miércoles, 16 de enero de 2013

PAISAJES CON HISTORIA: PAJAR QUEMADO E HITUERO

PAISAJES CON HISTORIA: PAJAR QUEMADO E HITUERO.
Desde el mojón natural de la Peña del Hituero hasta las proximidades del dique de la Zorrera y desde los difusos límites de Rachón, Matón Lobero y Fresnitos hasta la Pinosa y regato del mismo nombre, se expande una ladera orientada al mediodía de irregular orografía, suave declive en la parte superior, pendiente acusada después, cóncavas cuestas, discontinuos y abundantes afloramientos rocosos, abigarrado tapiz vegetal y una ingente  secuencia de paredones que denotan el secular trabajo y explotación de la cálida vertiente.


Es probable que estas tierras de adusta externa fisonomía, gracias a otras condiciones naturales,  fueran ocupadas por el hombre desde tiempo inmemorial. La abrigada orientación, el abundante roquedo que en parte serviría de cobijo, la presencia dispersa de fuentes, la posibilidad de la recogida de frutos silvestres y con seguridad el recurso de la caza, pudieron ser razón de afincamiento y aprovechamiento humano. Más tarde, la agricultura de subsistencia y la ganadería contribuirían a la conquista  del territorio de forma gradual, conquista que con avances y retrocesos y olvido a veces de la obra de los  predecesores, culminaría en la segunda mitad del siglo XX.


En las últimas décadas del pasado siglo, el conquistado territorio producía en abundancia uva de calidad, excelentes frutos, cerezas, higos, melocotones, castañas, manzanas… y mantenía pequeños huertos esmeradamente cuidados  en los que se cultivaba de todo. Salvo los más inaccesibles pedregales, en medio de los cuales crecía el bosque y el matorral, las típicas “marrás” para las cabras, era tierra abancalada, artificialmente ganada a la naturaleza y estupendamente protegida. Hubo tiempos en los que ni un palmo de terreno útil quedó ajeno al control humano y esmerada atención que tan delicada  geografía exigía. Estrechas, serpenteantes y empinadas sendas comunicaban las exiguas parcelas. Hasta allí llegaban hombres y bestias de carga con el instrumental necesario para realizar las labores. Desde allí descendían las caballerías cargadas con los banastos de uvas u otros frutos por abismos que la incesante y necesaria labor humana reparaba en pro del mantenimiento de un paisaje, protección de sus animales y su propia subsistencia. La necesidad obligaba a la sostenibilidad; no hay duda, era garante del cotidiano sustento.


Ante la carencia de fuentes escritas que hablen de este paisaje y sus gentes es necesario recurrir a la historia vivencial de los últimos tiempos, a la lectura visual, estética y emocional y a la analítica e interpretativa a través de diferentes indicadores.
Conocemos la dura existencia y sinsabores  del pasado siglo, cuando la tierra era escasa, las bocas que alimentar muchas y cuando  se presuponía que se había llegado al techo de la conquista. Para sorpresa del habitante del siglo XX, allí había impronta humana en lugares inverosímiles que no podía interpretar y que difícilmente podía relacionar con los cultivos que él introducía. Hubo un tiempo, sin duda lejano, en el que el hombre eligió rocosos y complicados escenarios para su actividad y como siempre que se elige un lugar existe alguna razón. ¿Fue una especial querencia humana por aquellos miradores y solanas, superpoblación relativa, el mejor de los sitios para determinado cultivo y forma de laborearlo, el área más cercana y con mejores condiciones para la posible comercialización…?   No lo sabemos a ciencia cierta. De lo que no hay duda es de la existencia de indeleble huella, unas veces en zonas explotadas para el cultivo durante el siglo XX y otras en terrenos solamente aptos para las cabras.


Cuando contemplamos el hosco y a la par atractivo paisaje  nos preguntamos si  la seducción que sentimos, visual, estética y emocional pudo sentirla en algún momento el habitante primitivo. Seguramente, el viejo poblador vio cada día los más bellos amaneceres entre las sierras del naciente y los vaticinadores ocasos observando las montañas de la Sierra de Francia, recreó la vista en las grandiosas  perspectivas de  ambas sierras y admiró a su forma  la estética de los roquedales, de las peñas caballeras, de las grandes bolas de granito, de las bravías y agrestes pedreras, de los madroños y robles aferrados a la roca, de la inaudita belleza del lirio solitario, del brote tierno del roble, del pálido amarillo del narciso, del color de primavera que inunda de perfume la tierra,  del encendido otoño de contrastados colores, de los días azulados y los otoñales días de nieblas sobre cumbres y laderas.¿ Fue así… o nuestros antepasados solamente pensaron en la subsistencia? Es difícil conocer cuáles fueron sus sentimientos y creencias; es más sencillo conocer la herencia que ha quedado impresa en piedra.



La herencia de siglos de existencia son los cientos de bancales en gran parte arruinados en la actualidad, los caminos perfectamente deslindados que cubre la maleza, los restos de corrales y casetas, las piedras de presumibles circulares chozos o viviendas, los hitos de antigua propiedad, la vieja y frustrada minería de la Peña, las pozas y fuentes de las que se han adueñado juncos, zarzas y saucedas, la diversidad de lagares y no olvidemos, la más subyugante naturaleza.


A pocos kilómetros de la zona en cuestión discurrió la Ruta Tartésica, más tarde la conocida Ruta de la Plata y es sabido que los pueblos prerromanos, entre ellos los vettones, tuvieron contactos con otros pueblos del sur influenciados por el Mediterráneo. No sería descabellado pensar, hay quien ante las imágenes sitúa algunos de los lagares en época prerromana,  que estas tierras fueran en aquellos tiempos ocupadas y que poco a poco desarrollaran casi un monocultivo a la vista de sello tan extendido.
No faltan interrogantes acerca de estos paisajes. Es sabido que Hituero  significa hito, mojón o límite y que en el lugar se encuentra vieja minería que pudo ser iniciada en época romana. También es sabido que en este lugar en el siglo XIV se cazaba el oso pero hay quien se pregunta si no sería anteriormente límite entre tribus primitivas, si no sería el mojón entre los Reinos de Castilla y León  como lo es entre las Sierras de Francia y Béjar y entre municipios de una y otra comarca.  
A estas alturas del siglo XXI, tras escudriñar tan humanizado paisaje y descubrir  los vaivenes históricos en el mismo, nos preguntamos si la fase de destrucción, iniciada en las últimas décadas, seguirá por estos derroteros o si algún día la nueva sociedad volverá a obtener fruto de la tierra que hoy se abandona.

Ante el voraz avance de la naturaleza que, oculta tantas y tantas huellas, no queremos dejar pasar la oportunidad de mostrar en imágenes algunos de los bellos recursos que aquí se encierran. Son parte de trabajo en elaboración y a la espera… 
Joaquín Berrocal Rosingana.







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