viernes, 14 de diciembre de 2018

VENDIMIAS DE ANTAÑO


Pasadas las fiestas del Cristo, con la llegada del otoño y las primeras lluvias era el momento de planificar la inminente vendimia.  “Echar a caminos” resultaba prioritario. Al toque de campana y tras la cita de los vecinos en la plaza, éstos comenzaban a distribuirse por  sendas y veredas para reparar los pasos complicados, cortar aguas, rozar zarzas o maleza si hubiera y dejar todo listo de cara a la recolección. 

Ya durante  septiembre, uvas de jerez y tempranillo se habían acarreado en caballerías  desde Majahonda, Bardal, Pinosa, Chapatal…, hacia los Santos, Guijuelo, comarca de Salvatierra y áreas adyacentes siguiendo las rutas arrieras. A continuación, los tempranillos blancos de los Pajares eran transportados en camiones hacia mercados más lejanos.

Previo inicio de vendimia cada casa disponía  el “ajuar” necesario, las bestias de carga bien alimentadas, los aparejos en perfectas condiciones, los banastos, cestos y “atijos”, lazos y reata, corvillos…, y hasta  plásticos y trajes de agua si los hubiese. La vendimia no podía detenerse aunque lloviera. Y muy importante, prever por parte de las amas del hogar los alimentos necesarios para las diez, quince o más jornadas de intenso trabajo,  los embutidos de la matanza casera, el tocino, los huevos, patatas, alubias y frejoles de la cosecha. La carne de cabra u otras reses se adquiría diariamente en las carnicerías. Con frecuencia se pregonaban sardinas frescas, muy apreciadas en estas fechas con huevos fritos y torreznos en almuerzos o comidas de campo.

Inicio de vendimia:

Es todavía de noche, las luces de las viviendas están encendidas, los mayores  ya levantados,  las chimeneas  humeantes, los pucheros a la lumbre, en las sartenes se fríen huevos y tocino, también sardinas; en las cuadras se aparejan las caballerías, se atienden los cerdos, se organiza la carga de banastos y cestos en cantidades suficientes para que los vendimiadores nunca estén parados…

Ha llegado el tiempo de despertar a los menores, el rápido lavado de cara, la disposición de un pequeño refrigerio, de las perrunillas y el anisete.

En la calle comienza el trajín, banastos encastrados  de tres en tres, los cestos con los corvillos asidos en el interior, los lazos dispuestos y los banastos colocados a ambos lados del aparejo de la caballería. Otros banastos superpuestos, la reata con el garabato lanzada de lado a lado y a apretar para que todo quede bien sujeto. Que no se olviden las alforjas o la cesta con la comida. No hay que perder tiempo volviendo a casa; en vendimia no se para.

El hervidero humano y mular camina hacia las viñas. El mular martillea el suelo con sus herraduras; entre los hombres todo son preguntas, arres y sos, ininterrumpida conversación en la todavía oscuridad de la noche. Cuántos vendimiadores tienes, de dónde, de Linares, Los Santos, Tornadizo… Por dónde iniciáis la vendimia. Unos comienzan por el Cancho, otros por el Río Arriba, por Majahonda, por el Arenal y así, la reata humano-mular poco a poco se va dispersando en el Chorrito, Caminales, Nogal de la Tía Tarsila…

Aún no ha amanecido. Amos y vendimiadores ya están en la viña. Pronto surgen hogueras por doquier y ecos del vocerío que inunda todo el valle. La mañana es fría, hay algo de rocío en las parras y es conveniente protegerse con un delantal. Tardará en quitarse la “marea”. Hasta que el sol no se haya desperezado habrá que sufrir la humedad en manos, en  jerséis y calzado.

Colocados los banastos en el lugar apropiado para mejor cargar una vez llenos, se enseñan las lindes a los nuevos, se les proporcionan cestos y corvillos y, a cortar… El jefe ordena comenzar por el paredón de arriba; es mejor bajar las uvas que subir las escaleras del bancal. Todo el mundo corta, hasta el acarreador. Hay que tener  pronto la carga para echar cuantos más viajes mejor y si se pudiera acabar la viña, mejor aún; al acarreador le esperan kilómetros a pie. Llenos los banastos con los  correspondientes seis cestos toca “atijar” y cargar, unas veces desde el suelo, otras desde una pared, siempre más fácil y menos trabajoso.

El acarreador abandona la viña dejando la consigna, “a ver si me dais carga, hay muy buenas parras de jerez y los rufetes están inmejorables.”Los sarmientos arden y un calentón de manos viene bien antes de volver al corte.

El camino para acarreador y mular es estrecho y pendiente, hay que bajar con calma y siempre con la navaja en el bolsillo; si un animal cae y no se levanta lo primero es desatar o cortar la soga si fuera necesario. Ya en la carretera, amplia y más fácil para el tránsito, un tropel de bestias y trajinantes se dirige a la bodega. Hay cola en las dos básculas y es el primer día de vendimia. Todos han empezado con ganas y el transporte es de lugares cercanos.

Basculadas las uvas se recoge el ticket y unos se preguntan a otros por el peso de  las cargas. La mía 140, la mía 153, la mía 160, las uvas estaban muy gozadas, como pocas veces, una maravilla cortar, comenta el último en hablar; se llenan los cestos sin sentir.

Se cargan los banastos boca abajo e inicia el retorno cada uno a su minifundio. Quienes van a fincas vecinas no paran de hablar, que si los rufetes brotaron bien, que si las malvasías tienen poca cosecha, que si “parriba” los tintos no pueden con las uvas, que si la ceniza ha atacado alguna cepa, que si los vendimiadores cortan o no, que si son los de otros años o nuevos, que si están ajustados de antemano, que ojalá se quede el tiempo estable y deje vendimiar, que si los caminos están en buenas condiciones, que si tendrán a la suegra o la madre en casa para que les pueda preparar la comida y llevársela hasta la bodega para no perder tiempo, comprarles el pan o la carne…

Cuando el acarreador está de vuelta en la viña lo primero que pregunta es si hay carga hecha, a lo que le contestan que “atijada” y además cortados otros dos cestos.

Para trabajar menos, entre dos personas ponen el banasto desde la pared en los lomos de la caballería y  otra sujeta mientras se carga el segundo banasto. Nuevamente el acarreador en camino. Ahora con otra consigna, “cuando venga almorzamos”.

Colocadas unas piedras a modo de asiento  cerca del fuego se calientan las patatas caldosas, se saca la cazuela con los huevos, los torreznos y las sardinas, el pan y el chorizo. La botella de vino corre de boca en boca. El vino no puede faltar.

Con las fuerzas recobradas, a cargar se ha dicho y a vendimiar. El paredón cimero está terminado y parte del inmediatamente inferior. A pesar de las sombras del robledal contiguo no están mal. Se ha llegado al paredón de  jerez y moscateles, donde hay parras vendimiadas. Se van recogiendo las que quedan y de vez en cuando dando un bocado a las uva frescas porque no hay mayor placer que comerlas directamente cortadas de la parra.

La temperatura va subiendo y el sol alumbra la viña entera. Las cargas se van sucediendo y a la hora de comer van cinco cargas, 730 kg según dice el acarreador.

El puchero de garbanzos que han llevado al acarreador a la bodega están templados a la hora de comer y el guiso de carne de cabra apenas necesita un calentón en el borrajo que hay de sarmientos y leña de roble. Con un trocito de queso y un trago de vino se concluye la comida. No hay sobremesa. Los vendimiadores se dicen, “vamos, hay que aprovechar, esta tarde acabamos la viña, lo malo es que va a quedar una carga por lo menos sin que se pueda acarrear”. Ello obligará a que al día siguiente el acarreador madrugue más para tener la carga lo antes posible en la bodega y no cortar el ritmo deseado en recolección. Le tocará cargar sólo, tendrá que darse maña para hacerlo.

Se vendimia hasta la puesta de sol. Son las normas de estas vendimias, desde antes de amanecer hasta la caída de la tarde, hora en la que se agolpan cargas y más cargas ante los muelles de la bodega mientras la muchedumbre se dirige hacia casa.

Las horas de la tarde-noche se acortan. Algunos vendimiadores se dispersan por los bares o bodegas; otros a cenar temprano y pronto a dormir. Las mujeres de cada casa tienen la más ardua tarea tras haber estado el día entero vendimiando. Preparar la cena, comprar, echar a los cerdos, dejar parte de la comida lista para el siguiente día. Los hombres desaparejan, dan agua y buen pienso a los animales, preparan más banastos, afilan los corvillos…

Y llega un nuevo día y otro y otro, siempre con la misma monotonía, solamente rota por los cambios de finca (la muda), la meteorología, circunstanciales situaciones de averías en bodega que provocan colas hasta el Empedrado.

Algunos han concluido la vendimia en la “zona baja” y se disponen a ayudar a familiares y amigos hasta que se eche el pregón para cortar en la “zona alta”. A veces se inician discusiones; quienes tienen más fincas “parriba” desean que cuanto antes se les permita cortar. De momento el tiempo es bueno, con jornadas de calor que obligan en las horas centrales del día a buscar refugio entre el ramaje de la vid. Si el tiempo empeora, hace frío o llueve, se cortarán menos uvas y parte de la cosecha se puede estropear, comentan quienes tienen más cosecha en las zonas altas.

Tras días de bonanza amanece una mañana nublada, sopla el aire de abajo y  no llueve pero hay que salir y prevenir porque este aire augura lluvia a lo largo del día. Plásticos, trajes de agua, botas de goma se añaden al habitual atuendo.

El aire de abajo no engaña. En plena jornada comienza a llover y cada uno se “artimaña” lo mejor que puede para protegerse. Banastos y cestos se hinchan con la lluvia, los aparejos se empapan así como los atijos, las bestias gotean y aguantan el chaparrón, las cargas sobre las caballerías van dejando un reguero conforme caminan. A veces es casi imposible continuar la tarea; es necesario recurrir a la lumbre junto a una peña o refugio para poder secarse un poco y continuar la vendimia. Cuando la lluvia arrecia y los cuerpos están mojados y ateridos se hace insostenible seguir.

De vuelta a casa hay que preparar buena lumbre y secar todo lo que se pueda o recurrir a las ropas viejas por si los días continúan igual.

El tiempo ha dado una tregua y el pregón anuncia que se puede cortar uvas en los Pajares, Rachón, Pozahoz…, en toda la zona alta. Para muchos de los propietarios es un alivio. Los camiones podrán transportar la mayor parte de la cosecha, las caballerías dejarán de sufrir los derrumbaderos del Cancho, Pinosa, Hituero, Molino Serrero, Coyumbras…, los vendimiadores agradecen la facilidad que ofrece el corte de los tintos frente a los rufetes; es posible descansar un poco más y en ocasiones asar al sarmiento, un lujo en tiempo de recolección como lujo es hacer una parada para comer en lo más alto del territorio en el cambio de la Dehesa a los Pajares, en esos  Riscos que dominan medio mundo y solamente con la vista te resarcen de los esfuerzos cotidianos.

Cada amo pone en funcionamiento todos los banastos disponibles. Los camiones realizarán viajes incesantemente con la superposición de varias hiladas de recipientes y varias personas encaramadas en la caja para ayudar a la descarga. Una de las básculas queda casi en exclusiva para el vehículo rodado.

Octubre está muy avanzado, las heladas han hecho acto de presencia, las hojas comienzan a caer y las mañanas se presentan muy frías en las altas tierras. El viento del norte azota el elevado territorio y la vendimia no se puede detener. Son las duras jornadas en las que la lumbre no se apaga y el hombre requiere permanentes calentones de manos y pies. Las manos parecen de hielo y aunque “engourdidos”, los duros serranos, grandes y chicos, prosiguen un día si y otro también hasta finalizar la vendimia.


Quien no haya vivido estas vendimias, de las que podrían darse muchos más detalles, quien desconozca el territorio, su toponimia  y dureza, difícilmente podrá entender el texto. Si bien gradualmente hemos ido viendo épocas de recolección más suaves, las de nuestros padres y antepasados seguramente figuran entre las más heroicas vividas aunque en ninguna parte aparezcan impresas.














1 comentario:

  1. La Sierra .... siempre con sus buenas costumbres, el buen vino y su gente eternamente amable. Siempre recuerdo lo fácil que era ir a cualquier pueblo y terminar en la bodega de cualquiera aún sin conocerle. me ha recordado esos momentos .... las cargas de uva, los banastos, las bodegas con olor a vino y chorizo casero !!!!. Todo un placer. Gracias Joaquín !!!

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