lunes, 28 de abril de 2014

PAISAJES CON QUERENCIA, PERSONAS CON ALMA.

PAISAJES CON QUERENCIA, PERSONAS CON ALMA.

¡Tantas veces he recorrido este paisaje, tantas lo he  recordado, tantas soñado, que hoy de nuevo con la bella luz del día, la mente despejada y la inspirada e infundida ilusión de juventud,  emprendo mi particular aventura!

He iniciado el ascenso entre el laberinto rocoso de festones de hierba rodeado, de escobones de flores blancas y amarillas,   del olor a vainilla que la brisa matinal  trae de las cercanas flores de altas genistas, de gamones que siembran de blancos tallos la cuesta, de alguna máscula dispersa, tan diminuta, frágil y tan bella…, de la mirada del ganado que  hace un inciso en su comida y muge ante el paso del intruso.




He sorteado  obstáculos, he cruzado una ribera, he fotografiado flores, árboles y piedras.  Llevo más de  media hora caminando, siempre por empinada senda. Subo con respiración jadeante y el corazón  acelerado. Al tiempo que camino y observo, en el silencio de este orbe majestuoso, mil preguntas surgen sobre  este paisaje y  las gentes que habitaron esta geografía en la que se descubren huellas ignotas sin respuesta; ¡qué impresionante fue su trabajo! Siempre he admirado la anónima obra de aquellas personas que no figuran en ningún anal de la Historia.

Detengo el paso y sosiego, miro en rededor y nada turba las agradables sensaciones del alma ni la tranquilidad de la nítida mañana. Ahora respiro profundo y lleno mis pulmones del aire suave de primavera, palpo la fresca roca y contemplo la impresionante obra de la cerca, piedra a piedra sin argamasa sujeta. Es tan mágico el lugar que me siento sobre la hierba, cubro mis ojos mientras reposo y vaga mi mente por vida y tierra de un espacio cercano,  para muchos  perdido para siempre. Como si de ayer se tratara recreo una y mil escenas. Veo trabajos ingentes, sudorosos rostros de hombres y mujeres en una labor incesante para crear un paisaje en el que vivir. Veo padres esforzados cavando a montón, cavando las veras, haciendo profundas gavias que luego entierran; surgen imágenes de arada, siega y  eras. De cargas de leña, de uvas y fresas. Contemplo mujeres lavando la ropa en el arroyo, cosiendo en la solana, recogiendo uvas en octubre y aceitunas en los fríos días del invierno. Una reata de caballerías transporta banastos, sacos, árganas y aguaderas. Desde los Pajares, Rando, las Huertitas, el Hituero, el Cancho… los caminos se llenan de personas y bestias. Veo niños que ayudan en las tareas, no parecen quejarse, van transportando pequeñas piedras que los padres colocan sabiamente para proteger el suelo de cultivo. Niños que recogen las hojas de robles y castaños que sirven de cama en los establos; esperan las cabras de la piara y luego ordeñan; suben a los árboles y cortan ramas que forman haces para el alimento del ganado; también siegan la hierba y sarmientan. Dentro del duro avatar de la vida, parece una idílica escena, sin ambiciones, en armonía con la naturaleza. Pero…, nunca fue tan idílico el mundo del encorvado hombre sobre la gleba. ..

Despierto de mi ensueño y reflexiono acerca de nuestra era, de los cambios habidos en personas y  en la vida entera. Imágenes fugaces cual estrellas surcan mi mente. Ciudades, grandes obras, crudas realidades sociales, conflictos, crímenes contra la humanidad cada día, mentiras y guerras. No quiero verlo. No puedo. ¡Mejor hoy no…! Miremos hacia otro lado, no rompamos la magia del lugar ni abandonemos las  emociones de la primaveral mañana, pensemos en la naturaleza, en las personas buenas, en los signos de  humanidad y en las palabras que alientan.   

A poca distancia un abrigo rocoso y bajo él, mimetizado, un sorprendente nido de golondrina dáurica. ¡Qué curioso, qué alejado de la civilización y el ruido, qué belleza de construcción lejos de posibles depredadores, qué sabia naturaleza! Salvada la distancia y magnitud me recuerda los dólmenes de galería y posterior cámara. Aquí, no para reposar eternamente sino para engendrar nueva vida en la mullida estancia de plumas enfundada. Me retiro, podría entorpecer la crianza. Desde cierta distancia observo cómo se acerca la madre. ¿Qué lleva en el pico? ¡Una pequeña larva, un insecto…!  Quizá no tarden mucho en volar los polluelos;  se alimentarán de los diminutos voladores que a contraluz  se reflejan cuando miro al cielo.

Tomo mochila y cámara. Emprendo de nuevo la marcha y continúo subiendo entre la misma belleza pétrea. Conforme gano altura voy contemplando más y más tierra. Allá lejos la Peña; más cerca el espectacular Castillo, montaña de formas seniles, de arquitectura vieja. Cojo los prismáticos y observo la Puerta del Sol del Castillo desde donde más de una  mañana hace años vi amanecer. ¡Cuántos recuerdos me trae…, desde aquellas excursiones juveniles a las más recientes visitas en las que poco a poco se van cerrando las sendas sin que se atisbe solución al generalizado abandono! Necesito volver y hollar el dilacerado paisaje que tanta hermosura e Historia encierra.


Por las alisadas rocas corren hilillos de agua que rezuman del musgo y  la hierba. Al caminar, resbalan las piedras. Hay que tomar precaución en este territorio de soledad donde nadie escucharía mi voz ante cualquier emergencia. Pero…me agrada esta aventura de senderista solitario que observa, toma notas, fotografía cuanto le sale al paso e indaga por todos los rincones a la par que piensa en  vida y personas buenas mientras la andariega bota hace huella; no es la primera vez que día  tras día y en soledad he recorrido leguas. Aunque los años pesan y la cabeza no esté tan despierta, hoy parece un día muy especial. Es como si recobrara los aires de veinte abriles. Pero no quiero engañarme; tal vez a la caída de la tarde sienta el cansancio propio de un esfuerzo desmedido; toda prudencia es poca. Procuraré medir mis fuerzas.


He llegado a un punto donde la pendiente quiebra, sitio ideal para ver y no ser visto, para establecerse y gozar de las grandezas naturales. Merece la pena merodear y disfrutar de tan sobrecogedor paisaje. Soy afortunado de gozar de esta escenografía hoy olvidada que tanto esfuerzo costó domeñar a nuestros antepasados, seres que vivieron para trabajar y subsistir con el mínimo disfrute. Tal vez sí disfrutaron, no de las ciudades, ni del dinero, ni de las nuevas técnicas sino viendo las cosas bien hechas, las paredes perfectas, la cercana fuente siempre limpia para saciar las sedes en cualquier faena; viendo crecer a los niños y procurando una vida mejor para ellos y que no enterraran los pies en la tierra. Es seguro que disfrutaron de la amistad, la palabra dada, la colaboración, el cariño, la familia, vocablos que esta sociedad quiere desterrar. Pero no…, en el tránsito de esta vida quedan personas buenas que no entienden el vivir de otra forma que no sea entregándose a los demás. ¡Dejémonos guiar por ellas!

Continúo mi andar solitario por zona de matas frescas, entre  bardas que ofrecen todavía el verde pálido aterciopelado propio del inicio de germinación. A trechos, un espino albar y el penetrante olor de sus flores, unas rosas de peonía, azulados jacintos y hierba, mucha hierba, alta y endeble como forraje. En medio de este robledal, signos indelebles de primitivo hábitat. En poco espacio dos tumbas antropomórficas, acumulaciones de roca de posibles asentamientos y dos lagares rupestres semienterrados. Revivo con emoción el momento y evoco la intensa conmoción de aquella tarde de invierno en que se producía el hallazgo  cuando conducido por una especial querencia veía  el corte en ángulo recto de la pila principal de uno de los lagares.  Miro hacia la copa de los altos robles y no veo el nido de águila que hace poco ocupaba un lugar señero en el más grueso de ellos. ¿Qué habrá sucedido?



En esta fraga inmensa, en parte impenetrable,  la nostalgia se apodera mi. A pesar de las lluvias la fuente está seca, ocupada por una sauceda de tronco colosal; las paredes de los bancales apenas se perciben y en el antiguo huerto crecen enormes zarzales. No quedan restos de  viña ni tampoco de  frutales. La maleza entretejida en pocos años se ha apoderado de todo. Evoco las tardes de riego con los pies descalzos, las manzanas  verde doncella y aquellos preciosos días en los  que recogíamos las cerezas. Recuerdo el nido de oropéndola en el extremo de una rama, los hermosos tonos amarillos de esta ave migratoria y su canto reiterado al que los niños dábamos respuesta preguntando  ¿“gurupéndolo…, me enseñas el nido”? y  el ave reticente respondía “no, puto judío”. ¡Cuántos años hace de esto! La imaginación vuela ¿Qué tendrá el paisaje en el que  evocamos situaciones y  personas   que provocan tan sublimes emociones? Me acerco a la perfumada madreselva, junto al enorme canchal de redondeadas formas. Parte de ella está seca; ya nadie corta sus ramas ni aprecia la más sutil de las fragancias de primavera. Todo a mi alrededor está lleno de recuerdos, de pequeños detalles que hacen la vida más bella, lugares y vivencias nunca olvidados, tras años in situ  recobrados.  Me estoy haciendo viejo. Esta mirada evocadora, “como si cualquier tiempo pasado fuera mejor”, creo que es un signo de debilidad, de un norte perdido difícil de recuperar.

Dejo atrás el paisaje arruinado con  el nuevo sesgo de primigenia selva. Llego a un claro del monte en el que veo piedras hincadas paralelas entre si cuyo significado no acierto a descifrar. Es evidente que no se trata de una conducción de agua. ¿Qué pudo ser? Tampoco sabría explicar la enorme circunferencia de piedras que sobresalen ligeramente del suelo. ¿Fue algún antiguo corral hace muchos años abandonado? ¿Fue la cimentación de una gran choza o vivienda en plena naturaleza?

¡Ah, qué maravilla! Acabo de ver surcar el cielo a la cigüeña negra. Sorprende el vuelo bajo y la ausencia de movimiento de las alas. Vuela solitaria como camina solitario el senderista. Rápidamente ha desaparecido ¡Es una pena!

Entre cantuesos en flor y aromáticas plantas me voy acercando a las altas peñas, cada una diferente y con tan sugerentes formas que  podríamos atribuirle un símil en el mundo animal. Ésta aparenta una tortuga, aquella un pingüino, la otra una foca con la cabeza vuelta; aquella tiene el aire de un héroe dominador que a todos inquieta. He subido con facilidad a una de estas peñas desde donde diviso grandes superficies. Es prácticamente plana en su parte superior. En un lateral hay una marmita de erosión que acumula un poco de agua y al lado lo más parecido a un asiento de corrosión natural. En tan agradable  sitio y con tan llamativas perspectivas he decidido descansar, tomar un poco de agua, unas notas, pensar, soñar…



Pronto será hora de comer. He traído la socorrida tortilla de patata rallada, con perejil y  ajo picado, algo de embutido y poco más. El vino casero, como es de rigor, no podía faltar y en esta época del año, el aliño para una ensalada de “pimplina”, tal como por aquí se conoce a tan exquisitas hojitas, es también obligado.
Me he acercado a manantial conocido donde ningún año falta la maruja. He cortado con cuidado la necesaria para el momento y tras el ceremonial de limpieza la he aliñado. ¡Qué rica me ha sabido, qué bien la tortilla y el embutido acompañado de un trago! Ahora descansamos y observamos…


Es hora de moverse e iniciar la búsqueda de posibles hallazgos. Transito por paisaje recio y descarnado, de escueta tierra, de pobres matas, de covachas y vivares. Es zona de erosión altamente antropizada que muestra las desnudeces de la roca madre donde el suelo en pendiente ha sido lavado. Junto a un gran bloque tajado por el rayo veo los restos de un aprisco desvencijado y abundantes trozos de fina pizarra. Doy vueltas por el entorno y nada veo que se aproxime a lo que voy buscando. Llego hasta el cercano regato. Subo y bajo. Escudriño entre unos robles altos donde de nuevo hallo restos de pizarra y acumulaciones de piedra que me hacen sospechar que hay algo. Es baldía mi búsqueda. Desisto de mirar en este extremo y conforme camino voy mirando piedra por piedra en territorio casi lunar no exento de peculiar y llamativa  estética. He llegado a la zona opuesta, cerca del lugar donde hace años localicé un lagar de único recipiente y otro simplemente señalado. Pienso que puede haber algún otro. Busco con insistencia no dejando rincón. Ha pasado un rato largo. Diminutas y delicadas flores se hallan al resguardo de bloque esférico que como una sonrisa elevan el ánimo. Subo al granítico canchal y desde arriba voy mirando. Nada descubro. He bajado de la roca y persisto en mi labor. A no mucha distancia doy un salto y  grito, “alea jacta est”, la suerte está echada; mejor, la suerte me ha llegado. Un pequeño y precioso lagar bien conservado. Pila mayor  de pisado, perfecto bocín y pilón donde recoger el mosto. ¡Qué agradable sensación, que satisfacción cuando te esfuerzas, cuando sueñas y localizas lo que vas buscando!



He tomado medidas, anotado características y fotografiado por los cuatro costados. Feliz he seguido rumbo hasta volver al alto cerca del camino. Deseo sentarme, contemplar, soñar y aguardar un rato. Aún queda día. Este accesible berrocal, como mi propio apellido, es el punto ideal para permanecer hasta que el sol vaya declinando. He soltado cámara y mochila y tumbado sobre la roca he querido vagar por un mundo de fantasía.

Tal vez estoy obsesionado con mis investigaciones; creo que como cualquier humano. Unos sueñan con un coche de muchos caballos, otros con un palacio; algunos con el poder y control sobre los demás o ser los más ricos del planeta. Países ricos con esclavizar al pobre…  No  entiendo que el sueño del dinero y el poder provoquen tantas desigualdades sociales, tantas injusticias, que mueran tantas personas por la ambición de unos cuantos. Algunos tenemos pequeños sueños, descubrir retazos de nuestro pasado, una jornada en la naturaleza,  una sonrisa,  un gesto cariñoso, una agradable palabra, el sueño de la amistad recobrada…Soy hombre de pocos sueños pero hoy he tenido uno de ellos.

No se durante cuánto tiempo he dormitado,  soñado y  vivido vagando en confusión de ideas… Y tras el lapso transcurrido,  con bella y humana sonrisa me han susurrado: “es el crepúsculo, abre los ojos y contempla el resplandeciente atardecer,  disfruta la luz poderosa del ocaso de esta feliz jornada y sonríe con la ilusión que te  han inspirado”.



El paisaje que ahora contemplamos es el resultado de una larga y compleja evolución natural y de la milenaria intervención del hombre sobre el mismo. Recorrer estos lugares es fuente de inspiración, de emoción, recuerdo  y reflexión acerca del pasado y presente natural y humano. Sin sensibilidad  ni se siente ni ilusiona esta bella  Naturaleza que nos rodea en la que nuestros antepasados dejaron una huella que nos cautiva y provoca no pocas interrogantes.

A María por su gran sensibilidad hacia los paisajes serranos y  la ilusión que siempre trasmite.











miércoles, 16 de abril de 2014

RECÓNDITO LUGAR

RECÓNDITO LUGAR:
No es el “Bíblico Jardín” ni los Elíseos Campos donde moran los Dioses; es un rincón profundo y apartado al lado de un arroyo, entre fresnos, quejigos, saucedas, prados… Y a escasa distancia,  paredones de viñedo, reliquia de cultivo ancestral. Es…, un poético lugar que  cuerpo y  espíritu alimenta.

Bulle la vida sin cesar en el entorno de la corriente. Un permanente murmullo de cantos que se entrecruzan puebla el fresco y arbolado rincón al tiempo que el agua entona su propia melodía. Abundan los huidizos ruiseñores, los jilgueros, mirlas, herrerillos, oropéndolas… Los fresnos visten tierno y bello verde, las retamas lucen amarillo ropaje; las violetas forman perfumados círculos, las aguas florecen con sus característicos ranúnculos, el siempre verde rusco se adorna con el rojo de sus frutos; brilla el botón de oro y la cornicabra; tímidamente apuntan lirios y quejigos… Pronto florecerá la madreselva. Y mientras todo ello sucede junto al agua, poco más arriba, las vides lloran y empapan la tierra. Son lágrimas de sufrimiento, del corte de  ramas y  venas. El agricultor ha podado estas  cepas viejas.
                                                
¡Qué contraste! Mientras hierve regocijo en el arroyo, la vid solloza. Y entre vides y ribera el hombre de campo que escucha la agradable sinfonía, observa el llanto de la parra y  piensa: pronto cicatrizará  la rama herida y vendrá abril con sus lluvias, vientos o tormentas y la vid aguantará. Llegará mayo y quién sabe si vendrá tardía helada que congele las yemas y la vid resistirá. Llegarán junio, julio y agosto y la vid  soportará el sol que quema. Llegará septiembre y el fruto maduro aliviará penas y afrentas. Llegará octubre y noviembre y ya hay una nueva cosecha del elixir de Baco, alimento y quita penas. Y así año tras año, primavera tras primavera

¡Pobre cepa que sollozas, qué sería de ti si el hombre no te hiciera llorar, no te cuidara o atendiera; morirías en poco tiempo y de nada servirían tus ramas viejas!  

¡Oh vieja vid que cubriste esta tierra; vid cultura y alimento del mundo mediterráneo, vid que poco a poco desapareces de este territorio fruto de la incuria de los humanos!

Y en medio de esta naturaleza, en parte silvestre, en parte humanizada, el agricultor se hace preguntas y se da respuestas. ¿Acaso no hay similitud entre la vida de la parra y la humana existencia? La vid sufre y llora antes de alumbrar nueva vida; crece, da frutos, alegrías y a veces tristezas. ¿Y los humanos? También sufren,  lloran, cicatrizan sus heridas…, procrean, viven en regocijo, viven en tristeza. Lástima de los seres que por la ambición del otro sufren hambres, muertes  y guerras. Pero… ¿Qué sería del resto de los hombres si no hubiera convivencia, si no hubiera personas con cariño y amor, gentes desprendidas que alimentaran el alma y aliviaran las penas?