miércoles, 8 de julio de 2020

¡CUÁNTA BELLEZA ALREDEDOR!


Desde las honduras del gran surco de esa “Sierra más profunda que elevada”, Cancho, Tiriñuelo y Castañar se recortaban sobre el inmenso, nítido y virginal firmamento de finales de junio en una mañana calmada de agradable sol.

Camino de Sierra Mayor, con  el Campo Charro en lontananza, todo parecía trastocado; era un paisaje de  nubes de fría apariencia, similares a las que por aquí conocen como “nubes o nieblas de cercellás” cuya frialdad trae consigo  las blancas o duras cencelladas.

A poca distancia de la Honfría de Linares iniciamos ruta hacia el Pico Cervero bajo el manto gris, nieblas deambulantes y frescas que como fluidas cortinas se abrían hacia la fronda de castaños,  robles y los helechales del verde sotobosque. No era fácil presagiar que entre San Juan y San Pedro, cuando los rigores del verano suelen ser ahornagantes, el día deparara tan placentero estado para caminar.

En las proximidades de la Hoya Cervera, en parte despejada de arbolado y donde el vacuno pastaba dulcemente, comenzaban a abrirse claros que auguraban  cielo azul,  lejanos horizontes serranos y  presumibles bancos de nieblas en algunas de las áreas circundantes. No nos equivocábamos en nuestras apreciaciones atmosféricas ni tampoco en los aprendidos metros del Cervero a pesar de los equívocos carteles previos al definitivo.

En alguno de nuestros descansos fotográficos, libres de nieblas cercanas, con el sol como compañero, el estupendo olor del tomillo que pisa la bota andariega, el vuelo de numerosas mariposas, expandíamos la mirada hacia nuestro lugar de origen con el monte del Castañar perfectamente visible, la Sierra de Béjar, Gredos, las Montañas tras la Sierra y los pueblos de esa microcomarca conocida como la Calería. Más allá el Campo Charro en el que perduraban los grises cielos que ocultaban parte de la dilatada llanura.

Hacia el rellano anterior a la cumbre, ralea el arbolado, reluce el amarillo de la genista y la piedra se convierte en protagonista de las alturas. Y desde la pequeña meseta, como esperando nuestra llegada, qué panorama más excelso, el despejado valle de las Quilamas, dédalo erosivo de inusitada belleza y..., al fondo, la Peña y la Hastiala con cordón nuboso ceñido a sus faldas, a veces coronando el sacro lugar.

Si nada en nuestro recorrido había pasado inadvertido, ni el hipérico, ni el tomillo fino, ni el auténtico, ni la cigarra, ni los colores y olores del monte…, la cima del Cervero representaba el culmen a una feliz mañana. El Cervero, acastillado y sacralizado, donde Marce deseaba posar, es regalo de perspectivas, de paisajes contrastados, de límpido aire, del bienestar que se respira en la Naturaleza y te invita a soñar.

Tras tranquilo descenso, buen vino y embutido en las mesas de la Honfría, parada en San Miguel,  y cómo no en San Esteban, concluimos con magnífica comida y atención de José Manuel y Marisa.
























                                                                                       





                                                                                   











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