jueves, 11 de octubre de 2018

CASTRILLO DE LOS POLVAZARES


Cuando cesa la lluvia y en el cielo se abren algunos claros, un rosario de  romeros, siguiendo  la milenaria ruta peregrina a pie o en bicicleta, va acercándose a Castrillo de los Polvazares por donde pasarán sin detenerse para cubrir a tiempo su etapa diaria.

Es mediodía y el singular conjunto maragato de calles empedradas, casas de cuarcita, pizarra y arenisca, de llamativos tonos rojizos y grandes vanos hacia los patios interiores,  está vacío. Muchos de los negocios de esta turística localidad están cerrados en este día en medio de semana en el que al fin, en uno de los locales abiertos, te ofrecen un café de puchero y la posibilidad de comer el cocido maragato más adelante.

Si sorprendente es la sencillez de su trama urbana,  la uniformidad del caserío, el contraste de verdes, blancos y  arcillosos matices, no menos impactante es el desierto humano y el silencio en sus calles, vivo contraste con esas jornadas multitudinarias en las que el aparcamiento está repleto, las calles abarrotadas de público y los restaurantes sin mesas disponibles. En estos momentos parecería un pueblo fantasma si no fuera porque ves un patio abierto y personas que hablan dentro u observas el pan colgado en las puertas de algunas casas lo cual denota viviendas habitadas.

El viajero se siente a gusto en este tranquilo lugar. Tiene tiempo de recorrer la ancha y  alargada Calle Real, las calles que discurren paralelas o las pequeñas callejas, contemplar los escudos nobles, las verdes balconadas, las flores de sus ventanas…,  sentarse en uno de los numerosos poyos junto al gran portón donde recuerda  vida e historia del arriero maragato.

Muy dura debió ser la vida del arriero, aunque amasara dinero, transportando en carros o mulas salazones, vino, cereales y otras mercancías entre  Galicia, el Cantábrico y la Meseta. Muy de fiar también cuando las Casas Reales les encomendaron el transporte de los bienes más preciados.  Sin embargo no gozaron de buena fama, al menos entre algunos de los viajeros por España, porque al decir de Richard Ford, “los maragatos rara vez ceden el paso, y sus mulas siguen tercamente adelante, y como los tercios o equipaje sobresalen a ambos lados, se llevan por delante el camino entero como las ruedas de un vapor”. De todas formas, Richard Ford, versado inglés viajero del siglo XIX, de vez en cuando lanza su mensaje peyorativo hacia las cosas de España.


Opiniones  al margen, lo cierto es que este viajero del siglo XXI, ha podido disfrutar de la paz, la belleza del conjunto y la amabilidad de quien le ha atendido.


































lunes, 1 de octubre de 2018

DESDE SANTA MARÍA DEL BERROCAL Y GALICIA.

Ayer, una vez más, realizamos la Ruta de los Lagares Rupestres con un simpático grupo procedente de Santa María del Berrocal y Galicia. 

A pesar de las altas temperaturas todos aguantaron bien el ritmo disfrutando no solamente del paisaje y sus diversos ingredientes sino también de las sorpresas que el itinerario deparó. A medio camino, Miguel Huerta nos sorprendió con unas buenísimas uvas de Jerez, perrunillas caseras y excelente anisete. Al llegar a la Cooperativa una nueva sorpresa, Rubén tenía preparada una mesa para poder catar el Gran Tiriñuelo y el Alma de Tiriñuelo. Un gran recibimiento.

A continuación, como no podía ser de otra forma, comida en restaurante las LLares, patatas meneás, revuelto de setas, pimientos del piquillo rellenos, platos para compartir, y contundentes segundos platos  entre los que destacó el lagarto ibérico, todo ello servido por  Miguel Angel, Dani  y ambas Noelias..














jueves, 27 de septiembre de 2018

LAS MÉDULAS


Las densas nieblas que durante las primeras horas de la mañana cubrían el fondo de la Fosa Berciana, poco a poco fueron ascendiendo por las laderas y desvaneciéndose entre la fronda que jalonaba el recorrido hasta las  Médulas.

La pequeña localidad aparecía iluminada, libre ya  del meteoro que dejaba tras de sí  ambiente de humedad en el verde paisaje circundante. La senda-pista, expedita de viandantes, nos conducía hacia el cuenco central del espectacular territorio, mitad fruto de la intervención humana, mitad de la viva y dinámica naturaleza. Verdosas laderas cubiertas de centenarios castaños, robles, helechos, brezos, biércol, algunas jaras…, acompañan el seductor camino que despide olores de humedad, hierba cubierta de rocío, jara y melífluas plantas, agradable sensación para el caminante que una vez más revive la más bella naturaleza del extremo occidental de los Montes Aquilanos.

Por doquier, cantos rodados, libres del empaste que los retuvo entre las arcillosas tierras auríferas de este majestuoso lugar. Coronando los vivos tonos vegetales, endiabladas formas iluminadas de las ocres, rojizas o pálidas  arcillas del milenario yacimiento. Pináculos catedralicios, falos totémicos, vertiginosos cortados, oquedades enormes que son túneles de la primitiva minería, van sucediéndose al paso del viajero que se pregunta por la forma de explotación, las canalizaciones que hasta aquí condujeron el agua de las montañas, los esclavos, los rendimientos, la vigilancia de tan estratégico mineral… Es difícil poder entender obra tan gigantesca de hace dos mil años sin la técnica del “ruina montium” de la que hablan las fuentes romanas, sin un alto contingente esclavo, sin las depuradas técnicas de lavado y acribado, sin las legiones como fieles guardianes.


Si sorprendente es recorrer el camino hasta la Cuevona y la Encantada, subir al mirador de Orellán y tender la vista hacia el vacío de tan soberbio panorama colma el esfuerzo de los kilómetros a pie realizados. Y nada tan atractivo como sentir la  la Historia que hizo posible este  paraje Patrimonio de la Humanidad.