, en Kardo y Decumano, en el arco tetrápilo, en el lugar del antiguo foro, insulae y tabernae, en el sitio que ocuparon las Ventas de Cáparra, en la empedrada ruta y…,  desde la puerta suroeste tornas la vista hacia los campos circundantes donde pastan las ovejas y cómo no, vuelves sobre tus pasos, miras hacia las montañas y los pueblos colgados, bellos a la luz de la tarde y verdadero espectáculo cuando viajas en la noche y las luces de los pequeños lugares te acompañan como desperdigados  vigías del camino.        
























viernes, 3 de marzo de 2017

LA NATURALEZA IMPONE SU LEY


¡Qué poco queda de la vieja senda, de los campos de cultivo, de las Cocinillas, de la moda del baño en la Seria…! Apenas hay un tramo accesible del sendero  tantas veces hollado hasta la Pesquera  o la Vega el Torno. Ahora, algún intrépido pescador o aventurero es quien esporádicamente se desplaza por estos lugares.

Aunque nunca dominaron los cultivos por lo escarpado del terreno, hubo viñas, olivos y pequeños huertos en medio del matorral que ramoneaba el caprino, mantenía limpias las trochas e impedía el crecimiento arbóreo. También hubo pote y molino junto al río hasta donde por estrecha senda descendían las bestias de carga.

Desaparecieron los minúsculos huertos que se regaban con las aguas del regato Lázaro y el Rebollar, se abandonaron las viñas junto al río, los paredones con pies de olivos y queda como testimonio una parcela cuidada sobre el Cahocito. En pocos años han crecido robles, quejigos, almeces y encinas, avanza el matorral y las zarzas se apoderan del camino.   

Desaparecieron también las vecinas de la Santía y la Calle las Monjas que tomaban el sol, tejían, cosían y remendaban al amparo de las rocas que cortaban los fríos del norte. Las soleadas tardes de invierno y las estaciones intermedias siempre había mujeres en aquellos lugares que curiosamente llamaban  las Cocinillas. Probablemente le dieron tal nombre por lo abrigado de cada uno de aquellos sitios que las mujeres variaban con los días y donde además de solazarse y hacer las labores de zurcido daban repaso a las noticias de la población…O quién sabe si tal nombre tenía relación con lo mucho que allí se "cocinaba" entendido en el sentido de chismorreo... En los abrigos rocosos han crecido durillos, jusbardas y carrascas que dificultan ver los rincones protegidos. La misma suerte han corrido las solanas del Prejón donde las vecinas del Portillo y los Peñascos pasaban las tardes al sol, cosían y lavaban en la pequeña poza establecida en el regato Lázaro, allí donde los inquietos niños de escuela no podíamos resistir la tentación de tirarnos desnudos por la “refilitera” aquellos días de primavera  que llegábamos sudorosos tras haber recorrido leguas. ¡Más de un castigo nos costó!  ¡Y qué decir de otras tantas solanas…, Picuruche, Los Muros, Cámara Alta, Coyumbras…, tan frecuentadas en el pasado las soleadas tardes de invierno! Ninguno de estos lugares es hoy reconocible al haberse apoderado de todos ellos el matorral o el arbolado.

Bajo las solanas de la vieja senda, el antiguo molino y el pote, próximos al río, entre el Charco Montero y la Pesquera la Seria, son desvencijados edificios que con presteza cubre la naturaleza como el canal que aportaba las aguas para el movimiento de los ingenios artesanos. Mientras, la vereda hacia la pesquera es amasijo vegetal que impide el acceso. Y todo ello en el transcurso de poco más de un cuarto de siglo.

¡Qué pena de senda perdida a no mucha distancia del río donde el sol parecía detenerse en los días fríos de aquellos tiempos de hielo!


La Naturaleza impone su ley y el territorio que antes el hombre dominó retorna al estado primigenio.