lunes, 18 de febrero de 2019

YECLA LA VIEJA


Es domingo, la temperatura es buena, luce el sol y apenas se perciben difusas  nubes en altura. Se agradece caminar por las tierras del Huebra y el Yeltes en día tan bello, más aún en soledad, en el silencio humano y entre las prístinas piedras del más impresionante de los castros vetones de la provincia de Salamanca.

Sorprende que tan espectacular lugar no reciba visitas en día tan hermoso habida cuenta del gran patrimonio que encierra.

El viajero solitario se recrea realizando el itinerario en  sentido opuesto a las agujas del reloj desde la  puerta principal que da acceso a la ermita de la Virgen del Castillo. Contempla extramuros  tumba medieval, las piedras hincadas con carácter defensivo, la necrópolis y la puerta que sufrió la posible devastación con los bárbaros así como los primeros grabados del recorrido. Llama la atención el espesor de la muralla (entre seis y siete metros; en algunos casos más), los cubos de la misma, los diferentes accesos hacia el interior, los numerosos grabados que en número de aproximadamente cien se hallan dispersos por toda la cerca.

Conforme se camina hacia la abrupta vertiente del arroyo Varlaña hay un idílico paisaje enmarcado entre la muralla principal y los grandes bloques que sustentan la mampostería, el muro inferior, los grabados, el verde claro del suelo, el oscuro de la encina que sombrea el irregular paseo y el agradable rumor de las aguas que rompen el silencio a la par que el lejano mugido de las vacas.

Un vertiginoso descenso nos conduce hasta el arroyo y la peña donde se encuentran los grabados conocidos como los Siete Infantes de Lara, interpretación popular de leyenda tantas veces recreada. Otro descenso, no menos acusado, nos lleva hasta el molino Varlaña, derruido edificio que debió cumplir importante función económica para los vecinos de Yecla de Yeltes.

De nuevo junto a la muralla, uno de los conjuntos más representativos de grabados y cazoletas del recorrido y, al tiempo que la topografía es más suave, nuevamente surgen las piedras hincadas cerca de la principal entrada.  Aunque el espacio que estas llamativas defensas ocupan en la actualidad es reducido parece ser que en el pasado se alejaron hasta setenta metros de la muralla.

El paseo por el interior, no suficientemente excavado, permite ver parte de la estructura urbana de este castro que ocuparon sucesivamente  vetones y romanos y que perduró habitado hasta la Edad Media.

No deja de ser un enigma la reciedumbre de los muros, su conservación, el por qué de algo tan espléndido frente a la  mayor simplicidad de otros lugares defensivos y sobre todo la gran cantidad de grabados rupestres, un distintivo más de Yecla la Vieja.


Parecía un día especial. Todo acompañaba, el silencio, la paz que colmaba de agradables sensaciones e inducía a la interna reflexión, la idílica y pura atmósfera de aire, piedra y verde hierba, las esbeltas encinas, el  canto de las aguas e insectívoros, el lejano mugido de las vacas, el trepidante vuelo del águila y cómo no, sensación y reflexión principal, la historia del pueblo vetón, del romano y medieval en la piedra reflejada.


































miércoles, 6 de febrero de 2019

MAÑANA DE INVIERNO

Aquella mañana de invierno nuestros amigos de Madrid nos pedían novedades acerca de hallazgos rupestres y, claro está, nos acercamos a un bonito lugar donde en menos de cien metros cuadrados habíamos localizado dos tumbas y un lagar.




Había pasado bastantes veces por allí y no había visto indicios de nada más, pero ese día, anclado sobre el húmedo suelo le dije a José Antonio que estaba seguro de pisar una tumba o un lagar a lo que Angelina, incrédula, dijo que no se veía nada, que realizara una foto en ese instante y otra cuando hubiera indagado. Pedía que se las enviara a ver si era cierto o no.



La semana siguiente comprobamos que no nos habíamos equivocado. Enterrado se encontraba un pequeño lagar rupestre.





miércoles, 23 de enero de 2019

PENILLANURA SUR SALMANTINA


A un lado y otro de Sierra Menor, así conocida históricamente…, o lo que es lo mismo, la alineación montañosa a la que se acogen en sus laderas núcleos como Frades, Las Veguillas o Cortos, se extiende el amplio territorio de la penillanura sur salmantina, suelo endeble de pizarras que a veces emergen como afilados  dientes o uñas de diablo, resaltes de resistentes cuarcitas y en general  tierras  onduladas  surcadas por  zigzagueantes e intermitentes arroyos que siguen pequeñas vaguadas.


Los viejos encinares, a trechos quejigales, ocupan gran parte de la superficie que se extiende al  norte hasta cerca de la capital y por el sur hasta Sierra Mayor, la sierra que se eleva sobre Linares, Navarredonda y Tamames. Paisajes adehesados y grandes propiedades dominan este territorio donde prolifera el ganado vacuno, ovino y porcino y donde el toro bravo vive en libertad.



Bajo la apariencia de un paisaje monótono, de amplio peniplano y monocromía marcada por el encinar, se esconde un paisaje de indudable estética que requiere ojos para mirar y corazón para sentir.
   

Asomarse desde los Sierros de Cortos, las Veguillas o Castroverde hacia el dilatado paisaje de infinita magnitud por el norte o hacia el que se funde con las elevadas sierras de verde, gris, y blanco es el mejor ejercicio de relajación para la vista y el espíritu. Siendo un paisaje intervenido por el hombre, invaden   sensaciones  de paisaje virginal, de  vastas extensiones por donde trashuman en libertad ungulados y herbívoros de diferente porte.



Viajar tranquilamente por sus carreteras, adentrarse en los caminos, seguir paredes y vallas, nos acerca al interior de esta tierra diversa, de encinares cuajados que cual bosques de columnas sostienen redondeadas copas, de montes huecos de definidos verdes en suelo y vuelo, de olivadas encinas que cual danzarinas de varios brazos marcan el ritmo del momento, de viejos troncos combados, retorcidos, huecos, solitarios que impávidos resisten el paso del tiempo.







Y al avance viajero, una pequeña corriente y remansos en forma de media luna, singulares abrevaderos que retienen las aguas en campos sedientos. Aquí y allá vuelo de rapaces, ramas y postes como posaderos; praderías, arroyos y charcas como lugares de  picoteo y alimento. 




A distancia, pequeños pueblos y caseríos, inmersos en un mundo cada vez más vacío, de hombres convertidos en urbanos que cada día se acercan a la atención del ganado; de casas abandonadas, de otras restauradas…, sin mayores y sin niños.