domingo, 27 de mayo de 2012

EXCURSIÓN: DESDE FUENTES DE ABAJO A LOS RISCOS DE LOS PAJARES

EXCURSIÓN:
DESDE FUENTES DE ABAJO A LOS RISCOS DE LOS PAJARES

Es una bella mañana, luminosa y tibia como muchas de nuestras estaciones intermedias. Hemos madrugado y tras el desayuno nos aprestamos a iniciar el recorrido hasta el punto más elevado de San Esteban, Los Riscos de Los Pajares.

Equipados con lo indispensable, mochila con agua y pequeño refrigerio, mapa topográfico, prismáticos y cámara de fotos iniciamos la marcha desde la calle La Roza para continuar después por La Santía. Caminamos cara al sol, frente a los cegadores primeros rayos de la mañana. El Alagón, a nuestra izquierda, murmura entre los canchales de granito y hasta El Molino y viejo matadero acompaña el ritmo entre la sin par sinfonía de mirlas,  ruiseñores, herrerillos,  oropéndolas, jilgueros…

Salvado el primer tramo en cuesta llegamos al Chorrito y sin dilación seguimos por la carretera que conduce a Los Santos y Guijuelo. Señeros olivos asociados a la vid llaman la atención viajera por los enormes tocones y el magistral vuelo. Son imágenes que fija la retina y guarda la cámara  para revivir más tarde. ¡Cuántas generaciones habrán visto pasar estos olivos y cuántas los habrán contemplado camino de los campos de labor o de los mercados!...

La pendiente se suaviza al llegar al cruce de caminos de Los Caminales. En este lugar, la verde pradería del Vínculo contrasta con el tradicional terrazgo donde siguen dominando los cultivos mediterráneos.

Al pasar el Cementerio, tres majestuosos olivos muestran la indeleble huella del hacha y el corvillo en coces adiposos repletos de nudosidades y turgencias. Es imposible no fijarse en estos milenarios habitantes de nuestra geografía serrana y no preguntarse por su origen  e historia tan longeva.

Con paso firme pasamos junto a tempraneros cerezos y llegamos a las Olivas de Juan Vicente y el Camino de los Protestantes, amplia vía ésta que tiempo atrás seguían hombres y bestias en manada hasta los mercados y ferias de Béjar. ¡Qué trajín el de estos ancestrales caminos hace menos de medio siglo y qué gran curiosidad la que despertaban entre los niños de la población!

Continuamos la ruta de asfalto entre las paredes de los bancales que enmarcan el primitivo camino arriero  convertido en carretera. Apenas hay un tramo sin  aprovechamiento por parte del hombre y donde no se perciba la historia de los antiguos cultivos.

Hemos pasado cerca del que dicen fue el más productivo de los olivos de la zona, el del tío Argimiro. El fuego destructor convirtió en ceniza una vida de siglos que ahora vuelve a surgir con brío en forma de finas varas que renacen del antiquísimo tronco.

En la curva de “Majahonda” abandonamos la carretera. Aquí quedan los antes feraces huertos cubiertos de zarzas y maleza que ocultan también la pequeña corriente del regato del Bardal. ¡Qué triste sino han corrido tantos y tantos campos, sustento histórico de los habitantes serranos!

Iniciado el ascenso por el irregular y lechoso firme vamos ganando altura y percibiendo uno de los más bellos panoramas de esta gran hondonada labrada por el Alagón y sus afluentes. Continuamos bajo el robledal del Bardal,  masa arbórea atlántica exponente de una de las ricas y variadas  discontinuidades geográficas. A la izquierda un pilar de corriente intermitente. Como en otros casos, el abandono  y crecimiento de plantas de porte en el manantial reduce el caudal a épocas de lluvia.

El penetrante y agradable olor de la madreselva nos acompaña por momentos.

Estamos en la Cruz del Monte,  mirador natural sobre las sierras de Francia y Béjar  donde el camino traza un ángulo de noventa grados. Tomada la curva, un impresionante matorral de  bardas y jaras, muchas en flor, sustituye al bosque de robles, paisaje que no nos abandonará hasta la cima.

Dejamos a nuestra izquierda la Peña del Lagarto y en poco tiempo estamos en los corrales de Los Pajares; sobre éstos, Los Riscos, arrosariada formación de blanquecino cuarzo que destaca elevada por encima de las casetas. Desde el primer corral a nuestra izquierda, ascendemos a través de sendas casi perdidas entre el matorral de bardas y jaras cuya apariencia se asemeja más a “pieds de chévres” abiertos por el ganado que a caminos creados por el hombre. Las pegajosas jaras impregnan el ambiente mientras cantueso, mejorana y tomillo desprenden agradable olor al ser pisados por la bota andariega.
 
Llegados a la cumbre la grandiosidad del panorama compensa el pequeño esfuerzo de la subida. Desde el acastillado relieve se domina gran parte de la cuenca salmantina del Alagón, las Sierras de Béjar y Francia, la prodigiosa disección fluvial y las múltiples discontinuidades de un paisaje rico en matices: cientos de bancales abandonados; otros cubiertos de vides, olivos y frutales, obra de esfuerzo secular; montes de oscuro matorral, bosques de encinas, quejigos, robles y alcornoques; umbrosos castañares bajo los que prosperan durillos, madroños y arces; meandros encajados bajo redondeces de montañas gastadas y geologías ruiniformes; pequeños pueblos concentrados entre la fronda vegetal y los cultivos; nevadas cumbres de Candelario y Béjar que reverberan la luz solar...

Sentados sobre el blanco dique disfrutamos de la paz ambiental, del envolvente perfume de la naturaleza, del vuelo del águila, de la suave brisa que mesa nuestros rostros y de la más excelsa panorámica que pudiéramos soñar. Qué cúmulo de agradables sensaciones suscita nuestra excursión, sensaciones que nos posibilita la vida del siglo XXI y que con toda seguridad no pudieron gozar nuestros antepasados, hombres y mujeres que vivieron en un paisaje para subsistir,  no para disfrutar. Aquí el tiempo discurre lento en el silencio de la humana voz entre sentimientos profundos difíciles de explicar.

Es momento de descanso y recuperación de fuerzas antes de caminar de Risco en Risco, ver y comentar  los mil y un recursos que ofrece la bellísima geografía.

Desde tan privilegiado balcón vamos situando cada uno de los abundantes y sugerentes topónimos : Los Pajares, La Jara , El Bardal, La Dehesa, Valmedroso, Majallana, Majadal, Muñiquero, Lagarejos, Pozahoz, Matón Lobero, Pajar Quemado, Peña del Hituero..... Dos de ellos reclaman nuestra atención, Valmedroso y Peña del Hituero. En el Libro de la Montería de Alfonso XI hemos leído que un lugar llamado Valmedroso era un buen sitio para el oso durante la otoñada y el invierno al tiempo que se hacen alusiones a Santibáñez, San Esteban, Monleón, Valero, Rando y las Yeguarizas ¿Será acaso éste el valle en el que era cazado el oso durante el siglo XIV? El Valmedroso al que nos referimos es valle resguardado, perpendicular al Alagón y a los Riscos. Humanizado en el pasado a través del establecimiento de huertos y cultivos de frutales, poco a poco recupera el aspecto bravío ante el abandono generalizado. Castaños, robles, cerezos y chopos de ribera le proporcionan singular belleza durante el otoño; en primavera y verano, bullen con intensidad oropéndolas, mirlos, ruiseñores, “gayas” y “pegas”.

En opuesta dirección se halla la Peña del Hituero, escarpada roca de blanco y ocre, peña de frustrada minería, cobijo de murciélagos y arácnidos, primitivo lugar de anidamiento de la cigüeña negra, posadero de buitres... ¿Será la Peña simple límite municipal? ¿Tendrá que ver con la división de los antiguos reinos o será acaso mojón de más antiguas demarcaciones? La Peña separa, de forma aproximada, tierras de la Sierra de Francia de otras de la Sierra de Béjar, paisajes, vida y cultura diferentes. Se ubica a medio camino entre la Ruta de la Plata y el curso del Alagón y es sabido que los límites de los viejos reinos de Castilla y León se encontraban al oeste de la citada ruta y al este de susodicho río. No lejos de la Peña abundan numerosos vestigios del pasado que hablan de prístina ocupación.

A nuestros pies, el disperso y arruinado caserío de los Pajares, reducido territorio de viejísima e interesante historia.

Desde nuestra atalaya, con la ayuda del topográfico y los prismáticos localizamos pueblos y paisajes, perceptibles unos y ocultos otros por la desgajada orografía. Vemos algunas casas de San Esteban y Santibáñez, el Tornadizo, San Miguel y adivinamos la situación de Linares de Riofrío al otro lado de la Histórica Sierra Mayor, la sierra que se prolonga hasta Tamames y que constituye una de las microcomarcas salmantinas, La Calería.

Valero, imperceptible, ocupa el fondo del abismo que se abre en San Miguel. La expresión lanzada desde lo alto, “valeros como podáis”, nos acerca al reto sorprendente del hombre frente a la naturaleza, la más anfractuosa, dura y esquiva del medio serrano, pero no por ello menos atractiva y subyugante.  Es como el símbolo del paisaje más arcaico y primitivo, domeñado por la mano del hombre con armónicos bancales que trepan por las laderas, caminos empedrados que se asoman al vacío, vestigios de canales y molinos junto a los arroyos y un largo repertorio de lejanas huellas. El hombre de esta  tierra es todo él gesta de tenacidad y sudor, de búsqueda de recursos de subsistencia en suelos esqueléticos de pizarra primero y de empresas de inaudita trashumancia después. Las abejas que trashuman por las tierras de España y Portugal son el milagro de las últimas décadas y quien desconozca este hecho difícilmente puede explicar el nuevo urbanismo de Valero, urbanismo de motor, costosos y confortables edificios en su interior que ha roto la imagen de uniformidad y tranquilidad del pasado.

Valero, señalado por sus aguas y quebradas, su miel y polen es también señero por sus fiestas tempraneras, atronadoras y taurinas. El más madrugador de los eventos taurinos de España tiene lugar en esta localidad y tal como reza el dicho popular, “el veintinueve de enero, toro en Valero”.

Divisamos el Pico Cervero y el Castillo Viejo protegiendo el intrincado valle de Las Quilamas, escenario de leyendas y riquezas surgidas y acumuladas en los lejanos tiempos de la invasión musulmana. Es corriente oír a los lugareños que “entre Quil y Quilama hay más oro y plata que en toda España”, dicho que está en relación con la supuesta ocultación del tesoro de Alarico en el que fuera el reino de Quilama, la mora del Castillo y de la Cueva, la hija del Conde Don Julián y el amor de Don Rodrigo, último rey godo.

Al margen de las leyendas, más o menos fantásticas, más o menos engarzadas con hechos históricos, las inhóspitas Quilamas constituyen un paisaje sorpresa de desgarrada geografía rocosa, de encinares, castañares y robledales, de brezos, jaras y carrascas; un refugio de jabalíes, lobos cervales y rapaces, tierra de soledad hollada por  pastores de ágil y seguro paso que otean lejanos horizontes desde los castros que circundan el valle.

Más allá queda el regato de la Palla, Garcibuey y Villanueva; Miranda, Cepeda y Sotoserrano; Sequeros y San Martín; Las Casas, Mogarraz y Monforte; Madroñal y Herguijuela; La Alberca, La Peña y Las Batuecas... Contemplamos con nitidez la Peña de Francia, el sacro pedestal que domina el Campo Charro y las comarcas del Norte de Extremadura. A sus pies, entre la masa arbórea, la turística Alberca, de típicas calles y rincones, de tradiciones revividas para el forastero, de tiendas “artesanas”, delicia de urbanos visitantes. Más lejos intuimos el seductor valle de Batuecas, reducto de fantástica naturaleza y bellos escenarios de primitivos pobladores.  ¡Qué interesantes rincones esconden estos pueblos y valles de la Sierra de Francia!...

La otra sierra, la de Béjar, se halla a tiro de piedra. Bajo la enorme mole blanca se divisa estupendamente el armónico conjunto de Candelario, el pueblo de las calles pendientes y empedradas, de los canales de agua, de las sólidas viviendas de entradas doblemente resguardadas. Candelario presume de paisaje, tipismo y animación veraniega cuando la población se multiplica con la llegada de turistas, pero también se enorgullece de la tradición chacinera, gran estímulo de desarrollo en los pasados siglos.

Béjar, la bella capital de comarca, ya “no es lo que era”. Venida a menos su industria textil, las ferias y el comercio, Béjar no encuentra salida satisfactoria que le restituya el esplendoroso pasado. Desde aquí revivimos visitas y monumentos de la ciudad, la calle Mayor, la plaza y el Palacio Ducal, San Francisco, La Judería, el Museo Mateo Hernández, el Museo Judío, La Antigua, la Corredera, El Castañar, el Bosque y tantos lugares que hablan de la rica historia y gran actividad cuando se tejía la lana de media España.

Hay en la Sierra de Béjar otra bella localidad, imperceptible desde nuestra atalaya. Es la preciosa población de Montemayor del Río, lugar de paso de la antigua Vía Tartésica, la Vía de la Plata y las rutas de trashumancia. Es como un paraíso olvidado, reducto de paz, de hermosos bosques a orillas del Cuerpo de Hombre y de fantásticos y umbrosos castañares.  Al amparo del castillo, situado en lo más elevado de un cerro, se extiende el caserío hasta las márgenes del río. Allí, los hacendosos cesteros y banasteros trabajan sin cesar en la prestigiosa artesanía que difunden por buena parte de la geografía española y también por el exterior.

Más cerca de nuestro estupendo mirador se hallan dos pequeños núcleos limítrofes con el municipio de San Esteban: Cristóbal y Valdefuentes de Sangusín. Éste último con el sobrenombre del incomparable valle por el que históricamente se han establecido las comunicaciones y el tránsito de la submeseta norte a la sur y viceversa. ¡Qué agradables sensaciones nos ha causado siempre cruzar el Valle  Sangusín en diferentes direcciones, ver las verdes praderías, las fresnedas, la nieve sobre la sierra, la ganadería extensiva y la cada vez más reducida cabaña trashumante!

Observamos ligeramente Valdelacasa en medio de la gran ruta de la antigüedad. Muy cerca de este lugar, proximidades de Valverde de Valdelacasa, dicen los historiadores que se encontraba una de las importantes mansiones de descanso de la Ruta de la Plata, la mansión Ad Lippos, séptima desde Mérida según escribe César Morán.

A la izquierda de Valdelacasa está el pueblo de los Santos, núcleo que se expande sobre lanchones de granito y cuyo caserío tiende hacia la horizontalidad, vivo contraste entre esta arquitectura y la del vecino y serrano pueblo de San Esteban.

Contemplamos a más distancia el Pico Monreal, paisaje privilegiado de gratos recuerdos viajeros. Más lejos aún la alta cuenca del río Alagón y la Sierra Menor. Sobre la misma, los molinos eólicos mueven sus gigantescas  aspas mientras a sus pies descansa la población natal de Gabriel y Galán  de la que dicen por aquí que “si has visto Frades has visto todos los lugares”.

Guardamos topográfico y otros útiles de viaje para emprender descenso hacia el Muñiquero. La senda que nos conduce hacia tan sorprendente e interesante lugar está cuajada de flores. Entre todas destacan las moradas del cantueso, las rosas de peonía, las del espino albar y una tupida ladera de blancos y amarillos cual si de un tapiz se tratara.

A más de novecientos metros sobre el nivel del mar, sobre roca triangular similar a barco varado, una impresionante excavación rupestre despierta el interés de los excursionistas. Nada parecido en la mente y  retina de ninguno de ellos. Es una obra singular sobre sólido granito que nuestros antepasados utilizaron para el primer proceso en la elaboración del vino. Hay quienes tienen otras teorías… Si hacemos caso a especialistas de talla internacional, es una magna obra que bien pudo realizarse en momentos de esplendor de Roma y donde se pisarían miles de kilos de uvas.

Iniciamos retorno por la pista de los Lagarejos hacia Majallana. La amplitud y el buen estado del piso nos conducen sin dificultad rodeados de un precioso bosque de robles con apariencia impenetrable en algunos tramos.

Llegamos a Majallana donde los cerezos que poco tiempo atrás contemplábamos cuajados de flores, ya han perdido su virginal atuendo. Paramos un instante en lo que fue era de césped y en las de duro granito; entramos en el cercado de piedra, en el viejo corral que seguramente está en el origen del topónimo. No hay duda que la tierra que pisamos ha tenido hábitat y aprovechamiento ancestral; otras huellas próximas lo delatan y nos sirven de indicador para tal aseveración.

El grupo camina hacia el pago de las Huertitas entre viñas abandonadas, antiguos campos de fresas, viejos huertos cubiertos de zarzas y montaraces fincas de  robles. Todo es descenso hasta la confluencia con el camino de Rando. Desde aquí, un buen trecho de camino sencillo de transitar, sin cuesta alguna en la umbrosa orientación. A nuestro encuentro, en medio del bosque autóctono, dos invasores rodales de pinos, las aguerridas huestes de las que hablaba Rosalía de Castro en tierras de Galicia.

En un recodo del camino, los restos de prístinas viviendas y otras referencias dignas de reseñar. Hacemos especial énfasis en el asentamiento y las pilas próximas, nueva nota de sorpresa para quienes viniendo de lejanas tierras nunca habían visto nada similar.

Los excursionistas se concentran, toman vino de la bota y observan un amplio espacio cubierto de gamones en flor. Muy  cerca, entre la verde hierba que crece bajo los robles, el bello color de la peonía. Arriba, grandes y enhiestos bloques, menhires naturales que se recortan en el azul celeste surcado por varios buitres leonados.

Ya en la cuesta de Valmedroso, querencioso valle de desaparecidas especies, se observa en la lejanía la ubicación de San Esteban. Vemos paisajes otrora productivos hoy arruinados,  la Era Genal, las fuentes del Roble y el Guijo y en la opuesta  ladera, margen derecha del Alagón, una escalinata que desde el cauce del río asciende hasta la ermita de la Cabeza.

A distancia del camino discurre el Alagón entre pedregoso lecho, pequeñas cascadas y soberbias oquedades de escultóricas formas. Es el valle encajado de uve perfecta desgarrado por la milenaria erosión de las aguas.

La ligera brisa del mediodía, en el pago de Bajenoso,  alivia el cansancio físico de los excursionistas menos avezados al tiempo que se inicia el descenso hacia el Guijarral y se percibe la gran hondonada donde se halla San Esteban. ¡Lástima que el tendido eléctrico sea un obstáculo en esta hermosa balconada!

En poco tiempo hemos descendido hasta la bodega cooperativa y el punto de partida. Ahora sólo queda refrescarse y acudir a la programada comida.

Joaquín Berrocal Rosingana.


http://desdefuentesdeabajo.blogspot.com

martes, 22 de mayo de 2012

San Esteban de la Sierra: paisajes por descubrir.

San Esteban de la Sierra: paisajes por descubrir.

El pasado domingo, miembros de la Asociación Senderista “Salamanca, Vía de la Plata, Camino de Santiago” y vecinos de San Esteban de la Sierra, realizamos  una ruta circular de aproximadamente doce kilómetros recorriendo diferentes pagos de San Esteban como Bajenoso, Valmedroso, Las Huertitas, Majallana, Muñiquero, Los Pajares, La Jara, Majahonda…


El nutrido grupo pudo disfrutar de una jornada apropiada para el senderismo, agradable por temperaturas, estupenda por el paisaje primaveral y rica en contenidos por el abundante patrimonio cultural observado.



Este itinerario, idóneo para grupos, familias y profesionales ofrece al visitante naturaleza en estado puro, áreas de viejos cultivos arruinados, restos de antiguo poblamiento e indelebles huellas impresas en la roca granítica que hablan de un lejano pasado.
Tras el recorrido, buenos pinchos en los distintos bares del pueblo y  magnífica comida en restaurante Las Llares.

viernes, 4 de mayo de 2012

ATRAPADO POR EL AGUACERO

ATRAPADO POR EL AGUACERO:
Tras una mañana de de lluvias intermitentes, algún remiso rayo   de sol y  abundante nubosidad, pasadas las cuatro de la tarde, un sonoro trueno acompañado de ráfagas de viento fue el preludio del inicio de un típico aguacero primaveral.


En minutos creció el regato fruto de la intensa lluvia y la confluencia de aguas de diversa procedencia. El  hacendoso alguacil de San Esteban, cumpliendo con sus obligaciones diarias, se vio atrapado entre la corriente y la pared. No habían servido las voces previas, cuando la lluvia arreciaba y la calle se convertía en río para que rápidamente se retirara. Un bloque de piedra, elevado sobre el nivel del agua y la fronda de los laureles le sirvieron de cobijo al diligente Lauri hasta que mermó el impetuoso cauce.


Percance sin mayor trascendencia que él mismo contaba a los amigos poco después y que por su propio bien y el de cuantos aquí habitamos deseamos que se haya quedado en un simple susto.

jueves, 3 de mayo de 2012

TURISMO RURAL SALAMANCA: SAN ESTEBAN DE LA SIERRA, RECLAMO TURÍSTICO

TURISMO RURAL SALAMANCA:
SAN ESTEBAN DE LA SIERRA, RECLAMO TURÍSTICO

No son muchos los turistas que van hacia lo desconocido o hacia lugares que no poseen una figura de protección paisajística, urbana o cultural. Contrariamente, los núcleos declarados Conjuntos Históricos y enclavados en un Parque Natural   se encuentran en situación privilegiada  respecto a los de su entorno en lo que a la demanda turística se refiere. Junto a la singularidad de los enclaves,  la publicidad, infraestructuras y apoyo de las Instituciones contribuyen a crear distancia  entre unos y otros. Esta situación es fácil de observar en la comarca de la Sierra de Francia donde la existencia de varios núcleos Histórico-artísticos y la de  un Parque Natural marcan una zona turística y otra que, no obstante sus valores naturales y culturales, recibe flujos menores. Pero gracias al reclamo turístico de aquellos, poco a poco el demandante viajero llega a pueblos  que no figuraban como tradicional destino. A ello ha ayudado la creación de alojamientos de turismo rural y la gran publicidad que los propietarios realizan a través de los diferentes portales de Internet. Porque no hay duda que, al margen de otros factores, Internet ha sido y continúa siendo la baza más importante para el conocimiento de nuestros pueblos y casas rurales. Sin esta herramienta probablemente la demanda  sería muy inferior.

Desde la década de los noventa han surgido casas rurales en San Esteban de la Sierra y en toda la comarca de Sierra de Francia que han dado al turista la posibilidad de pernoctar, conocer y disfrutar, sitios antes insospechados. Ha coincidido ello con el final del ciclo económico agrícola-ganadero de subsistencia y la ruptura de la dinámica interna en toda esta geografía. El turismo, como agente externo, ha empezado a ser un aliciente para los habitantes que poseen alojamientos y para otros negocios que cada vez dependen más de personas de fuera que de las del propio lugar y no cabe duda que el turismo, bien conducido, podría jugar un importante papel dinamizador en pueblos que poseen ricos y variados recursos turísticos, tanto naturales como culturales.

San Esteban de la Sierra es uno de esos núcleos serranos que sin figura de protección, excepto la de Reserva de la Biosfera, que abarca las Sierras de Francia y Béjar, tiene múltiples recursos turísticos de suficiente calidad medioambiental e histórico cultural que pueden servir de reclamo para un público diverso. Es necesario, sin embargo, saber valorar la riqueza del entorno por parte de los aquí nacidos y mostrar el patrimonio a quienes nos visitan.

Desde el inicio de la andadura turística de la casa rural Fuentes de Abajo, conscientes del gran valor del patrimonio natural y cultural próximo, hemos mostrado a todos los viajeros los recursos de San Esteban de la Sierra y alrededores. El turista ha tenido la oportunidad de conocer aspectos de nuestra más lejana historia, los paisajes geomorfológicos y botánicos más relevantes; ha podido hacer turismo gastronómico y festivo- religioso, turismo técnico, arqueológico, artístico, deportivo....Ha sido una forma de dar a conocer todo cuanto nos rodea, “poniendo en valor” lo desconocido y lo que no tiene publicidad alguna. Todo ello, con la firme idea de hacer un turismo diferente en el que además de dignas instalaciones se le ofrezca al turista un añadido de  calidad a través del trato personal y de información documentada por parte de quien ama el suelo donde ha nacido.

El turista que nos visite comprobará que cualquiera de las estaciones del año posee atractivos, incluso el invierno. Frente a los grises días de la capital salmantina, esta sierra profunda tiene muchos días soleados y de agradables temperaturas que posibilitan el senderismo, los viajes culturales y la permanencia al aire libre. Las fiestas navideñas, la gastronomía del momento,  las matanzas y los festejos de Santa Águeda y San Albino, en febrero, no dejarán indiferente a quienes como turistas  participen de tales eventos. 



La primavera serrana se adelanta respecto al llano salmantino y ofrece la más rica gama de colores y aromas de toda la geografía salmantina. Las peculiares condiciones climáticas y orográficas son responsables de esta gran riqueza y del prolongado periodo primaveral, que tiene entre abril y mayo el mayor esplendor. Es una época estupenda para el excursionismo y el disfrute de acontecimientos religiosos como la Semana Santa y San Isidro. La tarde del Jueves Santo es tradicional la visita de bodegas para probar la limonada y el día de San Isidro, tras la misa y procesión, se celebra el convite en la Plaza Mayor, donde todo el mundo es bienvenido.

Llegado el verano, la verde naturaleza y los cursos de agua son los escenarios más solicitados por los visitantes, turistas de retorno en gran número o nuevos turistas que desean descubrir la belleza de nuestros paisajes. Multitud de recovecos inéditos esperan a quienes se adentran y se dejan guiar en esta geografía. Es el momento ideal para combinar diferentes opciones turísticas y disfrutar de tantas y tantas fiestas que se celebran a lo largo del estío. San Esteban tiene como principales eventos la fiesta del patrón a principios de agosto y la  fiesta del Cristo en Septiembre. Ambas son concurridas y despiertan el interés viajero, especialmente por las distintas actividades y la buena acogida que en todo momento tiene el forastero.



El otoño es probablemente, junto con la primavera, la estación más hermosa del año. En pocos lugares es posible ver tal cantidad de matices y combinaciones cromáticas. Cada rincón es una sorpresa que entusiasma a quien nos visita. Al decir de algunos turistas, es el desconocimiento de cuanto esta tierra ofrece una de las razones del escaso movimiento turístico otoñal, al margen de que la cultura viajera, excepto en los “puentes” esté menos extendida.  Si a la belleza del paisaje y sus frutos silvestres sumamos tradiciones arraigadas, comprobaremos que estamos ante una época del año idónea para hacer turismo pero escasamente aprovechada. 

Viajero o turista, no pierdas la oportunidad de conocer y disfrutar esta tierra ignota pero abierta al turismo. Con grata sorpresa descubrirás nuestros caminos, bosques frondosos y escultóricos roquedos; sentirás el perfumado ambiente de la primavera y el frescor de nuestros ríos durante el estío; recorrerás castañares y robledales en el otoño y aquí y allá encontrarás los deliciosos frutos del bosque; recrearás la vista desde excelsos miradores y en más de un momento la hermosa naturaleza embriagará tus sentidos. Déjate seducir y recorre nuestras calles, en fiestas y en los días silenciosos del otoño o del invierno, cuando todo parece dormitar y lo rural se acentúa. No olvides ver la singular arquitectura,  la iglesia, la ermita, las primitivas fuentes, el puente medieval o los restos que jalonan nuestra tierra. Saborea los platos, vinos, dulces y licores de San Esteban; habla con el nacido en estos pagos y encontrarás trato afable y la mayor cordialidad.  Y cuando tu viaje concluya y desde algún recodo de la carretera vuelvas la   vista atrás, sentirás que has vivido una experiencia única, que merecía la pena y que repetirás.

Joaquín Berrocal Rosingana.











viernes, 20 de abril de 2012

lunes, 5 de marzo de 2012

CAMINO DE VALERO ( SAN ESTEBAN DE LA SIERRA-VALERO)


Camino de  Valero (San Esteban de la Sierra – Valero).

Próximos entre sí e incomunicados directamente por vía rodada, San Esteban y Valero se han relacionado históricamente a través del "camino", un camino hacia el esfuerzo y la subsistencia difícil de  apreciar en toda su belleza cuando el paisaje era trabajo para vivir y no disfrute de los sentidos. Hoy, la sociedad del ocio, descubre en este itinerario un bellísimo mosaico de  naturaleza e historia que no  deja indiferente  a ningún viandante.

Dicen los propios del lugar: "la distancia es de  una legua y  el recorrido tuerto, muy tuerto". Aquí, para indicar que el trazado o la caligrafía no sigue la línea recta es común la expresión: "esto es más tuerto que el camino de Valero".

Iniciamos  el itinerario en el borde inferior de  San Esteban. A nuestra espalda queda un núcleo en cuesta de perfil similar al de otros de  la Sierra de Francia, calles empinadas donde ejercitar las piernas y la respiración, casas para mirar hacia lo alto, descubrir las tabiqueras de adobe, tejas en las fachadas, los balcones o solanas y los aleros salientes.

Junto a nosotros, en este extremo del pueblo,  un armónico rincón, la Fuente Abajo o las Fuentes de  Abajo, ya que son dos las que alumbran en el lugar. Una de las fuentes alimenta el pilar y la poza; la otra, una pequeña pila granítica, tradicional lavadero de nueces. En la actualidad todas las aguas son aprovechadas para el riego de  pequeños huertos del vecindario. Tiempo atrás su uso fue mayor, tanto para el consumo en las casas como para abrevar la abundante ganadería mular. Restaurado recientemente el conjunto, se  han preservado las abovedadas construcciones y el firme del regato donde se concentran en tiempos  de lluvia la mayor parte de las aguas de la población. A uno y otro lado del camino sorprenden los espléndidos laureles, siempre verdes y de uso generalizado en los platos serranos.

Se  inicia el descenso hacia el río por un camino amplio, en parte empedrado. Discurre éste entre paredes que acotan y sujetan la tierra del minifundio de huerta, del viñedo y el frutal. Sin duda alguna, estas diminutas parcelas están entre las más intensamente trabajadas de la localidad. A la derecha del camino no  pasarán inadvertidos los viejísimos olivos, uno de ellos tan horadado y escasamente  sujeto a tierra que parece aérea escultura.

Antes de llegar a la primera bifurcación, una gran losa de granito sirve de dintel a la puerta que da acceso a varios huertos. La herrumbrosa verja parece haber resistido el paso del tiempo y seguir cumpliendo la misión de  mantener protegida la privada propiedad.

Giramos hacia la izquierda para dirigirnos hasta el mal llamado "puente romano". Antes, pasaremos  un pequeño pontón elevado en el regato que recoge el caudal de  la vertiente de  San Esteban y junto a la piedra que marca el nivel alcanzado por el Alagón en la mayor avenida conocida.

Como preludio de paisaje donde confluyen diferentes litologías (granitos y pizarras), el puente sobre el Alagón se adorna de unas y otras piedras aunque la estructura principal de sus cuatro arcos sea de sillares de granito. Se  trata de  un puente ligeramente elevado en la zona central y con  suave serpenteo Sureste -Noroeste. Acerca del mismo nos dice Madoz que es obra del "año 1388, a juzgar por este número que aparece  grabado en una de sus piedras principales, y en uno de sus cuatro arcos; es de  piedra, bastante elevado, cincuenta pasos de  largo  y cinco de ancho, con sus pretiles hasta el pecho de un hombre". Bajo el arco principal la erosión fluvial ha dejado su impronta en hermosos pilancones, algunos de ellos colgados por encima de la corriente. Aguas arriba, los bosques de ribera engalanan un  tramo del río, sobresaliendo la galería de  alisos. Aguas abajo, lisos y duros canchales forman el salto del Chorrero. 


Desde el puente contemplamos  la piramidal imagen del Pico Tiriñuelo, otrora abancalado y cultivado hasta la cima. Aunque permanecen esmerados cultivos en terrazas otros han desaparecido y al compás del abandono, las leyes de la naturaleza  poco a poco han impuesto a viejos y nuevos dueños, plantas autóctonas y otras que han surgido tras la intervención humana.

Al salir  del puente, el camino correcto es el de la izquierda que pasa junto a las ruinas de un "pote", lugar destinado en el pasado a la fabricación de aguardientes y alcoholes. El camino que asciende por encima del que nosotros tomamos conduce hasta San Miguel de Valero. Es el llamado Atajo.

Pronto encontramos un pequeño arroyo al que se conoce como regato del Arroyo o simplemente El Arroyo. De  nuevo un pontón de  un solo ojo con pretiles en parte restaurados. La corriente, como la del Alagón, sufre los rigores de estío y la pérdida de caudal, de tal forma que puede verse a veces completamente seco. Fresnos, mimbres, cicuta y maraña se adueñan de  orillas y parte del cauce. Es la colonización que busca las aguas y apura hasta la última gota. Tiempo atrás, en cualquier época del año, era frecuente la imagen de la mujer reclinada sobre las aguas lavando las ropas del hogar. Utilizaba el jabón hecho en casa y secaba las prendas al sol, encima de las piedras o sobre el matorral de espinos y carrascas. Dura tarea ésta si tenemos en cuenta que además del lavado, el frío o el calor  y peso de la ropa era necesario cargar con la tajuela y los barreños de zinc o las banastas de tiras de castaño.

Desde aquí, el color de la tierra pasa a ser ocre ferruginoso. Diferente es también la dureza, la textura, el  crecimiento de  plantas y hasta el aprovechamiento del hombre. El camino asciende por cuesta llevadera dejando en el fondo huertos protegidos por las paredes de lo que fueran  otros más viejos "potes". Una pesquera, la Pesquera de  Abajo, apenas se  percibe entre el verdor del bosque  galería.

Llegamos a un tramo de camino empedrado, con cortes de agua para evitar abarrancamientos. En este escabroso escenario, ciclópeos bloques forman las paredes que sujetan la artificial ruta de la que dice el Padre Morán que estamos ante un camino de la prehistoria.

El Alagón toma un giro de noventa grados bajo el Monte de El Salto,  curioso topónimo de  origen romano, saltus-us, cuyo significado es precisamente "monte". Ruinas de  un molino, un charco llamado Molino y otro Nogal son parte del panorama a nuestros pies.

Seguimos ascendiendo por la  "Cuesta del Cancho", tan protegida y bien orientada al naciente que es una delicia en las mañanas soleadas de las estaciones intermedias. A trechos el empedrado está bien conservado. Quizá todavía perduran las últimas reparaciones de  aquel hacendoso hombre llamado Fulgencio y cuyo trabajo dejó huella en el monte del Cancho. Hablan de que pocos movieron tantas piedras como él.

Jaras pegajosas y algunas plantas aromáticas nos acompañan  a través del más delicioso itinerario,  seductor en todo momento, especialmente  cuando llega la primavera.
  
Lejos quedan los tiempos en los que las jaras de la cuesta alimentaban potes y panaderías. Más cerca pero olvidado por muchos, las estaciones del año en las que las cabras abrían trochas entre el matorral y los hombres cortaban haces de encina, quejigo, olivo y alcornoque para el alimento caprino en las cuadras. Las caballerías cargadas con banastos, serones, costales o aguaderas, frecuentes hasta cerca del siglo XXI, también han dejado de transitar por estos caminos. El excursionista con la mochila a cuestas ha tomado el relevo.

A punto de acabar la pendiente, nos encontramos a altitud similar a la de la población de San Esteban. El horizonte se amplía  y nuestra vista alcanza hasta la ingente mole nevada de la Sierra de Béjar.

El camino tuerce hacia la derecha al unísono de la topografía y la corriente del río. Una nueva perspectiva se  abre ante nosotros.  La vertiente opuesta del  Alagón es una umbrosa fronda donde sobresale el bosque de castaños entre quejigos, algunos robles y un denso matorral de  madroñeras, durillos, arces...... Mirando hacia el fondo, siguiendo el curso del camino, frente a redondeces orográficas, destacan los aserrados Canchales de la Palla y la singularidad pétrea de la Peña de Francia ¡Qué estupenda imagen¡

El camino de  tierra, estrecho y rodeado de matorral, pronto empezará a descender con suavidad. La ruta acertada es clara. La senda que surge a la derecha se ha ido cerrando en los últimos años y dificulta la ascensión al Pico del Cancho, uno de los mejores miradores de San Esteban y entorno.

Cualquier caminante percibe que la senda seguida deja a uno y otro lado paisajes intensamente humanizados desde tiempo inmemorial. Toda esta abrigada ladera fue aterrazada desde el río, dibujando una enorme escalinata que llegaba hasta el mismo pico del Cancho. Pocos bancales se  salvan del abandono; tan sólo algún cuidado olivar se  mantiene entre tantos paredones cubiertos de  jaras, quejigos, madroñeras, torviscos, espinos y un sinfín de especies. Algunas vides y olivos se resisten ante tanto  invasor y extienden alargados sarmientos o expanden la abandonada aceituna de la que surgen pequeños acehuches.

Llegados a una sinuosidad profunda a partir de la cual se  vuelve a empinar la senda (Hoyo Gitano), el bosque se ha hecho el señor de  algunos de  los mejores campos del pasado. Nada permite adivinar el aprovechamiento del agua y el terrazgo en los bancales entre tanto quejigo y hojaranzo que pueblan la escena. Tiene este paisaje una especial belleza; huele a verde y tierra con la lluvia; a violeta, brezo y delicado narciso entre febrero y marzo. En el Hoyo Gitano, la densa vegetación impide ver más allá. Es un trozo de  naturaleza cerrado, hozado por una cada vez mayor prole de jabalíes y paraíso para el anidamiento de aves.

A poca distancia, un pequeño bosque de  encinas forma una bóveda arbórea sobre el camino. Este regalo de la naturaleza es de gran alivio cuando se  hace la ruta a pleno sol en los días calurosos. Pronto, el horizonte se  expande y vemos el serpenteo del río, las repoblaciones de eucaliptos y pinos de  la Sierra y también los Canchales de la  Huanfría. No faltan las paredes de pizarra a nuestro paso ni tampoco los restos de olivares, olvidados en los últimos años.

Nos acercamos al regato la Birrienga (para los habitantes de  San Esteban, Valdecabras).  Los huertos  que, tan profusamente se cultivaron hasta hace poco, se han dejado perder. Fruto del esfuerzo y la necesidad  fueron esas arriesgadas paredes que de manera artificial crearon un espacio para el cultivo. Las aguas del regato corren limpias y salvo en lo más caluroso del estío pueden servir para saciar la sed del caminante. En la parte inferior de  los huertos, zona de no sencillo acceso,  cuando el caudal del regato es abundante se  forma una bella cascada, donde entre el rumor de  las aguas y el esplendor de  la naturaleza es posible pasar el tiempo sin nada en que pensar.

En el  repecho del camino hacia las Majadas, nuevamente divisamos San Esteban y las nieves de la Sierra de Béjar. También un tramo de río bellísimo, Las Vaderas, impresionante por el color y el desarrollo arbóreo de la ribera.

Las Majadas, campos de vid y olivo, tierras buenas en medio de tan pobre geografía, han resistido la afrenta de los nuevos tiempos pero parece que, como tantos y tantos lugares, tienen los días contados. Este debió ser lugar aprovechado por el hombre desde tiempos remotos, incluso como asentamiento temporal. Llama la atención un bloque de granito al borde del camino, en medio de litología tan distinta. ¿Desde dónde fue traído y con qué medios? ¿Qué fines cumplió? De intervención humana, más reciente en el tiempo, es la repoblación de pinos del entorno. Esta presencia arbórea no impide que el matorral de jaras y brezos sea dominante en el paisaje.  Dispersas madroñeras que durante el otoño e invierno nos regalan flor y fruto a la par nos sorprenden ahora con el maravilloso verde de sus hojas lauriformes.

Más adelante, a ambos lados del camino y próximos a una senda que sale a la izquierda se contemplan varias piedras alargadas y redondeadas cuya forma y concentración podrían hacernos pensar en obra humana.

El regato Valdecabras, (Birrienga para los naturales de San Esteban) nos aproxima a otra interesante zona humanizada. Algunos frutales, higueras, cerezos y melocotoneros, así como huertos de subsistencia, los hemos visto cultivados hasta hace poco tiempo; otros bancales próximos han corrido la misma suerte de tantos y tantos paisajes a los que la presión humana sacó provecho durante siglos y olvidó con el cambio económico o cuando las fuerzas de la envejecida población comenzaron a menguar.

Discurrimos después por tierras de viejas y redondeadas formas, por suelos esqueléticos de brezos y jaras. El camino no ofrece dificultad y nos permite divisar  el Torozo, la “Junta de los Ríos”, la Palla etc., mientras dirigimos nuestros pasos a Valero siguiendo ya el valle del Quilama, el cristalino río de  fragosos escenarios que da nombre a estas tierras y al Parque Natural de las Quilamas ¿Será cierto que en algunos de estos espesos matorrales todavía señorea el lobo cerval? Hemos visto a la esquiva cigüeña negra y sabemos de su anidamiento; también vemos a trechos sobrevolar  a los buitres y allá en los canchales del fondo es evidente que crían. Huellas de jabalíes se aprecian a menudo, no así la del antes abundante conejo. Dos perdices, ¡qué casualidad¡ han salido al borde del camino.   

Al compás del ritmo viajero, nos asaltan preguntas sobre la historia anónima de hombres y naturaleza en espacios tan singulares y enigmáticos. Probablemente el camino oculta muchos sinsabores, en medio de sutiles satisfacciones ¡Cuánto trabajo de carboneo, pastoreo, de aterrazamiento, de ir y venir cada día al trabajo constante, muchas veces sin remuneración ni fruto alguno¡ ¿ Quién recuerda al pastor en las interminables jornadas expuesto a todos los agentes meteorológicos? ¿Quién al constructor sudoroso moviendo tierra y piedra? ¿Cuántos saben de “La Inés y Fernandico” que descalzos y con la cesta como compañera iban a recoger las medicinas a la farmacia de San Esteban?

En contadas ocasiones al año, cuando llegaban las fiestas de San Valero y El Cristo, así como en los días de caza, el regocijo se apoderaba del camino. A pié o en caballerías era la oportunidad de disfrutar y ver, aunque por poco tiempo, un paisaje diferente. La tradición del ir y venir por el camino no se ha perdido totalmente, ahora no por carecer de medios de locomoción sino por reencontrarse con el pasado.

Cabe preguntarse, ¿sintieron quienes tanto trabajaron, la luz, la floración, los olores, los colores, los cambios constantes del relieve, el aire fresco sobre sus rostros, la sombra de la encina o de un canchal, el agua fresca de fuentes o regatos ? Seguro que en el diario esfuerzo hubo un placer callado y nunca escrito ante el olor del cantueso, del orégano o la mejorana; ante la flor del brezo o de la jara; ante el alivio del descanso a la sombra de la encina; ante la sed saciada en una fuente limpia y cuidada. Posiblemente el sentir de las pequeñas cosas, de los continuos cambios de la naturaleza, hizo felices a los hombres que tantas fuerzas dedicaron a tan bella pero pobre y compleja naturaleza. Tal vez el duro medio provocó arraigo y el hombre, sin lugar a donde ir y sin nadie a quien quejarse ni a quien pedir, se hermanó con la naturaleza y así vivió durante siglos. Cuánta  huella de la historia en el secular trabajo del serrano, en los caminos empedrados y colgados en el vacío, en los cauces domeñados, en las artesanas paredes, en la diversidad de escaleras de acceso, en esos paredones que sostienen un pie de olivo y cuya tierra probablemente fue transportada a hombros...

Ante la marea humana que transita los caminos también podemos preguntarnos si lo hacen por moda, snobismo, deporte, si se sienten impregnados de los diversos matices del paisaje, de sus hombres y su historia. Es posible que la historia se repita de otra forma y que el camino del esfuerzo para sobrevivir se haya transformado en  camino de peregrinación para huir del mundo urbano y vivir, quizás sobrevivir  a la vorágine de los tiempos. Cabe pensar que para el hombre de hoy es como la vía peregrina cuyo significado va más halla del mero deporte.

Es difícil no emocionarse ante tan maravillosas perspectivas, ante cada recodo del camino, ante ese muro de pizarra que sostiene el empedrado de otro empinado sendero de herradura que asciende sin cesar. Es preciso ver y detenerse ante el arriscado paso que tenemos ante nosotros. Grandioso, sin duda, el punto al que hemos llegado. Es un espolón rocoso donde el camino discurre suspendido sobre el abismo que media entre el Cancho de Valero (Balcón de Pilatos) y el curso del río Quilama. Este balcón, protegido por humana intervención,  es uno de los más sobrecogedores puntos de nuestro recorrido.  Pisamos sobre descarnada piedra que suena a hierro y sobre nosotros se apilan  desnudas pizarras. Algunas se tiñen de amarillos líquenes, de tan llamativos colores que resultarían difíciles de imitar por el mejor pintor. En la ladera de enfrente crecen espesos matorrales en increíbles  declives y las terrazas protegen cultivos. Al fondo, por un lado, avistamos Valero; por el otro, la Junta de los Ríos y el Torozo ¡Qué estupendo sitio para descansar y relajarse con la mirada¡


Nuevamente la protección del suelo con piedras cruzadas en los tramos de descenso, unas veces obra del hombre y otras aprovechando los estratos naturales; caminos de tierra  allí donde las fuerzas de la naturaleza tienen menos posibilidades de destruir, donde el bosque de encinas y el matorral preservan el terreno.

En el descenso un pequeño humedal. Un lugar fresco donde los jabalíes se han revolcado y donde sentimos el  especial olor de la naturaleza en estado puro. Bajo el camino un precioso encinar de ladera nos detiene de nuevo. Qué cúmulo de sensaciones puede proporcionar tan bravío y estupendo paisaje.

El camino nos conduce hacia nuestro destino sin sobresaltos. Cruzamos un pequeño arroyo, reconducido por el hombre entre paredes. Cruzamos otro totalmente seco. Al lado, bancales de magistral perfección en su ejecución. Son obras de artesanos canteros que sin duda transmitieron conocimientos de generación en generación ¡Son tantas y tan perfectas las paredes existentes¡

El espacio agrícola se agranda cerca de Valero. Estupendas viñas, olivos y huertos acompañan nuestros pasos. Al otro lado del Quilama, entre los paredones de los tradicionales cultivos mediterráneos, los cerezos ponen nota distintiva en el paisaje. Algún naranjo, entre frutales y huertos, da mayor variedad al rico escenario humanizado.

Una voluminosa encina nos cobija antes de llegar a la fuente que riega los cuidados huertos y frutales de este entrañable paisaje.

Estamos en Valero. Hemos llegado hasta su plaza de toros, concurrida mediado el invierno allá por San Valerio. Tal como reza el dicho popular, “el 29 de enero, toro en Valero”. El paso del puente sobre el  pequeño arroyo  nos lleva a este originalísimo enclave que a pesar de la hostil naturaleza ha sobrevivido a lo largo de la Historia y que gracias a su ingenio se ha convertido en el más sabio pastor trashumante de abejas de la geografía serrana.

Joaquín Berrocal Rosingana



















*Este sencillo artículo es un humilde pero sentido homenaje a cuantos hombres y mujeres han habitado estas tierras, han trabajado como nadie y han legado un patrimonio que poco a poco se oculta a los ojos. Es el reconocimiento hacia tantos y tantos anónimos artífices que no tienen nombre en la historia pero la hicieron domesticando el paisaje y en el ir y el venir del camino.