martes, 4 de diciembre de 2012

¿DÓNDE SE HALLA EL PARAÍSO?


“Hace más de una década recorría durante varios días áreas de la Costa del Sol y zonas  del interior andaluz.  A la par que disfrutaba de buena compañía, la excelencia de algunos paisajes  y bellas localidades tomaba diapositivas y analizaba la vorágine que invadía el litoral.

Ha pasado el tiempo y el artículo que entonces escribía acerca de los vaivenes y la barbarie infraestructural sigue estando de actualidad y cómo no, la idea de verdadero paraíso terrenal que esta porción peninsular encarna para buena parte de la gran marea del ocio...”

¿Dónde se halla el “Paraíso”?

En el confín occidental del Mare Nostrum, Mediterráneo Andaluz, se extiende una de las regiones más fascinantes de nuestra geografía, un edén histórico que fruto de  los vaivenes humanos cambia de fisonomía constantemente sin perder el hálito paradisíaco  aunque algunos de sus elementos intrínsecos  se hayan visto profundamente trastocados.  Es la franja costera que, desde Almería hasta Gibraltar, recibe genéricamente el nombre de "Costa del  Sol", la gran solana protegida por el Sistema Penibético y abierta hacia el cálido y luminoso Mediterráneo.

Podríamos pensar que esta costa abrupta, de paisajes tostados, muchas veces calcinados bajo el implacable sol, es un descubrimiento exclusivo de la moda turística posterior a la II Guerra Mundial, sin embargo, el poder de atracción de estos escenarios es muy lejano en el tiempo. Las viejas civilizaciones mediterráneas, del Oriente Medio y del norte de África, así como pueblos europeos más próximos en el tiempo sintieron la seducción del marco geográfico que integran el mar, las tierras escalonadas para el cultivo, las montañas manantial de agua y minerales y el cielo recortado sobre las sierras, propiciador de  bonanza climatológica donde el sol, permanente riqueza, no ha extinguido su luz ni calidez a lo largo de los tiempos.

Nada podían sospechar los viejos pobladores, ávidos de tierra para  el cultivo, la explotación marina y el comercio, de las actuales motivaciones de  las masas del  ocio. Es difícil que pudieran entender que mares y tierras, garantes de  las necesidades primarias, llegaran a convertirse en escenario de recreo.

De cuantas invasiones ha soportado el mediodía andaluz ninguna tan multitudinaria ni tan pacífica, ninguna tan deseosa de alcanzar el paraíso en el "más acá", sin esfuerzo, sin tener que pensar en el dios de las cosechas ni en  las tempestades marinas. Ninguna invasión tan fácilmente asimilada por la idílica atmósfera que tiñe lo andaluz; ninguna ha captado tan profundamente la milenaria "cultura andaluza" de la que habla Ortega, esa cultura en la que los andaluces han hallado la ecuación perfecta para resolver el problema de  la vida. Las mareas del ocio hallan aquí el ambiente adecuado para hacer de  "la evitación del  esfuerzo principio de su existencia".

En pro del  bienestar de los nuevos invasores el espacio ha trastocado sus funciones y la Costa del Sol ha dejado de  ser parte de lo que era: un mundo que vivía de  la pesca, los cultivos mediterráneos o subtropicales, la minería de sus montañas y la exportación de  productos agrícolas, textiles o minerales. Hoy es fundamentalmente "tierra urbanizada bajo el sol y agua y arena bajo el sol", monocultivo industrial que mueve los engranajes económico -sociales de  la nueva vida, creada más para el ocio y el solaz que para la producción de bienes primarios. Atrás han quedado muchas y ricas explotaciones salinas, industrias de salazón, curtido de pieles, campos de vid, olivo, cereal o algarrobo, secaderos de pasa  moscatel o de higos enristrados. Bajo el mismo sol de maduración y secado ahora se tuestan los cuerpos de media Europa y otros muchos de  dispares procedencias; junto al mismo mar crecen los inmuebles donde conviven las lenguas, las razas y las edades de los nuevos ocupantes del paisaje mediterráneo.

En pro del  bienestar de la nueva sociedad las infraestructuras crecen sin límites, las viarias, residenciales, deportivas...... En muy poco tiempo todo resulta pequeño y escaso.

Perdido  el miedo al invasor, ya no se esconden los pueblos de  la mirada del corsario ni del  pirata berberisco. Ahora crecen los pueblos con bloques pantalla o torres de apartamentos y, cascadas de  urbanizaciones cubren las laderas con el inmaculado blanco de los pueblos mediterráneos, construcciones muchas veces de  dudosa calidad y estética pero, al fin y al cabo, el fruto de los tiempos de  precipitación, abaratamiento de costes y especulación y, por qué no, de los ideales de la marea turística que sueña con un lugar bajo el sol.

En pro del bienestar de los nuevos habitantes, la imagen de verdes jardines irrigados, árboles y flores exóticas, inundan un paisaje humanizado donde el rumor de  las aguas en  fuentes artificiales trasvasa y domestica elementos y sonidos de la salvaje naturaleza. Abundantes piscinas, espejos de la nueva cultura, no ya preciado bien de campos de cultivo, refrescan del  tórrido calor y hacen más gratas las tardes estivales. Los campos de golf, esponjas  insaciables  de  suelos mullidos, trasladan a esta geografía lo más cuidado y artificial del ambiente húmedo norteño para recreo de una élite social. Nada falta en este ámbito de ocio; innovaciones y añadidos de otras culturas muy pronto se  fusionan en pro de lograr la mayor comodidad y libertad

Los nuevos dueños del  mediterráneo andaluz ya no cuentan exclusivamente con los paraísos de agua, sol, paisaje, precios...... Aquí los paraísos son tantos como personas transitan o residen. Son demasiados los paraísos terrenales y personales, encarnados en naturaleza, lujo y ostentación, juego, moda, fiestas nocturnas, blanqueo de dinero...... En este oasis de elísea atmósfera cada vez son más los que se  afincan y gozan de la felicidad terrenal. Por eso, cuando las voces se  levantan ante la vorágine urbanística y viaria, ante el consumo de agua en las urbanizaciones y campos de  golf y ante la pérdida de identidad paisajística y cultural, otras voces responden, sin pensar en otras gentes, sin pensar en la naturaleza envilecida ni tampoco en las generaciones que vendrán que, a pesar de los pesares, aquí han hallado su  paraíso personal.

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