jueves, 6 de octubre de 2016

RUTA DE LOS LAGARES RUPESTRES, DONDE LA NATURALEZA Y EL ARTE SE DAN LA MANO.


Despierta los sentidos, abre tu mente y descubre la Naturaleza; percibe cada lugar, el árbol, la roca, la flor;  escucha el paisaje que te habla, el viento, el agua, el canto de los pájaros, el raudo paso del corzo o el inconfundible vuelo de la perdiz; palpa el suave liquen, el mullido musgo, la aterciopelada joven hoja del roble y la dura roca; saborea los frutos de la tierra en cada una de las estaciones; huele las flores, las hojas y la tierra, aprecia sus formas y colores. ¡Siente, siente…, mientras caminas...!  

Contempla el arte vivo que el paisaje natural te proporciona y la secular huella del humano en forma de bancales, fuentes, eras, corrales, construcciones diversas, lagares rupestres..., y cuando todo ello  recale en tu interior exclamarás:

 ¡Qué mayor arte que el de la Naturaleza y  la prístina historia donde todo se conjuga y nada distorsiona, donde nuestros antepasados crearon un arte, el arte de la supervivencia a la par que dejaron huella artística indeleble en un paisaje que a retazos hoy disfrutamos!
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Desciende de tu coche y sitúate frente al pueblo de San Esteban  y la Peña; recréate, sumérgete en estos pueblos y esta Sierra, la Sierra de Francia, de la que somos parte importante aunque muchos nos olviden.


Observa el panel de inicio de la Ruta de los Lagares Rupestres y comienza a caminar entre las paredes que acotan el amplio  camino. No pierdas de vista los hermosos olivos ni las viñas o huertos; piensa que ese humanizado paisaje ha sido fundamental históricamente para los habitantes del lugar.

Si realizas ruta en período de lluvias verás que el agua discurre en superficie; sortea las aguas que conforman el intermitente regato Lázaro y las que vienen desde las Lanchas y no olvides fotografiar el olivo de tres troncos, Olivo de la Cofradía.

Cuando llega lo duro de la cuesta nos encontramos en las Lanchas, alisados granitos que por el desvío del antiguo trayecto apenas se perciben. Cornicabras, escaramujos y espinos son algunos de los arbustos del entorno en el borde de campos de cultivo. Sigue ascendiendo hasta el Mirador del Guijarral y desde allí, además de las escenas de tradicional vendimia en el panel, mira qué bello es San Esteban y los montes del Castañar, el Cancho y el Tiriñuelo. En la lejanía verás la Peña de Francia y un poquito de la Sierra de Béjar en dirección opuesta.

 Te darás cuenta que por momentos has cambiado de litología y que por alusión a la misma se le ha denominado al lugar Guijarral. Por favor, no confundas la pila de granito a la derecha del camino, antiguo registro de agua, con un lagar. Nada tiene que ver.

Llanea por escaso trecho, observa los magníficos almeces de tu izquierda y los fresnos de la abandonada y pendiente pradera. Atención con las plantas que crecen en el humedal del camino; no equivoques la mortal cicuta, “pella” para los lugareños, con perejil gigante, frecuente error en muchos senderistas.

Nuevamente el camino se empina hasta el primer lagar visitable en el Pago de Bajenoso. Si realizas ruta en primavera multitud de flores te acompañarán; si tienes suerte verás los cerezos en flor, gran placer para los sentidos ver como se tiñen de blanco y como el zumbido de las abejas no cesa. Las amarillas retamas te dejarán olor inconfundible mientras vas salvando la cuesta y un indicador a tu izquierda te mostrará dónde se halla el lagar rupestre. Sube con calma y cuida no resbalar en la arena suelta o en la húmeda piedra. Ya ante el lagar, aprecia que tiene dos recipientes realizados en granito, roto el agujero de comunicación entre ambos y una excavación paralela a la pila mayor; es el anclaje de prensa.


Observa el  panel informativo y descansa en el banco de piedra; mira hacia las profundidades del territorio que denominamos Callejones y no pierdas de vista la ladera de enfrente donde los bancales reptan hasta las alturas. ¡Qué buenos caldos salían de las viejas cepas pero qué duro era sacar fruto a estas tierras! Si es otoño gozarás de los más bellos matices en el abigarrado matorral y árboles de porte alcanzando tu vista hasta el hermoso marco de San Esteban cuyo castañar es un haz iluminado antes de perder la hoja.


Sigue camino y a poca distancia verás el indicador del segundo lagar de Bajenoso. Aunque está deteriorado merece la pena observar sus dimensiones y la muy evidente pendiente para el fluir del mosto. El pilón está desgajado de la pila mayor, en posición opuesta a la natural. Acércate al mirador de la Erita Pedro Miguel y la destruida Peña el Lechón. Ensimísmate en el paisaje de rocas, matorral, de aguas en el abismo, de paredones abandonados; lee el paisaje como quien lee un libro con atención. Es delicioso ver cómo surgen los narcisos, cómo florecen las peonías, qué saludable es el cantueso, qué penetrante  el olor de la lechetrezna en flor que a tantos insectos atrae.  Pero, ¡ojo!, hay plantas que es mejor no tocar si no las conoces, como tampoco se debe deteriorar aquel patrimonio natural o el cultural que lleva siglos de existencia.

De vuelta al camino principal, observa a tu derecha la sucesión de paredones, los enormes berrocales y la piramidal montaña cuya cresta es de duro cuarzo.

Sigue por planos derroteros y de vez en cuando asómate hacia el Alagón. Las chorreras de la zona y la musicalidad de las aguas son un aliciente más en el camino. Si te acercas  apreciarás las abstractas, naturales y escultóricas formas que jalonan el curso del río, verdadero arte de naturaleza pétrea.

En el umbrío Bajenoso muchas veces sopla el viento como el de una corriente y es necesario abrigarse; otras, es una suave brisa que te acaricia cuando haces la ruta temprano en las mañanas de estío. Aprende a disfrutar de los cambios de tiempo, incluso cuando la fina lluvia te acompaña, te cubres con el impermeable y el paraguas y sientes un especial olor de tierra mojada, de hierba fresca, de verde hoja o planta en flor, respiras hondo, te embriagas y gozas del especial placer que sentimos los humanos ante la madre Naturaleza.

Aprecia los geranios silvestres en el borde del camino, la maruja sobre las aguas, las formas rocosas, las lígneas y ramificadas esculturas, reliquias del fuego; detente en la Fuente el Guijo y más adelante en la del Roble. Es el Pago de Valmedroso donde los huertos que se regaban de ambas fuentes, por riguroso orden, están abandonados. Las bestias de carga ya no sacian su sed en ellas  ni tampoco viandantes o vecinos.

Ya estamos en el regato de  Valmedroso. ¡Qué viejo y curioso topónimo! Tan viejo como que aparece citado en la Baja Edad Media cuando en la zona más intrincada, aguas arriba de donde te encuentras  el oso tenía su guarida durante la otoñada y el invierno. Te hallas en primoroso lugar, boscoso y bravío tras abandonarse viñas y huertos de las inmediaciones, paisaje en el que son frecuentes  los trinos de pequeños insectívoros, donde quizá escuches el canto de la mirla, el vuelo de la pega o la gaya y avanzada la primavera de la bella oropéndola; en ocasiones, la berrea del corzo en la espesura. Es paisaje arbóreo, de matorral  y de diminutas flores que gradualmente verás florecer a lo largo de la primavera: la prímula, el botón de oro, el cerezo silvestre, el espino albar, la Orquídea mascula, el Gladiolus ilirycus…

Valmedroso te ofrece un otoño de irresistibles tonalidades de chopos, cerezos silvestres, castaños, nogales, robles…, un lugar donde, si eres sensible, en los silencios humanos tus sentidos te harán vibrar.  

Tras la gran curva se inicia la cuesta de Valmedroso, llevadera si no exageras tu ritmo. A tu izquierda, después de pasar dos huertos cultivados, quedan los bancales abandonados de otros antiguos huertos y sobre ti, esqueletos de ígneo proceso y,  cual resto de fortaleza, las paredes de antiguo corral estratégicamente ubicado.

Has llegado a la bifurcación hacia el Prado Concejo. Si te apetece ver un nuevo lagar, el panel de tu situación, acceder hasta las eras y el ciclópeo bloque no lo dudes aunque te demores y la cuesta requiera esfuerzo. El ingente menhir es todo un hito en el camino, es un monumento natural que desafía la gravedad y que muchos artistas hubieran deseado crear. ¿Acaso no es esta enorme roca de múltiples caras una obra de arte regalo de la Naturaleza?  ¡Qué gran soledad y paz se respira en el elevado y granítico solar frente a lo que fue algarabía de trilla sobre la gran losa, todavía vigente en el último tercio del pasado siglo! Sí, para los incrédulos, aquí , en esta tierra, fueron muchas las eras sobre  lanchones de granito.


Si haces la ruta en solitario podrás saborear la Naturaleza de manera muy especial. Puedes ver las diversas caras de la peña caballera, la erosión de cercano bloque, los bolos bajo el sitio donde te encuentras, pueblos en lejanía como San Esteban, San Miguel o el Tornadizo, montes de las Quilamas y más distante aún, el cordal donde se elevan la Peña y la Hastiala. A veces, el vuelo del leonado, del milano real o el negro, de la cigüeña negra, del águila culebrera… Es posible que en la paz del apartado lugar y henchido de satisfacción interior suene una música de fondo, tu música  preferida muchas veces escuchada, como si fuera emitida por el paisaje que te rodea.  

Si vas en compañía, departe con amigos o familiares, disfruta del descanso y refrigerio y permite que los niños alcancen los asientos fruto de la corrosión granítica. No olvides merodear por el ventilado Prado Concejo y dependiendo de la época del año admira cuánta y variada belleza entraña esta tierra, desde los erosionados granitos  a las rupícolas plantas,  las  gamonas en flor, las peonías, los azulados jacintos, los contrastados verdes, los inmaculados cielos azules o tal vez los días de nieblas vaporosas que parecen introducirte en un mundo mágico y mistérico al contemplar el monumental menhir…

Retorna al camino principal para introducirte en  el Pago de las Huertitas; camina y siente bajo el bosque mixto de robles, castaños, cerezos silvestres, fresnos… El arbolado te protegerá de los vientos, del frío y del calor a la par que te conducirá  por una de las bellísimas discontinuidades del camino.

Mientras te recreas escudriñando el tupido arbolado, escucha el musical fluir del río no lejano, observa cómo se desliza el agua por las piedras, cómo crece el narciso de las praderas, cómo se puebla de gamones la cuesta, cómo los bellos robledales se cubren de los rizados líquenes de verde y gris. Y quizás…, mientras haces camino, recuerdas los versos de Rosalía:

Que tan bello apareces, ¡oh roble!
De este suelo en las cumbres gallardas
Y en las suaves graciosas pendientes
Donde umbrosas se extienden tus ramas,
Como en rostro de pálida virgen
Cabellera ondulante y dorada
Que en lluvia de rizos
Acaricia la frente de nácar.

Tienes muy cerca el primer lagar de las Huertitas, bello y bien conservado, mejor que ninguno de los hasta ahora vistos. Camina unos pasos a tu izquierda y te sorprenderás, te maravillarás, te interrogarás acerca de sus autores, el tiempo, los materiales de excavación, los fines… Es lógico que lo hagas. ¿Quién que reflexione, contemple y aprecie este patrimonio no lo hará?


Estás inmerso en Las Huertitas, zona de muy viejo poblamiento, de abundantes huertos y cultivos en el pasado y hoy de preciosos rincones boscosos donde no es necesario invocar    el “torna, roble, árbol patrio, a dar sombra cariñosa a la escueta montaña…”

Camina con los  cinco sentidos puestos en esta hermosa fraga en la que tantas y tantas cosas te pueden seducir, desde el delicado olor de las violetas acogidas al fresco y umbrío muro, las paredes de los cercados recubiertas de musgo, la más que agradable madreselva, el tierno verde del fresno y ¡cómo no!, el peculiar anclaje de prensa  del segundo lagar de las Huertitas.


Estás a un paso de Randino,  punto donde hallas más restos de primitivo hábitat que en todo el recorrido. Diversas estructuras, algunas circulares, pueden apreciarse en el entorno de los tres lagares, uno de ellos de única cavidad. Los otros dos son perceptibles sin que  se haya llevado a cabo  su total limpieza. De esta forma podrás darte cuenta de la dificultad que entraña a veces localizar estas lagaretas. Las cercanas peñas donde una prominencia hace las veces de mesa natural pueden servirte para descansar, tomar notas, fotografías o un pequeño refrigerio. Escucharás el canto del cuco y verás el vuelo de las rapaces, el rápido corzo en las mañanas o atardeceres y en el suelo las huellas de  jabalíes que hozan por doquier. Y si  la suerte te acerca en un día de otoño y te sumes en un banco de niebla difusa, entre la hermosa arboleda, tal vez te transportes a las brumas norteñas, cobijo de leyendas, entre los encendidos tonos de hojas que susurran y gotean. Si eres amante de las setas, sin duda encontrarás diversidad de ellas aunque no todas sean comestibles. Si eres desconocedor, olvídate y déjalas en su lugar para que otros puedan apreciarlas.

Todavía estás en las Huertitas, tierra de grandes vaivenes a largo de los tiempos que si eres observador habrás ido descubriendo. Te llegará el olor del pino invasor donde hubo viñedo en la segunda mitad del pasado siglo, verás más robles y castaños y no lejos otro rodal de pinos de particular repoblación antes de llegar a la curva que te conduce hacia el Jardito, área de muy buen fresón en las décadas de los sesenta y setenta.

Comienzas a ascender suavemente el trastocado paisaje en el que las viñas son retamares, y los huertos y tierras de fresas extensa pradería cuajada a trechos de robles.  ¡Qué cambio tan radical el sufrido en apenas treinta años! Del aprovechamiento integral de las aguas se ha pasado a la pérdida de los manantiales o a la aparición de saucedas que absorben en su totalidad el líquido elemento.

Pasarás junto a una poza a tu derecha de la que chupan robles y  la trepadora hiedra, tan aferrada por sus raíces aéreas a los troncos por donde escala que con el tiempo es posible que los robles lleguen a caer o se sequen. No es extraño ver entre su follaje distintas aves que aprovechan sus frutos o anidan ni tampoco la libación tardía de abejas en una planta por otro lado venenosa para los humanos.

Salvando un último tramo de cuesta te vas acercando a Majallana, topónimo que fácilmente te explicarás. Sobrevive el magnífico corral que nos habla de la importancia ganadera pasada ya que en el presente no juega papel alguno como tampoco las eras de césped o piedra que en el lugar se establecieron. Es un resto más de la prístina Historia. Sobre el lanchón de granito te espera mesa y asiento por si te apetece hacer un alto en el camino y contemplar la preciosa vista sobre la Peña de Francia y los núcleos lejanos. Si el día es frío o sopla el viento, bastante frecuente,   puedes recurrir a refugiarte en el interior del corral donde sus paredes te guarecerán. Cuando domina la calma, sentarse y disfrutar de tan especial sitio es una delicia para el senderista.

A tu izquierda observarás una viña y un estupendo campo de cerezos; es la reliquia de territorio muy humanizado a lo largo del siglo XX y que fruto de la alta emigración ha quedado abandonado.

Te quedan poco más de doscientos metros de pendiente para decir adiós a las cuestas. Hacia los Lagarejos subes entre el dominante bosque de robles cuyo suelo se puebla de prímulas, violetas y peonías durante la primavera. Es también el viejo ámbito del  desaparecido caprino en el estío aprovechando el sotobosque sobre todo de bardas.

Has llegado al dique de cuarzo y ya comienzas a llanear por los Lagarejos entre el mismo bosque que te ha acompañado, con la novedad del tojo, alguna jara y la carqueixa, también el extenso pinar a tu derecha  donde en tiempos crecieron las fresas. En el frecuente barrizal de la cuneta, de nuevo la huella del jabalí que se revuelca.

Tras un tramo de abundante sombra  en lo que fueron los huertos del Prado Barrero, llegas al Muñiquero. Han desaparecido los árboles, prospera el matorral y las plantas aromáticas y tienes ante ti un amplio panorama que te llenará de satisfacción. ¡Abre los ojos y mira en cualquier dirección! Delante de tus ojos observa desde la Sierra Menor a las montañas de Ávila, el Macizo Central de Gredos, la Sierra de Béjar y las sierras del norte de Extremadura.

Estás en el punto más elevado del recorrido a más de 900 metros sobre el nivel del mar y hace rato que no ves ningún lagar. ¿Quieres quedarte estupefacto? Abre la cerca y no olvides cerrarla a la salida, gira hacia tu izquierda y en un santiamén llegas ante una bella y grandiosa obra de arte, el lagar del Muñiquero. Te surgirán muchas preguntas, como a tantos y tantos visitantes que te han precedido. No pienses en lugar sacro o  ritual. Si acaso, el vino de Dionisos,  Baco y de tantas y tantas fiestas es el auténtico ritual.


¡Qué maravilla de lugar! Cuánta tierra en rededor para admirar paisajística e históricamente. Si pisas sobre el cantueso o el llamado por aquí “tomillo fino” sentirás el agradable olor de las aromáticas y medicinales plantas; si miras en cercanía, descubrirás nueva era sobre granito y no lejos el núcleo de trashumancia local de los Pajares. Más distante, podrás adivinar el principal paso entre la Meseta norte y sur,  de la Ruta Tartésica, de la Vía de la Plata, de las Cañadas Reales y las vías de reconquista y repoblación. Allá, bajo las nevadas cumbres de la Sierra, el hermoso pueblo de Candelario. ¡Recréate, siente esta bella Naturaleza, merece la pena!

Desde aquí el trayecto es llevadero. Haz camino de placer y no pienses en el frío, el calor o el cansancio. Disfruta del bello rosal silvestre, del endrino, los diferentes acianos, el diente de león…, y repara en los dañinos y pendencieros rabilargos que en bandadas surcan bajos los cielos. Sigue llaneando hasta llegar a las desvencijadas construcciones de los Pajares, mira las nieves manantial de aguas puras de la sierra y no pierdas de vista los prados, teñidos de verde y el amarillo  jaramago. Quizá te llega el olor del vacuno, el sonido del cencerro de la vaca parida y afilada cornamenta. Estás en el campo y esos olores y esos sonidos forman parte del medio ambiente cercano.


Ya no verás los grandes rebaños de cabras y ovejas ni el mular o el porcino pastoreado, ni olerás las fresas de final de temporada ni escucharás la gaita y el tambor ni tampoco a los niños correteando. Es historia pasada. Seguramente no sabes que aquí vivieron familias de forma permanente y otras de temporada, que los niños iban a la escuela de San Esteban cada día andando y que por turno riguroso cada día, desde San Miguel de Mayo hasta después de vendimia, desde San Esteban se venía a ordeñar las cabras de cada vecino. Era la tradición de la “duda”, una especie de vecería establecida entre los propietarios del ganado caprino.

Fíjate en la arquitectura que, aunque en gran parte demolida, te muestra características muy diferentes a las de San Esteban y otros pueblos de la Sierra de Francia; la de los Pajares es más cercana a la de los pueblos del llano. La altitud y las condiciones climatológicas han sido primordiales en ello.

En un antiguo corral de caprino podrás ver un pequeño lagar, uno de los doce hasta el momento localizados en este pago y no te despidas de este excelso mirador serrano sin ver las obras de arte que representan sus eras ni los balcones y ventanas que desde la primera de las eras  te acercan a la Sierra de Béjar donde también podrás ver lagar empedrado si eres observador. 

Debes saber que al lado hubo ermita y culto en tiempos ya lejanos y también romerías, meriendas por San Juan y San Pedro y hasta carreras de mulos y caballos.

Tus piernas te llevan fácil  descendiendo hacia el inicio de  travesía por parajes que merecen ser admirados. A tu izquierda no pierdas de vista la cambiante Sierra de Béjar y sobre el plano elevado de tu derecha observa el ruiniforme, acastillado y arriscado dique de cuarzo. ¡Qué señera altitud desde donde dominar tanto espacio, deleitarse, soñar…!

Todavía puedes ver otra era, la del tío Pablo; también un lagar de la misma familia que debes contemplar por lo bien conservado, el escenario y el anclaje para prensa.

En primavera las jaras te impregnarán del pringoso olor de sus hojas mientras observas el paisaje teñido del blanco de sus efímeras flores.  Contrastarás el albo color de la jara en flor y el albar espino y el  morado del cantueso; te llamará la atención el verde y rojo de la cornicabra que apunta, el claro verde del roble  y el oscuro de la encina y alcornoque.

Desciendes sin cesar por bello territorio  en cualquier época del año. Preciosas las estaciones de primavera y  otoño, el invierno abrigado y el estío placentero si haces la ruta temprano.

Cuando oigas el fluir de las aguas del  regato de la Jara, escucha su melodía mientras caminas y detente en la Cruz del Monte. Dos mesas con respectivos asientos te esperan; unos miran hacia la Sierra de Béjar;  los otros, hacia San Esteban, Santibáñez  y la Peña de Francia.  http://desdefuentesdeabajo.blogspot.com.es/2014/12/pena-de-francia.html
  
Dominas un extenso panorama, cambiante con las estaciones, los días y las horas. Ora contemplas los almendros en flor con el pueblo de rojos tejados, el gris castañar y el verde Cancho; ora los cerezos en flor, los incipientes verdes del castañar, el oscuro del Cancho y el gris azulado de la Peña; ora una bella tarde soleada que te retiene largo tiempo y te invita a soñar; ora un cíngulo de nubes bajo monte sagrado;  ora un mundo multicolor de otoño dorado; ora un bruñido atardecer que parece pintado.



Dirige tus pasos por el tradicional camino arriero bajo el  robledal del Bardal, bosque de tipo atlántico otrora recorrido por los niños en busca de nidos cuando la mentalidad, los juegos y las circunstancias eran bien distintos de los actuales. Escucha cómo taladra el pico carpintero, cómo va de rama en rama el pequeño carbonero, cómo canta el petirrojo, cómo vuela entre los árboles el arrendajo…, y mientras escuchas y observas,  probablemente te detenga un olor muy especial; es la maravillosa madreselva. Acércate y goza de uno de los perfumes más embriagadores del campo. A tu derecha verás el denominado pilar del Bardal, ahora muchas veces sin agua. Antaño, el caudal fue muy bien aprovechado para abrevar el mular camino de los campos de cultivo y los mercados. Si miras de frente verás un enorme roquedal granítico que aunque parezca mentira fue en otras épocas humanizado.

Llegas a la carretera que conduce de San Esteban  a los Santos y ya pisas duro asfalto. Estás en Majahonda desde donde advertirás campos de cultivo, vid, olivos, frutales..., todo ello sostenido por los viejos muros que nos legaron nuestros antepasados, una obra colosal digna de admirar. En primavera, en los bordes de la carretera, infinidad de lupinos, espinos en flor, guindos y otros frutales te alegrarán la vista mientras vas acercándote a los majestuosos olivos que jalonan el final de ruta. Detente ante estas catedrales vivas de robustos troncos centenarios, verdadero arte lignario, realiza fotos, valora el tiempo transcurrido desde su plantación, su producción, conservación y piensa que como los lagares y otros recursos vistos es un patrimonio que es necesario apreciar, disfrutar y mantener para los habitantes de los siglos venideros. 

Si nos has acompañado, si has hecho camino con nosotros, seguro que has sentido, disfrutado y valorado este rico patrimonio de San Esteban de la Sierra.

Joaquín Berrocal Rosingana.